José Luis Trullo.– Yo no sé si los niños vienen, como reza el refrán, con un pan bajo el brazo, pero quien nace poeta desde luego que sí. Merced al don del que ha sido dotado por lo que sea que rija el devenir (un don, por cierto, que no se puede aprender ni simular, por mucho que quieran creer lo contrario los devotos de la educación y de la impostura, respectivamente), con su pan el poeta nunca pasa hambre: ante sus ojos la existencia discurre plena de experiencias nutricias, y cualquier evento que le acaezca, por muy inane que pueda parecerle al común de los mortales -sí, lo han adivinado: el poeta es un ser extraordinario-, se le antojará dotado de sentido; y ¿qué otra cosa es una vida lograda, sino aquella para la cual nada ocurre porque sí ni para nada? El poeta, santo laico, es un ser ungido por el cielo para dar ejemplo de lo que es un humano digno de tal nombre: alguien que ha descubierto que, para hacerse acreedor del Paraíso ultraterreno, primero hay que saber descubrirlo en el suelo cotidiano.
Paula Díaz Altozano (Madrid, 1990) es, sin duda, poeta de los pies a la cabeza. Se percibe en cualquiera de sus libros, pero también en el trato personal, en su forma de hablar y en el modo en que mira cuando lo hace. El hecho de haberle editado su primer libro de aforismos, Meteórica, no me nubla el juicio: al revés, lo ilumina y justifica. Porque, en pocos años, Paula ha crecido literaria y editorialmente una barbaridad: reciente finalista del Premio Adonáis de Poesía, ha publicado varios libros de poemas (los penúltimos, muy recientes: Ballenas invisibles y Canto de las espigas), su manera de estar en la palabra crece a ojos vista, de manera que lo que antes eran prometedoras insinuaciones se han convertido en logros indudables.
Los aforismos de Entre la luz y la oscuridad (Comares, 2025) confirman los presagios que se percibían en Meteórica. La autora muestra ya, de manera inequívoca, una comprensión propia del género, de manera que sabe cincelar cada frase para que contenga lo que debe: la dosis justa de imagen y concepto. Dividido en seis secciones temáticas (Ideogramas, Cosmos, Ensoñación, Nieve, Acordes, Iluminaciones), Entre la luz y la oscuridad discurre como un paseo literario en el cual acompañamos a la autora en su dichosa tabulación de epifanías. Y es que en este caso, nos encontramos ante uno de esos «libros que se encienden al leerlos»… y que te iluminan por dentro. De hecho, durante su lectura he experimentado algo que hacía tiempo que no me sucedía: la sensación de que penetraba en un registro distinto de la percepción, de manera que la mía propia se contagiaba de la de la autora. El primer efecto de esta mutación es que todo aparece bajo una luz nueva: ya no juzgas las palabras que lees según tu propio criterio, sino desde ellas mismas. ¿Epojé? Puede ser… ¿Y no es esa la textura inaugural la que distingue a la alta literatura de los meros artificios verbales? Sin duda alguna.
Voy a abstenerme de reproducir ninguno de los aforismos (porque son aforismos, a pesar de que la editorial, con un criterio arbitrario y censurable, haya optado por una disposición gráfica de los textos que puede confundir al lector) que hacen de Entre la luz y la oscuridad uno de los mejores títulos de los últimos años en el ámbito de la brevedad: sería pinchar la burbuja semiótica en la que Paula Díaz Altozano, con una naturalidad envidiable, logra sumergirnos, arrancándolos de su hábitat natural y reduciéndolos a mariposas pinchadas en un corcho. No: si desean vivir lo mismo que yo he vivido leyendo este libro, tienen que leerlo ustedes mismos. Y si no experimentan lo que yo, les aconsejo volver a hacerlo, una y otra vez, hasta que se desprendan de la coraza queratinosa que les impide percibir que nos encontramos ante la obra de una poeta de los pies a la cabeza, de cuyo pan (¡bendita prodigalidad!) no solo come ella, sino todos los que queramos sentarnos a su mesa.
Paula Díaz Altozano, Entre la luz y la oscuridad. Comares, Granada, 2025.