Por Jorge de Arco.
Esta antología es un territorio en llamas, un jardín oscuro donde florecen palabras como brasas. Cincuenta y dos mujeres —una constelación de voces que arden en distintos tiempos y geografías— se reúnen aquí no para ordenar el caos, sino para nombrarlo, para mirarlo de frente con una lucidez que corta como el filo del agua.
Bajo la leyenda de la distopía, la granadina Elenvés Editoras, ofrece un mapa que guía sin extravíos. Cada poema es una grieta por la que se cuela una luz cómplice y necesaria. Porque hay en estas páginas un temblor que abre y adorna un mundo que no cede y deja sangrar sus versos con dignidad y belleza.
A cargo de la edición ha estado Pepa Merlo, quien, sin ambages, afirma en su pórtico el propósito de esta compilación: “Construir una única voz con cincuenta y dos matices dispares, una reunión jocosa, bajo la leyenda de la distopía, con una mirada insólita de la vida, de las pequeñas cosas, de las sensaciones que la llenan, con el júbilo y el entusiasmo que provoca siempre compartir la palabra en páginas donde intervenir en un diálogo con otras voces, es y debe ser un acto enriquecedor (…) Un compendio unitario, un catálogo de autoras modélicas, un canon, en el que disfrutar con el desarrollo y el crecimiento 10 del verbo, de la acción poética a lo largo de dos siglos y sus drásticos cambios. Convive aquí la experiencia y la juventud, conviven tiempos, ansias, anhelos distintos, objetivos personales, íntimos, diversos. Habita la vida, para mostrarnos su peculiaridad de transcurso, de cambio, pero también de repetición y de encuentro”.
Las escritoras que integran esta antología -dibujadas con sabio tino por la mano de Juanfran Cabrera- no escriben desde la torre, sino desde el umbral. Hablan desde el cuerpo, desde la memoria, desde lo fragmentario, desde lo invisible. En sus versos, lo cotidiano se transfigura: una blusa, un Long Play, un espejo, una habitación, una ausencia, una caricia o un ruido en la madrugada, se convierten en símbolos del derrumbe y la resistencia.
La distopía, lejos de ser aquí un simple marco temático, es una lente reveladora: desvela lo que el universo suele esconder. No es solo la proyección de futuros oscuros, sino también la radiografía del presente: la violencia que persiste, la soledad que se hereda, la opresión que se disfraza de costumbre. Pero también, en contrapunto, el fuego del deseo, la ternura como acto político, el verbo como asilo y estallido.
La pluralidad de voces convoca un tejido coral: hay poetas del susurro y poetas del grito, de la herida y del canto, de la contemplación y de la furia. Algunas escriben como quien sopla cenizas, otras como quien golpea con puños de tinta. Pero todas -sin excepción- nos invitan a despertar en medio del sueño impuesto.
En su prólogo, Anna Caballé incide en que “las poetas cuyas voces están presentes en Distopía salen en busca de su propio horizonte vital, no exento de una conciencia eminentemente crítica con el entorno”. Y, en verdad, al leer este florilegio, cada cual podrá internarse en una selva de espejos donde cada reflejo nos interpela: ¿Qué mundo habitamos?, ¿qué mundo imaginamos?, ¿qué mundo aún no hemos nombrado? La poesía, aquí y ahora, como pregunta infinita.
El volumen se abre con Julia Uceda (1925) y se cierra con Rosa Berbel (1997). Entre medias, otras cincuenta propuestas -María Victoria Atencia, Ana Rosetti, Ángeles Mora, Trinidad Gan, Amalia Bautista, Marta López-Luaces, Ángela Vallvey, Josefa Parra, Luisa Castro, Esther Morillas, Inma Pelegrín, Pilar Adón, Mónica Francés, Gracia Morales, Marga Blanco, Yolanda Castaño, Olalla Castro, Nieves Chillón, Lola Nieto, María Elena Higueruelo…- que comparten la comunión con la palabra como acto de supervivencia, como acto de consuelo, y que es, a su vez, conjuro, rebelión sutil contra el silencio. Y en esa urdimbre que atraviesa décadas, mapas y viajes, emerge una constelación diversa que desmiente el olvido y reescribe el porvenir con tinta ardiente.
Esta antología no se lee: se habita. Se recorre como se recorre una realidad infinita, con los ojos abiertos y el corazón entre las manos.
La noche y el azar me han arrojado
en honda soledad frente a una playa,
no importa en qué ciudad, ni en qué momento,
ni importa ya que agosto se termine.
Se extiende ante mis ojos, taciturno,
un mar triste e inmóvil,
un mar que de tan calmo
confunde su horizonte con el cielo.
¿Quién se quiere hacer cargo de esta tumba,
de un mar que no se mueve ni respira,
de una quietud tan vasta, quien podría
pararse frente a él y estar tranquilo?
La huella de otro mar lleno de espuma,
de un mar bramando en él se superpone,
repite su condena
perdida en otro agosto ya lejano.
No podrás ver el mar mientras no laves
la sal de aquel verano en tus pestañas
Lola Mascarell.