Ricardo Martínez.

El frofesor Argullol, prolífico autor de cultura escrita en sentido amplio, pronto nos ayuda a entrar en el tema, tan querido por él, del Renacimiento, si bien, como no podría ser menos, bajo premisas concretas: “…un hecho sin embargo permanece, sin embargo incontrovertible: la representación del cuerpo humano en la pintura y la escultura del Quattroccento –con importantes legados del siglo anterior –significa una etapa con atributos estéticos estrictamente propios y diferenciados” En realidad, podríamos decir que ética y estética –en lo humano, en el arte- han sido preocupaciones que han diferenciado positivamente su labor escrita.

Y en ello, en tal labor difusora de conciencia crítica, vincula alguna reflexión constructiva, destacándola, en la interpretación: “El retorno a la naturaleza en el arte del Quattroccento es esencialmente especulativo. La subjetividad, por decirlo de algún modo se apropia de la realidad y el yo –construcción crítica tan desarrollada en adelante- audaz y confiado en su poder, busca apoderarse de la infinitud del espacio exterior” Y aclara, oportunamente: “En el transcurso del siglo XV se rompen definitivamente los dos límites medievales: tanto las dimensiones cósmicas como la potencialidad humana se covierten en ilimitadas, y el arte quattrocentista germina en la fecundísima tensiòn que este hecho propicia”.

En efecto, Petrarca mejor que nadie ha puesto de manifiesto la nueva sensibilidad florentina ante este problema; en tal sentido escribe: ‘Almas bellas y amigas de la virtud/ poblarán el mundo: y luego veremos hacerse/ todo áureo y lleno de obras antiguas’ Y, a continuación, refuerza su especulación con una apreciación de lo más oportuno: “Evidentemente, como demuestra Dante, la cultura florentina desde finales del siglo XIII se halla comprometida con el desmantelamiento de la civilización medieval (repárese en esta reflexión, tan precisa y definidora) Pero, ¿es lógico, an a pesar de esto, deducir de ello que con Cimabue ( pintor de una relevancia, considero, tal vez aun no del todo estudiada), Nicola Pisano y Giotto el arte toscano se emancipa de las formas gótica y bizantina”.

Más adelante, y me parece de lección reseñable, Argullol introduce un nuevo argumento especulativo: “La tensión entre la Fortuna y la voluntad humana aparece como una constante del pensamiento de la época estudiada” Y, basándose en las teorías de Battista Alberti, escribe que “es consecuente con la concepción renacentista del mundo, cuyo eje es la búsqueda de poder para el hombre, que lo que escapa a este poder, lo indeterminado, lo imprevisible, se convierta en un centro de reflexión y de protesta” Y así pudiera cnsiderarse, pues la acusación titánica contra la Fortuna es, desde Petrrca, un tema frecuente por ejemplo en la poesía italiana.

Todo ello, como elucidario, no parece alejado de esta conclusión: “para el Renacimiento –en sentido genérico- la clave de la Edad de Oro sea, únicamente, la sentencia mítica de Asclepius con que Pico de la Mirándola, pensador axial al respecto, inicia su Oratorio: Magnum miraculum est homo. Así parece hoy todavía oportuno el considerar el legado que tal època representó.