Gaspar José Jover Polo.
Este libro de Roberto Bolaño no es una novela amable, no es comprensiva con las debilidades humanas, no se presta a desplegar una visión en última instancia optimista sobre la solución de los problemas, y todo esto se debe en gran parte a que la acción se desarrolla principalmente en Santa Teresa, en una ciudad mejicana que condiciona mucho la vida de los personajes protagonistas. Bolaño nos cuenta que Santa Teresa es un núcleo urbano compuesto por un 70% o un 80% de pobres casas situadas en barrios humildes y en complejos chabolísticos, alrededor de los cuales se alzan, además, enormes basureros ilegales y numerosas fábricas tercermundistas a las que llaman por allí “maquiladoras”, desde donde parten las carreteras que se adentran en el desierto y en territorio de EEUU. En Santa Teresa, a las fábricas que crecen repartidas de forma arbitraria por las afueras de la gran ciudad se les llama «maquiladoras». Y este nombre, «maquiladora», suena peor que «fábrica» e induce a pensar que las obreras, sobre todo ellas, la mano de obra femenina, sufren un plus de peligrosidad por trabajar en unas industrias que actúan al margen de cualquier tipo de reglamento.

Y este espacio físico y humano condiciona mucho el desarrollo de la acción novelística debido, sobre todo, a que los cadáveres de las mujeres mejicanas asesinadas sin ton ni son suelen aparecer arrojados o medio enterrados en los basureros o en los baldíos, en los descampados próximos a esta zona urbana, en los arcenes de las carreteras secundarias y de las pistas vecinales, en un ejido, en un despoblado: “El cuerpo se localizó a la entrada del basurero clandestino llamado El Chile (…). El alcalde de Santa Teresa decretó el cierre del basurero, aunque luego cambió la orden (su secretario le informó sobre la imposibilidad jurídica de cerrar algo que nunca se había abierto)”. «La llamada que puso sobre aviso a la policía la efectuó una mujer que se había acercado al basurero a tirar un refrigerador, al mediodía, una hora en la que no hay vagabundos en el basurero, solo alguna partida ocasional de niños y perros».
Santa Teresa aparece en 2666 como una ciudad con extensos basureros ilegales, tanto en las afueras como por en medio de los barrios más pobres. La basura parece allí un problema mayor que en otros grandes espacios urbanos; es posible incluso que constituya su principal característica como población, pues el narrador afirma que se piensa en construir nuevos emplazamientos para arrojar la basura o en la ampliación de los que ya existen. El narrador se refiere por extenso y en numerosas ocasiones a estas parcelas y saca conclusiones aterradoras: “Los habitantes nocturnos de El chile son escasos. Su esperanza de vida breve. Mueren a lo sumo a los siete meses de transitar por el basurero. Sus hábitos alimenticios y su vida sexual son un misterio. Es posible que hayan olvidado comer y coger”.
Los montones de basura, el desierto, pero además, en la ciudad de Santa Teresa se dan otros factores medioambientales y culturales cargados de peligro; es decir, se produce la combinación perfecta de factores desencadenantes del drama. A la basura se suman el desarrollo industrial y demográfico sin control, la febril actividad mafiosa de las organizaciones dedicadas al tráfico de droga, el machismo tradicional, la ineficacia de las autoridades, los espaldas mojadas, y, sobre todo, la proximidad con la frontera de EEUU. El drama principal es la proliferación de los asesinatos, sobre todo de mujeres; pero, según el novelista, nadie les presta la debida atención aunque puede que en ellos se esconda “el secreto del mundo”.
El lector tiene derecho a saber de antemano que va encontrar poco respiro a lo largo de las mil y pico páginas que componen 2666. Bolaño elige hablar, en este grandioso monumento literario, del drama que se desarrolla en Santa Teresa, en el norte de Méjico en general, y, como consecuencia, la lectura de este libro puede herir la sensibilidad del aficionado que se atreva con él.

