ESPAÑA EN SORDINA
UBRIQUE ABRAZANDO ROCAS

POR ANTONIO COSTA GÓMEZ
Recuerdo ese pueblo encajado en rocas al pie de un farallón enorme. Subimos a una calle que estaba en lo alto y desde allí se apreciaba todo mejor. Un roquedal impresionante enmarcaba el pueblo. Casas blancas se refugiaban detrás de tapias blancas a la sombra de los cipreses. La roca enorme hacia un cielo de desenfreno azul se levantaba al pie de algunas casas como si fuera la continuación del pasillo.
Una roca oscura sin paliativos se pegaba al blanco de una casa en una calle estrecha, hacía apasionada la calle. Era como una aparición monstruosa y solitaria llena de vida. Desde un mirador mirábamos la montaña vertical pedregosa como si todo fuera para nosotros. No se conocía la mezquindad en ese pueblo.
En una foto que tengo el pueblo se desperdiga blanco y neblinoso como un sueño en mitad de los montes. Debe de ser al atardecer, el sol se pone soñador y pone soñador todo el pueblo. En otra el monte es como un monumento señero, se levanta teñido por el sol detrás de nosotros y va creando sombras misteriosas.
Veo aguas con reflejos caprichosos debajo de un puente de ladrillos. Veo una calle en escaleras entre edificios blancos sombríos que se dirige hacia un farol callado a lo lejos. Veo una plaza vibrante con terrazas bajo un árbol desatado. Y veo allá arriba, muy lejos, una cruz blanca presidiendo los montes. Una luz blanca más allá de un farol que parece la Luna llenando el pueblo entero de un fervor poético.
El hombre tenía en su casa una reproducción muy grande de una pintura de Altamira, un bisonte desmelenado soltaba sus cuernos desmelenados y curvos en la magia sin peso de la pintura. Era fuerte pero ligero, era la gracia andaluza. Tenía un toque rojizo y se asimilaba a la reciedumbre de la piedra.
El diseño de la casa era muy moderno en el mejor sentido, muy moderno pero muy ágil, y se comunicaba muy bien con toda la magia telúrica del pueblo. No había encierro ninguno, solo había agilidad e intensidad. Era fácil pensar o soñar allí, era comprensible ir a refugiarse allí desde el tráfago de Madrid.
Lo último es una petunia enorme que se pone delante de balconadas claras y oscuras. Una petunia con las hojas abiertas que lo comenta todo tan suelta. Y hace como Rilke, destila la extrañeza apasionada.
FOTO DE CONSUELO DE ARCO

