Ricardo Martínez.

Movimiento silencioso sería una de las posibles definiciones, creo, de marioneta: mueve los hilos de la vida, de los sueños, del personaje no expresamente humano pero solapadamente reivindicativo.

Y por ello también principio de armonía, incluso de razón social en la medida que el silencio de las marionetas puede ser el vehículo (simulado) ideal para propagar virtudes politicas y sociales en contra de la censura, de algunas reformas políticas; en fin, de defensa de la libertad.

Kleist, de familia militar y militar él mismo, tenía una conciencia cívica que rebasaba con mucho los estrictos dictados de un gobierno austríaco próximo a ideas restrictivas cuando no represoras. Siendo así, y movido también por el orgullo de no ver reconocida su obra y por su muy precaria situación económica, intentó publicar en la prensa un título que se acomodaba a sus ideales, contrarios, ay!, a los del régimen político en el que vivía.

El título ‘Sobre el teatro de marionetas’ era un ejercicio de protesta en contra de las directrices del Teatro nacional prevalentes en Berlín (corrían las primeros decenios del siglo XIX), y a la vez una reivindicación política y social en contra de las reformas del gobierno.

Después de muchos avatares consiguió publicarlo, pero la recepción de los lectores fue muy tibia, y junto a ello “se ha de tener en cuenta que los teatros de marionetas estaban sometidos a una severa supervisión por parte de las autoridades de Berlín, que los consideraba ‘obscenos y peligrosos’, pues podían influir negativamente en la moral del pueblo”

Tal decepción habría de ser la causante de que, en 1811, en compañía de su amada Henriette Vogel, ‘una mujer culta, lectora de Shakespeare, Cervantes y Goethe, se suicidasen ‘a orillas del pequeño Wannsee’. Una vez más perdió –no digamos que fracasó- la racionalidad a favor de unas cohartadas libertades.

“La presente edición –se nos informa en el prólogo- ofrece una traducción del ensayo ‘Sobre el teatro de marionetas’, así como de otros breves textos relacionados con el teatro, la pintura, el pensamiento y la música publicados en las Berliner Abendblätter”

A día de hoy podemos decir que la prosa de Kleist, además de esencialmente reivindicativa en favor de la libertad de expresión, es de una elegancia, claridad y precisión que bien puede ser considerada como de las más brillantes de cuanto haya dado la literatura germana.

Si acudimos al texto, en una publicación en torno a santa Cecilia y la música –germen innato en la prosa centroeuropea que ha de tenerse en cuenta por la reivindicada formación musical en los programas de enseñanza- podemos leer: “A la pregunta sorprendida de las monjas de cómo se había recuperado tan de repente, respondió que no había tiempo para monsergas, distribuyó las partituras que llevaba bajo el brazo y se sentó, ardiendo en entusiasmo, al órgano para dirigir desde allí esa extraordinaria pieza musical. Acto seguido, algo así como un consuelo maravilloso y celestial inundó el corazón de las piadosas mujeres”. La traducción, muy cuidada como siempre, es de Adan Kovacics.