Horacio Otheguy Riveira.

Una novela con una panorámica social donde el deseo sexual se expande a través de una narración cercana y distante, pudorosa. Pudor literario para afrontar el delito de abortar, y desde las primeras páginas, compromiso con la libertad femenina en un entorno judicial machista.

El jardín de los inocentes navega por el cruel territorio del Sálvese quien pueda y El todo-vale con tal de protegerse a uno mismo, matando, descuartizando, y sin embargo, amando como si no hubiera un mañana. De allí, que vemos con claridad el comportamiento de dos inmorales –estudiante de medicina y amante convertida en enfermera voluntariosa– con éxitos económicos y luctuosos fracasos.

 

 

Carlos Pinto es un periodista de sucesos que escribe esta novela con amplio conocimiento del contexto social. Entre su notable variedad de personajes cuenta con muchachas de 16 a 20 años a las que les urge abortar, un estudiante de medicina ultra ambicioso de gran inteligencia criminal, y mujeres adultas de clases sociales contrapuestas con rasgos distintivos ante el acuciante asunto de quienes, ávidas de culminar la espiral de placeres sexuales, caen víctimas de una falocracia imperante que las embaraza –en el 90 por ciento de los casos– para luego desaparecer.

Un estilo conciso que articula una estructura y lenguaje literario, claramente heredero de la obra de Georges Simenon (Bélgica, 1903-Suiza, 1989) y su célebre Comisario Maigret [protagonista de una serie de novelas publicadas entre 1929 y 1972].

De Maigret, Caros Pinto hereda intuición, parsimonia y, sobre todo, capacidad de empatizar con inocentes y algunos culpables en un nivel de comprensión que no le impide ser duro con el sadismo imperante. Sin duda, ha sabido crear un gran fresco de perversión social con un admirable protagonista en la piel de un policía con voz propia:

Facundo Pineda no era un hombre de medias tintas; se definía como liberal y hedonista, pero a la vez poseedor de un profundo sentido social. Era un librepensador, de mirada agnóstica, que no daba vuelo a teorías conspirativas y se distanciaba, sin dudar, de los extremos fundamentalistas.

 

Muertes marginadas, crímenes silenciados

 

Patio de los disidentes en el Cementerio General de Santiago de Chile. Sepulturas del siglo XIX, cuando la Iglesia Católica admitió enterrar tras un muro a quienes consideraba que no merecían perdón por defender ideas contrarias a las establecidas por el Vaticano. En la novela, este «Patio» tiene destacado protagonismo con muertos lejanos y víctimas de hoy.

 

«En la puerta del café, las melodías arrabaleras le resonaron familiares. Esta vez los tangos le resultaron más encantadores y volvieron a avivar sus recuerdos. Facundo no pudo evitar retroceder a su infancia, y afloró la imagen de sus padres cuando bailaban juntos. Un momento catártico, tan necesario para lo que estaba viviendo…» (Óleo anónimo en el bar del hotel museo El Edén, Córdoba, Argentina).

 

El placer sexual como un juego adolescente

 

Carlos Pinto consigue que sigamos los pasos del policía, su amante psicóloga, y su ayudante Donato, quienes siempre viven situaciones muy interesantes. En total, un juego de prestidigitación admirable, incluso cuando alcanza al autor cierta dosis de ingenuidad: breves fogonazos que tornan más apasionante el seguimiento de crímenes provocados con la naturalidad de quien no tiene otro norte que el de protegerse de la cárcel y, por tanto, corromperse hasta extremos insondables…

 

 

«Segundos después de que sonara el timbre, Emilia se asomó a la ventana -su mirador- y no tuvo dudas sobre la razón de las visitas de estas adolescentes de uniforme. Por lo tanto, concluyó que no   había nada que temer. Las hizo pasar al living y no alcanzó a abrir la boca cuando Maca, la vocera, abrió los fuegos. Tras asegurarle a la mujer que tenían enfrente que Andrea era su mejor amiga, le explicó que esta se dejó encantar por su pololo [novio] sin tomar recaudos.

—Él se sintió engañado y la dejó sola en esto.

—¿Y cómo supiste que estás embarazada? -Emilia fijó los ojos en Andrea- ¿Fuiste al ginecólogo?

—No, me hice un examen en la casa.

—¿Qué examen?

—Bueno, yo siempre escuché a mi abuela decir que el test del vinagre era muy efectivo, y eso hice.

—O sea, ¿no viste nunca a un médico?

—No.

—¿Y en qué consiste ese procedimiento? El test del vinagre, me dijiste, ¿no?

—En un vaso limpio deposité mi orina en ayunas. Después le puse una cucharada grande de vinagre y lo dejé reposar como veinte minutos más o menos.

—¿Eso es todo?

—Sí.

—¿Y cómo se sabe el resultado?

—Si el líquido se mantiene igual, es negativo, y si se forma una espuma o la mezcla cambia de color, positivo. Y eso me pasó a mí, la mezcla cambió de color —detalló la escolar, cuya candidez llegaba a ser enternecedora.

—¿Qué edad tienes?

—Cumplí quince el mes pasado.»

 

Carlos Pinto es un periodista, guionista y presentador de televisión chileno. En 2018 publicó su primera novela, El silencio de los malditos, con la que alcanzó un gran éxito dentro y fuera de su país.

 

Un periodista consigue acceder a un peligroso delincuente al que nadie ha podido entrevistar. Solos, en una pequeña habitación dentro de la cárcel, se inicia un relato que, más que una confesión, es un viaje profundo a los inescrutables dominios de una mente criminal. El silencio de los malditos es la historia de un hombre que ha cometido un horrendo asesinato sin justificación alguna, pero que devela una vida de privaciones, dolor y venganza.