ESPAÑA EN SORDINA
ABIGARRADA SEPÚLVEDA

POR ANTONIO COSTA GÓMEZ
Un trozo de muralla, un ayuntamiento, un campanario. Una casa particular, una balconada. Una cigüeña presidiendo en lo alto. Todo en el mismo edificio.
Fuimos a Sepúlveda un día desde Madrid y quedamos encantados. Por sus soportales tan hondos y protectores. Por sus tiendas tradicionales con sacos de harina. Por su cochinillo tan literario como las obras de Cervantes. Y nada calvinista.
Pero lo que más nos alucinó fue esa plaza mayor. Donde se mezclan ideas de edificios como en un sueño. Todo se mueve, todo se convierte en otra cosa. No se respetan los límites de las ideas. Y esa ambigüedad abigarrada es una liberación.
Gerald Manley Hopkins escribió en el poema “Abigarrada hermosura” toda la potencia estética de Dios al mezclar tantos árboles, animales, plantas, ocurrencias, vegetación imposible, aparición incesante. El mundo tal como lo crea Dios, dijo el monje Hopkins, es como una alucinación llena de fuerza que nos inspira y nos exalta y nos anima.
También podríamos cantar lo abigarrado de España. Esos pueblos donde se mezclan tantas cosas, como un refugio contra el diseño moderno calvinista que nos encierra en rombos y triángulos. Esas catedrales que se fueron haciendo a lo largo de los siglos en estilos superpuestos.
Y también crímenes estúpidos, como una fachada en Salamanca que esconde otra fachada románica fascinante (y te obliga a pagar por verla). Esos entusiasmos góticos cercenados por la guillotina del gótico, como en Pamplona. La arquitectura a veces es arrogancia y asesinato.
Pero esa plaza de Sepúlveda te saca de tus casillas, en el buen sentido. Te obliga a seguir viendo España, y te muestra que no es aburrida. Te muestra lo que es el tiempo y que somos tiempo, como decía Antonio Machado. Distintas formas te miran, se acercan a ti sin complejos. Y entonces España es un sueño, algo abigarrado. Aunque tantas veces también se volvió una pesadilla.
Sobre todo cuando manda la burocracia y la rigidez.
No creo que vuelva nunca a esa plaza castellana de Sepúlveda. De la Castilla de verdad, con sombra y harina, sin remilgos ni rombos. Pero estoy orgulloso de haber caminado por allí una vez.
POR ANTONIO COSTA GÓMEZ
FOTO DE CONSUELO DE ARCO

