Ramiro Gairín Muñoz (Zaragoza, 1980), casado y con un hijo, vive en Fiscal, un pequeño pueblo del Pirineo aragonés. Es ingeniero de montes especialista en hidrología y drenaje y ha publicado hasta la fecha trece de libros de poemas, siendo el más reciente La vibración del mundo (RIL Editores, 2025). Con su anterior entrega, Carreteras que brillan en el bosque (Reino de Cordelia, 2024), obtuvo el Premio de Poesía Ciudad de Salamanca y fue finalista de los premios Ciudad de Churriana y de la Crítica Aragonesa al mejor poemario del año. Ha obtenido otros premios como el Ciudad de Arnedo o el Ángel Miguel Pozanco, y resultado finalista en el Gil de Biedma, José Hierro o Pilar Fernández Labrador. De su producción anterior se pueden destacar Que caiga el favorito (2011), Por merecer el día (2013) y Lar (2016; todos en la colección “La gruta de las Palabras” de Prensas de la Universidad de Zaragoza), Aguanieve (Isla de Siltolá, 2015), Llegar aquí (Versátiles, 2020), La ciudad que no somos (Polibea, 2020) y Tiempo de frutos (Piezas Azules, 2022). Sus textos han aparecido en revistas culturales como Turia, Caracol Nocturno, Rolde, Eñe o Casapaís, y sus poemas y haikus se hallan incluidos en una decena de antologías. Hoy vuelve por esta sección para darnos su primera impresión sobre La vibración del mundo, que acaba de ver la luz.
Fue un libro un poco inesperado
Javier Gilabert: ¿Cuándo y cómo surge la idea de La vibración del mundo?
Ramiro Gairín: Antes que nada, os quiero dar las gracias a ti y a Jesús Cárdenas por el interés en este nuevo libro y por darme de nuevo ocasión de explicarme y contestar tus preguntas en Culturamas, cuando va siendo cada vez más difícil encontrar espacio para la poesía en los medios.
Para mí, fue un libro un poco inesperado. Pensé y sentí al principio que, con los trabajos que acarrea la paternidad, iba a ser muy difícil encontrar tanto los poemas como el tiempo para decantarlos y trabajarlos. Sin embargo, y quizá por todo lo que tiene de (bendito) torbellino físico, mental y emocional esa paternidad, los poemas se fueron presentando, aparecieron, necesitaron salir. Y muchos de ellos fueron tomando forma en las noches de porteo y pelota de pilates para dormir al bebé, en los paseos con carro por el barrio para sus siestas, etc.
Este es el poemario que más tiempo ha pasado conmigo
¿Ha cambiado de algún modo tu proceso de escritura en este libro respecto a tus anteriores poemarios?
Este libro es anterior al último que había publicado (que fue premiado y se “adelantó” a La vibración del mundo), y creo que es en este poemario donde empiezan los cambios que cristalizaron en el premiado Carreteras que brillan en el bosque. El proceso además cambió, como te decía arriba, porque ya no era posible sentarse en la mesa de trabajo para pulir los poemas, para darles la forma deseada. Eso a partir de entonces iba a suceder en paseos, en noches de desvelo, en momentos de soledad de tareas cotidianas, en trayectos. Por tanto, este es el poemario que más tiempo ha pasado conmigo, venía siempre dentro de mí, y conmigo (una copia física en mi mochila), porque en cualquier momento podía encontrar momento y lugar para volver sobre él.
¿Qué claves te gustaría dar a quienes abran La vibración del mundo por primera vez?
El tema, en este caso, es cristalino, y las palabras de contracubierta de Jesús Jiménez Domínguez lo subrayan: la paternidad, la llegada al mundo del hijo, que transforma a una pareja en una familia. Y aparece, como consecuencia, una nueva manera de mirar las cosas, muchas de la cosas que habían sido cantadas hasta entonces en poemas anteriores: se reinaugura el mundo, se mira por primera vez, porque los ojos son nuevos, se acaban de abrir.

¿Qué efecto esperas provocar en quienes lean estos poemas?
Tanto si la experiencia es compartida como si se trata de lector@s que no han pasado por ella, el libro aspira a universalizar estos asombros, estas revelaciones, estos desvelos. El hecho, en este caso por la llegada del hijo, de volver a mirar el mundo desde cero, de volver a ser conscientes de que todo es una herencia y un legado, que nos atraviesan el tiempo y la memoria, los cuidados, creo que es una experiencia poética y sensorial, creativa, que puede tener un origen muy diferente y enfocarse de maneras muy diversas, pero alcanzar a la mayoría de las personas alguna vez en nuestra vida.
¿Qué papel juega la estructura o disposición de los poemas en el libro? ¿Fue resultado de una decisión meditada o de la intuición del proceso?
Los poemas están ordenados más o menos cronológicamente, en cinco secciones, desde la espera de la llegada hasta una última sección (“El mundo terminado”) que incluye tres cartas finales al hijo, porque creo que tiene mucho sentido que esta vez sea el tiempo y las capas acumuladas de experiencia, de pasos y aprendizajes, el que guíe el proceso de lectura.
Una vertiente de mi poesía ha ido siempre pegada a la vida
¿Cuál dirías que es la relación de La vibración del mundo con tus libros previos? ¿Hay en él eco de algún título anterior, o sientes que exploras un territorio distinto?
Una vertiente de mi poesía ha ido siempre pegada a la vida, a mi vida y mis acontecimientos biográficos, ha sido como una especie de diario en verso. Este volumen es otra entrega más en esa línea, y recoge ese cambio irreversible que supone convertirse en padre y abrazar esta condición ya para siempre, que condiciona a su vez todo lo que has sido hasta entonces. Por ello, entronca con libros como Que caiga el favorito, Lar o Tiempo de frutos, que han ido contando, con el amor como teoría del conocimiento, el mundo que iba creando una pareja que, ahora, ha devenido en familia. Pero claro, en este caso, exploro a su vez un territorio distinto, y los poemas acogen cambios en la expresión, porque el territorio vital también es muy distinto, se ha visto sacudido.
Te pongo en un aprieto: si tuvieras que quedarte con tres poemas de este libro, ¿cuáles escogerías, y por qué?
Es difícil, cierto; como he dicho, este poemario es el que más tiempo ha pasado conmigo, por su gestación y por el proceso de escritura, siempre lo llevaba encima, lo pensaba, le daba vueltas. Me voy a quedar con “Valle de Bujaruelo”, “De natura deorum” y “La vibración del mundo”; creo que son significativos del conjunto y son algunos de los poemas que más han gustado a los lectores que ya me han hablado del libro. Pero como diría Groucho Marx con sus principios, tengo otros. Y están en el libro [risas].
En mi vida ha habido dos cambios, dos comienzos de nuevas vidas, seguidos
En tu último libro, la naturaleza, la vida rural y la familia se entrelazan. ¿La vida en Fiscal y el contacto íntimo con el Pirineo han cambiado tu manera de mirar (y de escribir) el mundo?
Sí, desde luego. En mi vida ha habido dos cambios, dos comienzos de nuevas vidas, seguidos. Este libro, La vibración del mundo, canta al primero, al hecho de convertirme en padre. Y el libro que mencionas, Carreteras que brillan en el bosque, cuenta el segundo, la mudanza de la familia desde la ciudad a un pequeño pueblo de montaña. Es curioso porque, a posteriori, con el libro ya terminado, me he dado cuenta de que La vibración del mundo, aunque escrito todavía en la ciudad, ya contiene un buen puñado de poemas, casi un tercio, escritos en los parques o afueras naturales de la ciudad, o en escapadas al monte. Ya estaba ahí ese deseo de darles al hijo y a la familia la oportunidad de vivir y mirar vivir desde un centro diferente, muy lejos del centro, mejor dicho. Para muchas cosas, hemos venido a otro mundo, y eso cambia la manera de habitarlo y de escribirlo.
He edificado esta poesía como un lugar de refugio
Se ha destacado que tus poemas funcionan “como puertas abiertas” y acogen al lector en un espacio de hospitalidad. ¿Hay consciencia deliberada de ese tono acogedor, o surge naturalmente de tu propio modo de habitar el tiempo y el espacio?
Yo creo que existe de modo natural en mi manera de habitar espacio, tiempo y escritura. No he pretendido hacerlo así de forma deliberada, pero ya desde mis primeros poemarios se ha destacado esa cualidad acogedora, hogareña de mi escritura. Quizá también porque sin darme cuenta he edificado esta poesía como un lugar de refugio en el que recogerme, o guardar lo mejor de mi vida. A veces, dada mi afición al románico, me gusta definir mi poesía, frente a las altas catedrales góticas que son capaces de levantar otros poetas más dotados, como una pequeña iglesia románica en medio de la naturaleza, de la montaña (un San Adrián de Sasabe, un San Juan de Busa), de proporciones más humanas, más redondeadas, hecha con materiales comunes en el paisaje, que pueda acoger al caminante, al lector, y brindarle un tiempo de refugio, un poco de calor, hasta que decida seguir camino.
La serenidad es un ideal
En esta etapa parece asomar una serenidad nueva, pero también el misterio de lo cotidiano. ¿Qué te interesa del asombro y del milagro de lo inmediato?
La serenidad es un ideal, la epicúrea, más que la estoica, diría, pero creo que en las circunstancias vitales actuales es difícil de alcanzar, en la crianza de un hijo, el pico de la curva de la carrera profesional, etc. Quizá por eso se escribe, o se escribe así, aspirando a una serenidad que es difícil de obtener y que, quizá cuando llegue, acabe con la escritura. Y por eso lo que sí hay es asombro y milagro, reconocimiento del carácter casi sagrado de la realidad, de la cotidianidad, porque nos asalta en medio del fragor si está la mirada educada en cierta condición poética. Y porque con esas miguitas seguimos el camino, seguimos la búsqueda.
Quiero dejar testimonio de que esta vida hay que construirla
El libro está atravesado por la herencia y la educación: ¿cómo dialogan paternidad, infancia y naturaleza en tu poética reciente?
Dialogan incesantemente porque son ahora mismo los ejes de mi vida, de la vida que mi mujer y yo queremos construir; pero también porque, además, en la escritura quiero dejar testimonio de que esta vida hay que construirla, es un propósito en marcha (la creación de una familia, la vida rural elegida, apartada de los cánones). Quiero dejar constancia del proceso, quiero conservar lo vivido, quiero que algún día mi hijo lo lea, sepa por qué vivimos así y aquí (o por qué lo intentamos una vez), lo que ocurrió, cómo lo hicimos.
Soy un Antonio de Guevara en pleno menosprecio de corte y alabanza de aldea
Sueles aludir a la condición periférica, tanto personal como literaria. ¿Qué significa para ti escribir desde “la periferia” hoy: aislamiento, libertad, desafío…?
Para mí significa la única manera de la que puedo escribir, puesto que es la manera en la que vivo estos últimos años. Me permite mostrar que no todo ocurre en la metrópolis, en las capitales, que hay mucho que cuidar y que testimoniar fuera de ellas. También, es verdad, es una decisión que reduce visibilidad, no tanto en cuanto a difusión o posibilidades de llegar al lector, puesto que ahora con internet y los envíos de libros, puedes leer lo que quieras y donde quieras, sino por el hecho de no poder tejer ciertas redes, refugiarte en la pertenencia a grupos, colectivos, generaciones que se crean en torno a una vida cultural que, no nos engañemos, permite y favorece la aparición de reseñas y críticas, bolos, ciclos (muchas veces funciona así, un hoy por ti mañana por mí). Pero ahora mismo, eso también me da mucha pereza; soy un Antonio de Guevara en pleno menosprecio de corte y alabanza de aldea.
¿Qué sentiste al ver Carreteras que brillan en el bosque tan reconocido y premiado, y cómo ha influido ese impulso en el libro actual sin dejarte arrastrar por expectativas externas?
Pues ha sido muy gratificante, sobre todo por lo que te contestaba justo arriba. Cualquier escritor que hable con la mano en el corazón puede decir que eso de que te hagan caso, te lean, te reseñen, te entrevisten, te metan en listas de lo mejor del año, aunque sea todo a la escala liliputiense en la que se mueve la poesía, es bonito. Carreteras que brillan…, con su premio Ciudad de Salamanca y otros reconocimientos, me ha llevado a altavoces, a lugares, a los que nunca me había asomado, y allí había lectores nuevos, y en mayor número, y había periodistas, críticos, de los que aún son prescriptores de lecturas, hablando bien de lo que habías escrito. Y en mi caso, además, eso ha funcionado más como un refrendo, como un pasaporte para seguir camino y seguir escribiendo, que una presión paralizante. Es verdad que La vibración del mundo estaba escrito y contratado editorialmente antes, pero también que, después del premio y su repercusión, ha seguido el trabajo, han seguido los poemas, y me he permitido volcarme más en ellos, con más seguridad.
Si tuvieras que definir con una imagen nueva el “centro emocional” de tu poesía presente, ¿cuál elegirías?
Pues igual suena conservador, en un tiempo en que la poesía busca y encuentra caminos en la reafirmación de las identidades no normativas, en la deconstrucción del propio lenguaje, en la denuncia de estructuras, pero ahora mismo sería la familia, la tarea de crear una, de darle un lugar en el mundo, porque creo que es la mayor aventura de mi vida.
Por último, como lector, ¿de quién te gustaría conocer su «Primera impresión»?
Me encantaría ver pasar por aquí a Víctor Herrero de Miguel, por ejemplo, un poeta del 80 que irrumpió hace poco (fue ganador del Ciudad de Salamanca un año antes que yo) y no para de dar libros buenísimos, sabios, llenos de lecciones. O el veterano Eloy Sánchez Rosillo, uno de los grandes actualmente (¿el más grande?) que acaba de sacar nuevo libro.
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Tres poemas de La vibración del mundo
VALLE DE BUJARUELO
Aquí queda esta luz
de finales de mayo
cerca del mediodía.
El valle la custodia.
Vendremos a menudo
y nos verá crecer.
Y nos enseñará
a mirarla y a ser
objetivos del sol.
La luz que nos ha ungido;
que nos ha dicho: “Id”.
DE NATURA DEORUM
Cuando el poema acierta,
cuando sé que he encontrado las palabras
que venía a buscar,
sé también que algo malo
va a suceder a cambio.
Y sucede en el cuerpo de mi hijo.
Una noche de llanto inexplicable,
accidentes con sangre,
un fracaso evidente
-otro día que pasa-
en su intento de hablar.
Como si la asamblea de los dioses,
perpleja por la mucha vanidad
del poeta que cree saber algo
de la naturaleza de las cosas,
allí donde más duele, le hostigara.
Le rompiera un espejo.
Para minarlo, para que comprenda
que no debe volver a empecinarse.
Pero aquí estamos otra vez.
LA VIBRACIÓN DEL MUNDO
Aparece si tú nos lo señalas.
Lo que sea, cualquier cosa que llame
tu atención. Todo es nuevo,
puede estar al alcance de tu dedo,
que es ahora tu idioma.
Se crean los objetos otra vez
porque tú nos obligas a mirarlos.
Y el terreno de juego
-los cielos, las corrientes,
la vibración del mundo-.
A veces, incluso,
aquello que se deja de ver cuando
nos hacemos mayores
e intentamos ponerle nombre.

