Por Jorge de Arco.
Las antologías poéticas, desde sus orígenes, no se presentan como simples catálogos de autores, sino como gestos de lectura histórica. Cada una implica una toma de posición, un intento de ordenar el bullir del presente y de detectar en la maraña de voces un pulso común. Por eso, las antologías no solo muestran una época: la inventan. Cuando Gerardo Diego publicó Poesía española. 1915-1931 en los años treinta, selló el mito de la Generación del 27; cuando José María Castellet reunió Nueve novísimos poetas españoles en 1970, instituyó una ruptura estética y vital frente al realismo social. Desde entonces, la tradición española conoce bien la potencia de estas operaciones colectivas: cada compilación puede llegar a delimitar —o no— un territorio simbólico y proponer un modo de leer lo actual.
En ese linaje se inscribe El tiempo está cambiando. Nueva poesía española (Vandalia. Fundación José Manuel Lara. Sevilla, 2025), en edición de Juan Marqués, que recoge a veintisiete poetas nacidos entre 1990 y 2000. Su título —que remite al mítico disco de Bob Dylan— es también una declaración de intenciones: el cambio no es solo una promesa o una nostalgia, sino el entorno mismo en que se escribe hoy. El prólogo y los apuntes de Juan Marqués —piezas de lectura imprescindibles— funcionan como retrato generacional y, también, como manifiesto crítico: describe a estas y estos jóvenes poetas como deslenguados, nerviosos, más o menos libres, hijos de la precariedad y de la incertidumbre, y, sin embargo, conscientes de su propio lugar en la historia cultural. Además, sugiere dos asertos harto significativos: «Que cualquier cosa pueda ser poesía no implica que lo sea»; y que «hay decenas de hombres y mujeres, de chicas y de chicos, que siguen en ese empeño de ser poeta, lo cual es uno de los grandes obstáculos para serlo».
Al cabo, toda antología aspira, en algún grado, a ser una cartografía de lo vigente. En El tiempo está cambiando se dibuja un mapa de coordenadas variadas, donde conviven el experimentalismo y el rigor métrico, la ironía digital y la elegancia clásica, la confesión íntima y el compromiso social. Esta dispersión se asume, aquí y ahora, como signo de vitalidad. Lo que une a estas autoras y autores no es una estética compartida, sino una actitud común ante el lenguaje y el mundo: la conciencia de que la poesía ya no puede ser un refugio aislado, sino un espacio de negociación entre tradición, experiencia y tecnología.
En ese sentido, el volumen se diferencia de otras recopilaciones recientes que pretendían detectar «tendencias» o «escuelas». Lo que Juan Marqués plantea es, más bien, un mosaico de intensidades. Hay en estos poetas una suerte de presentismo alegre: una escritura que asume la fugacidad del tiempo contemporáneo sin caer en el nihilismo. Frente al tono elegíaco de los novísimos o el costumbrismo sentimental de la poesía de la experiencia, aquí encontramos voces múltiples que se orillan en lo que puede considerarse una lírica lúcida, sabiamente vertebrada y, sobre todo, ajena a artefactos seudopoéticos a caballo entre lo comercial y lo pueril.
Los nacidos en los años noventa han vivido la adultez entre crisis: la económica, la ecológica, la digital, la de los afectos. Por ello, pareciera que sus poéticas reflejan dicha intemperie, pero también una resistencia gozosa. Se subraya la aparición de nuevos tópicos —el cristianismo reactivado, la exploración del deseo homosexual, la amistad como valor moral, la precariedad como paisaje vital— y lo hace sin caer en la caricatura sociológica.
En estos versos, los cuerpos son a la vez territorio de placer y de incertidumbre; el amor se despoja del romanticismo tradicional para asumir su carácter líquido y plural; la espiritualidad regresa como búsqueda estética antes que como fe. Y todo ello se despliega con una naturalidad que sorprende: la generación que escribe tras los noventa ha aprendido que la mezcla no es una traición, sino un modo de ser. Puede haber endecasílabos al lado de memes, misticismo junto a ironía, política afectiva junto a culturalismo clásico. No hay impostura en ese eclecticismo: hay, más bien, una fidelidad al presente, a su desorden constitutivo.
Uno de los aciertos del conjunto es reivindicar esa dispersión autoconsciente que caracteriza a los antologados. La idea de dispersión —entendida como la imposibilidad de una voz unívoca o de una identidad poética estable— se ha convertido en un signo de época. La poesía actual no busca un pleno concepto de totalidad o coherencia: busca magnitud, vehemencia contenida en su verbo. En ese sentido, buena parte de los aquí reunidos asume que el único lugar posible es el tránsito. No hay programa ni bandera: hay curiosidad, anhelo, vulnerabilidad.
Un amplio espectro de estas escritoras y escritores exhibe una sólida formación intelectual, una lectura rigurosa de la tradición —desde la mística hasta el modernismo— y una capacidad para trasladar esa herencia a los códigos de hoy. El resultado es una poesía que se mueve con soltura entre los mitos antiguos y los íconos contemporáneos, y que, en cierta manera, significa «estar más atentos al Ikea que a los vencejos, prestar más atención a Netflix que a los cerezos».
Otro punto a tener en cuenta es la reivindicación de la amistad como espacio ético y estético. En un tiempo sin certezas políticas ni estabilidad emocional, la amistad se convierte en una forma de resistencia y de comunidad. Esta poética del vínculo sustituye los antiguos discursos de la épica o del compromiso por un afecto horizontal, una confianza en la conversación y la complicidad. Tal vez ahí resida el nuevo humanismo que propone esta generación: no en la proclamación de ideales, sino en la práctica cotidiana del cuidado y la palabra compartida.
En suma, al par de estas páginas hay una voluntad de afirmación. La primera generación de poetas que ha debutado plenamente en el siglo XXI reescribe las genealogías. Han crecido sin maestros visibles, en un ecosistema de autoedición, redes y revistas digitales, donde la comunidad sustituye a la escuela. Esa libertad, en ocasiones, es también su mayor fuerza.
El tiempo está cambiando confirma que la poesía joven española vive un momento de espléndida diversidad. Juan Marqués ofrece, pues, un mapa sin fronteras: una invitación a leer el presente como renovación, como respiración colectiva. Y a entender que las nuevas voces están aprendiendo a habitar el cambio sin miedo.
—Esta antología está conformada por: María Martínez Bautista, Juan F. Rivero, Manuel Mata, Cristóbal Domínguez Durán, Claudia González Caparrós, Félix Moyano, Luis Bravo, Candela de las Heras, Adrián Fauro, Juan Ángel Asensio, Carlos Catena Cózar, Laura Ramos, Carmen Rotger, Laura Montes Romera, Javier Fajarnés Durán, Óscar Díaz, Lola Tórtola, Rosa Berbel, Guillermo Marco Remón, Juan Gallego Benot, Rocío Acebal Doval, Laura Rodríguez Díaz, María Sánchez-Saorín, Juan de Salas, María de la Cruz, Aitana Monzón y Elisa Fernández-Guzmán.—
