Por Jesús Cárdenas.

La poesía de índole intimista que, teniendo al cuerpo como epicentro, se vertebra desde la memoria, transforma lo vivido en un espacio de revelación y profunda reflexión. Lo acontecido se convierte en materia sensible, intrínsecamente ligada al yo, lo cual dificulta la desestimación de aquello que, pese a su aparente intrascendencia, permanece grabado en la memoria. El cuerpo, como portador del paso del tiempo, con sus inevitables disfunciones y transformaciones, muta en materia sensible. Esta transmutación es tal que, en ocasiones, puede superar -trascender- la propia corporeidad y convertirse en un símbolo con significados más amplios. En este tipo de lírica, la palabra no solo busca restituir la huella de lo acontecido y reconstruir la identidad que se ha fragmentado, sino que aspira también a la reconciliación esencial del ser consigo mismo y con su devenir.

La trayectoria poética de Xulio López Valcárcel (Lugo, 1953), que destaca por una evolución serena pero constante en su profundidad y matiz, gira en torno a ejes temáticos recurrentes: la memoria inasible, el cuerpo como receptáculo existencial, la naturaleza interior que nos conforma y la luz verdadera que sobrevive más allá de lo efímero. Ahora, con la publicación de El cansancio de los cuerpos, el escritor gallego nos entrega una obra que se inscribe armónicamente en su respetado itinerario lírico. Este nuevo título evoca la resonancia de poemarios anteriores, como la luminosidad crepuscular de Solaina de ausencia (1987), la intimidad retrospectiva de Memoria de Agosto (1993), la búsqueda de refugio en Casa última (2003) o la exploración sensible de A melancolía dos corpos (2008), entre otras contribuciones.

El cansancio de los cuerpos se compone de cuatro secciones: «Inventario y recuperación», «Espejismos», «El cansancio de los cuerpos» y «Viaje al Oeste». La más breve de todas ellas, «Inventario y recuperación», se abre con un poema enumerativo, de resonancias borgianas o como puede verse en los poemas enumerativos de Eduardo Moga, donde se realiza un recuento de todo aquello que la memoria debe preservar, así las enumeraciones nominales ocupan lo concreto y lo abstracto, hasta dar con el verso: «las palabras que se hacen verdad en el poema». La vía más intensa para resistir ese cansancio al que alude el título parece hallarse en la experiencia amorosa, en el desgarramiento interior que la pasión impone. Eso sucede en «Cuerpos en el amor», composición que, bajo la sombra de Cernuda, define el amor como «pura melodía de los cuerpos enlazados», donde se funden oración y blasfemia, goce y pérdida, plenitud y vacío, en una lúcida paradoja que convierte la unión carnal en una forma de redención.

«Espejismos» nos adentra en el territorio de la infancia y la memoria emotiva. Si, como sostiene el poeta, «somos lo que recordamos», el retorno a los orígenes se transforma en un ejercicio de reconstrucción del yo, una búsqueda de coherencia entre el pasado y el presente. En «Primer amor» resplandece la emoción inicial, las brasas de un fuego revelador que todavía ilumina la conciencia adulta. Algo similar acontece en «Film», donde la muchacha de la ficción y la real se confunden hasta fundirse en una sola imagen: la palabra poética como única forma de permanencia. Así, el recuerdo y la escritura se identifican, convirtiendo la evocación en acto creador y en afirmación de existencia frente al olvido.

La tercera sección titular, la más extensa, articula de forma notable una profunda meditación sobre la felicidad y su inevitable y dolorosa pérdida, lo vemos en el poema «Nostalgia y refugio». Dividido en dos apartados, el texto se adentra en la memoria como el territorio sagrado donde aún perdura el resplandor de lo vivido. La experiencia amorosa y la belleza se entrelazan y aparecen unidas en un mismo relámpago de plenitud, un instante de revelación que, aunque inasible e irrepetible, confirma la posibilidad fugaz de la dicha. Sin embargo, ese fulgor se transforma pronto en materia nostálgica, en una luz que persiste solo como una huella interior, indeleble. El poema convierte así el recuerdo en un valioso refugio, en una forma de resistencia frente al tiempo implacable y de afirmación del sentido estético inherente a la existencia: «Conjunción de amor y de belleza […] que después continúa iluminándonos / con su pasado fulgor / con su nostalgia». Léase en la misma onda la composición «El cansancio de los cuerpos», un poema que sobresale como pieza clave del libro, aunque las repeticiones recurrentes redunden quizá demasiado en los «cuerpos amados». 

El apartado final se concentra en poemas metapoéticos, en los que Xulio López Valcárcel dialoga explícita o implícitamente con distintos autores. En «Alfa y Omega», por ejemplo, incorpora versos de Antonio Machado, culminando en un cierre estremecedor que evidencia la desnudez y la desposesión como formas de intensidad poética: «en las últimas horas de Collioure. / Ningún testamento más desnudo, / más desposeído». Significativamente, en esta sección reaparece la puntuación tradicional, que había sido deliberadamente suprimida en gran parte del libro, reforzando la densidad y la claridad expresiva de los poemas. Composiciones como «No tendrá tus ojos», sobre Pavese, o «Altas aves», glosa del verso de Jorge Guillén, consolidan la mirada reflexiva del poeta sobre la tradición literaria. El poema «Viaje al Oeste», evoca amor y devoción:  «Yo ya no estaré / pero si algún conocimiento / concedido me fuese, sabe que llevaré grabada / por siempre tu imagen, / musitada la mejor oración / para mis labios: / tu nombre, amor, que llenó de gracia / las horas ardidas del pasado». En este conjunto, la cadencia serena, la economía del lenguaje y la precisión sintáctica, rasgos característicos de Valcárcel, se combinan con una profunda conciencia metapoética, equilibrando emoción y reflexión, rasgo característico este último que atraviesa toda su obra.