Horacio Otheguy Riveira.
Una novela negra asturiana escrita por una historiadora madrileña. Admirable estilo narrativo, de notable fluidez, como si las dramáticas peripecias en torno a adolescentes secuestradas se produjeran a escasos metros de nuestras viviendas. Tal el clímax conseguido con un lenguaje castellano muy rico con rastros de la coloquial lengua autóctona: suma que ahonda los límites del drama ante las dificultades de ciertos amores, junto a la solidaridad de amistades muy profundas.
El paisaje espectacular del Oriente Astur siempre está integrado en la acción, y esta no reposa hasta las últimas líneas, de asombro en asombro uniendo míticas historias de emigrantes en el vaivén histórico de indianos que volvieron ricos, y muchos otros -mayoría, en verdad- que regresaron en busca del último cobijo, más pobres que cuando marcharon.
Naturaleza fascinante y altamente tóxica
Todo está teñido de la lluvia, la niebla, el sol y un árbol milenario, el Tejo (el Texu), clave para resolver el enigma que envuelve secuestros y muertes…
«Desde antiguo se conoce que el TEJO común es un árbol tóxico, en el que todas sus partes, a excepción del arilo carnoso, son venenosas. La toxina ejerce un menor efecto en caballos, perros, cerdos y ovejas. Algunos animales se inmunizan o los inmunizan los ganaderos, como es el caso de los asturcones del Sueve, dándoles de comer pequeñas dosis mezcladas con forraje. […] en la actualidad sabemos que todas las partes del árbol, a excepción del arilo, encierran concentraciones significativas de taxina. Una mezcla compleja de alcaloides y seudoalcaloides… Además de esas sustancias, es posible aislar resinas, taninos, principios amargos y un aceite… La dosis letal para un adulto está entre cincuenta y cien gramos…»
Una minuciosa investigación geográfica recorre como un caudaloso rio la imaginación de una narración bien provista de material histórico, de tal manera que acontecimientos reales (algunos trascritos literalmente de documentos originales) casan de manera clara, espontánea, con una ficción criminal provista de muy ricos personajes.
Marta Huelves inicia con esta novela una trilogía (cuyos volúmenes segunda y tercero comentaré el próximo diciembre) emparentada con el melodrama costumbrista, la crónica policial contemporánea, y una más que notable vocación de testimonio social.
«IRENE ADORABA EL orvallo.
Cuando ella era una niña, Berta, su madre, la observaba sentada en el escalón de entrada de la casa, sonriendo al mirarla y casi sin hacer ruido, temerosa de distraer el juego en el que su hija giraba y giraba con la boca abierta, y la cara y las palmas de las manitas hacia el cielo. La lluvia mansa se posaba en su abrigo rojo y en su pelo castaño; se le derramaba sobre las pestañas y en la punta de la nariz. Los árboles situados frente a la casa acompañaban en la dicha a Irene, mecían sus ramas y dejaban caer pequeñas gotas de lluvia hasta estrellarlas contra las hojas caídas, como una canción de arrullo.
Una oleada de terror
LLUEVE EN COLOMBRES, mansa llovizna, cuando Berta se asoma a la ventana de la cocina sin atreverse a descorrer del todo la cortina. Han pasado muchos años desde aquel baile infantil. Los árboles del bosque esperan junto a la casa, como si también ellos estuvieran aguantando la respiración; las nubes de vaho que el orvallo de otoño arranca del suelo de hojarasca se condensan en el cristal en forma de gruesas gotas transparentes que caen por su propio peso, igual que las lágrimas al resbalar por las mejillas de Berta.
El gris lechoso del cielo ondula hasta esfumarse, devorado por la noche. El bosque oscuro sobre un manto de hojas y, entre la niebla, el cuartel de la Guardia Civil situado frente a la casa, iluminado por la única farola de la calle. La negrura le impide buscar consuelo en las estribaciones de la sierra del Cuera, pese a tenerla tan cerca.
La opresión en el pecho y el dolor punzante, como un puñetazo en la base de la tráquea, abraza el sonido de los latidos de su corazón. Sin pausa, sin descanso.
Abatida por el dolor, Berta cierra los ojos un segundo, tan solo un parpadeo, y, al abrirlos, una oleada de terror en forma de arcada le llena la boca de saliva. El miedo le entra sin freno por cada poro de su cuerpo, haciéndola tiritar de frío. Y, con él, el recuerdo de un terror antiguo, un miedo arrinconado en el lugar más apartado de la conciencia.
Se tapa la cara con las manos mientras niega con la cabeza, sin poder apartar el horror que la consume.
Irene ha desaparecido».
*** *** ***
«… Una mano le acarició el cabello, lo retiró hacia un lado para dejar el cuello al descubierto, con una delicadeza que la hizo estremecer. Ángeles sintió un pinchazo. Era consciente de lo que vendría después. Ya lo había hecho antes.
La angustia le provocó una arcada. Intentó gritas y forcejeó hasta oler la sangra que manaba de sus muñecas atadas.
—Deja que me vaya. No diré nada.
El hombre volvió acariciarle el cabello.
—Mamá, mamá… —balbuceó al sentir las manos del hombre bajándole los pantalones».
*** *** ***
«Nos enfrentamos a un violador muy peligroso. Él mismo es fruto de una violación. Un asesino frío y concienzudo. Un tipo narcisista, selectivo y rencoroso, capaz de esperar durante años la ocasión oportuna hasta conseguir su propósito. Es muy paciente. Un líder. Un profesional valorado por los colegas y sus clientes, por lo que se cree respaldado por la sociedad».

La lluvia como un personaje más, perfectamente imbricado en el fabuloso paisaje, cuya descripción se expresa sobriamente, siempre dentro de las situaciones que se viven con intensidad entre jóvenes y adultos angustiados por igual.



