Por Héctor Peña Manterola.

Una de mis experiencias favoritas del Celsius 232 es desvirtualizar a la gente. Este año, en medio de una jornada maratoniana con mil firmas (como autor), eventos de terceros y comidas con familia y amigos, tuve la oportunidad de hacerlo con Gonzalo Fengari.

En un rápido intercambio, mi mochila, hasta los topes, apretujó sus intestinos para tragar un ejemplar de El hechicero de Karzóin. Con tantas lecturas acumuladas, no ha sido hasta hace poco que la he devorado en tres sentadas.

Sin ser demasiado extensa (unas 300 y poco páginas), la ópera prima de Fengari contiene todos los elementos de una buena novela de fantasía. Centrándonos en que es una historia juvenil, me ha recordado a aquellas lecturas de mis años, como La Puerta Oscura, que tanto influyeron uno de mis borradores «en curso». En El hechicero de Karzóin, seguiremos la pista de tres humanos a un mundo fantástico, Talamdra.

La primera particularidad es que, si bien dos de ellos son adolescentes, el tercero es adulto. No por ello ejerce directamente como mentor, pero sí que aporta varios momentos emblemáticos. Por otro lado, el mundo que construye Fengari nos recuerda en todo momento a esa fantasía feérica que tanto inspiró a Tolkien y que progresivamente se ha visto desplazada de las estanterías. La suciedad y lo humano, la búsqueda de la épica brillante, se impone a los clásicos bosques encantados, a los gnomos, a las hadas… a los elfos.

Como seguir de la obra de Tolkien, sobra decir que ha sido una sorpresa muy grata, al igual que el bestiario mágico al que recurre Fengari (esos escarabajos…) y al concepto de que el nuestro es un mundo que ha perdido su magia. O quizá somos nosotros los que la hemos olvidado. No lo sé.

En cuanto a lo estilístico, Fengari tiene una prosa rica y variada que, en mi opinión, brilla en la voz del narrador a la hora de describir. Es capaz de armonizar situaciones caóticas gracias a la elección correcta de las palabras, sin preocuparse por su sencillez. Esto le da un aura poética que, como decía, me recuerda a esa fantasía original, sin caer en apabullantes descripciones sobre cada árbol que crece en esa cornisa. Y en aquella otra. Y en el prado detrás la colina.

Para finalizar, en lo relativo a la trama, El hechicero d Karzóin tiene una estructura de novela de aventuras. Esto significa que iremos avanzando por diferentes localizaciones, conociendo a personajes cuya extravagancia es pareja a su interés. Ideal para esos lectores que, como yo, añoran ciertas historias, y para los que quieren inculcar en sus hijos adolescentes el amor por la lectura alejándose de los tópicos actuales.