Horacio Otheguy Riveira.
El inspector Badia y la agente Roldán tienen sobre sus espaldas a un Jefe Gris que oscila como un péndulo entre la el estímulo y el desprecio. Un clásico. Pero fuera de esa lucha por obtener los mejores y más rápidos resultados, uno y otra crecen con fuerza.
Ya actuaron en La memoria del tejo, pero es en esta segunda novela de la trilogía donde se asientan como personajes que expanden sus talentos en medio de conflictos personales: el inspector Salvador Badia, víctima de una bulimia nerviosa (no para de comer y de picar, a pesar del Kick Boxing, con traumático pasado que sobrevive en una personalidad ciclotímica), y la agente Marina Roldán, acosada por un jefe en Madrid, obsesionado con su deseo de posesión, a tal punto que pidió traslado a Gijón, hermosa ciudad asturiana, Principado que abunda en exuberantes bellezas naturales, y donde ella vivirá nuevas situaciones límite.
Oriente Astur con su Covadonga, río Sella y Picos fabulosos con la ciudad de Gijón como centro neurálgico más un buen paseo por Oviedo, todo el conjunto paisajístico forma parte de un marco espectacular, en el que, de entrada, ha sido asesinado un empresario, considerado «demasiado buenín, demasiafo guapín», aparentemente gran benefactor, adorado por muchos, menos por su hija, a punto de cumplir los 18.
La búsqueda del asesino -como es propio en el género- se complica con la caída de otra víctima, esta vez, cadáver colocado de rodillas en la puerta de una iglesia… lo que supone entrar en un territorio hasta entonces desconocido, añadiendo la paulatina certeza de que Mónica, la hija de la primera víctima corre serio peligro.
Sin salir de las constantes de la novela negra, esta obra aprovecha la tradición astur de elementos sobrenaturales, de algún modo señalados en la portada donde se asoma, misterioso el bello rostro de una niña. Pero su sentido último llega tras la armónica correlación de fuerzas entre la realista investigación policial y la sucesión de misterios naturales y criminales.
¿Qué es la supervivencia? Una infinita capacidad de sospecha. El topo. John Le Carré

El tercer lago forma parte del majestuoso juego de los lagos asturianos, pero es, también genio y figura de lo sobrenatural en el mágico encuentro de la muerte impactando en la vida para dar ánimo y profundo sentido de plenitud.
«El reflejo de su cara sobre el vidrio le devolvió un rostro triste, el de una mujer ambiciosa que pasaba por una racha incierta. Los pómulos acentuados por el cansancio destacaban su nariz aguileña. Marina deslizó la mano bajo los párpados en un intento de borrar las arrugas y las ojeras.
En el interior de la cafetería, la imagen de Bedia paladeando el churro que acababa de llevarse a la boca le arrancó una sonrisa. La gomina brillaba sobre los cabellos negros del inspector y destacaba las primeras canas. Los mofletes alfombrados por una barba fuerte y resistente al afeitado se movían acompasados por la acción de ingerir hasta el último sorbo de chocolate que resistía en la taza. El hombre, con trazas de gigante, disfrutaba como un niño».
«A un par de metros de su vehículo, una voz infantil la hizo detenerse. Una niña avanzaba hacia ella, visible durante unos segundos bajo el foco de las farolas. La negrura la devoraba y volvía a aparecer en una existencia breve, cual ráfaga de luz. Cuando la tuvo delante, la calle enmudeció. El ruido de los coches, de los transeúntes, del alboroto lejano de una pandilla de adolescentes, menguó hasta desaparecer.
—Marina.
Escuchó una voz suave, fuera de lugar. Frente a ella se encontró a la niña de ojos grises del mercado de Cangas de Onís.
—Solo vine a avisarte. A partir de ahora tienes que mantener la calma. Lo que va a ocurrir, aunque parezca malo, tenía que pasar tarde o temprano…
A Marina se le encendió una alerta. El lenguaje era inapropiado para una niña tan pequeña.
La agente buscó a su alrededor y comprobó que el aparcamiento continuaba vacío. Hasta las luces de la comisaría estaban apagadas. La niña se acurrucó bajo su manto de lana y comenzó a alejarse.
—Me llamo Bricial —dijo con un brillo especial en los ojos—. Para los antiguos astures significaba «fuerte». Tienes que ser fuerte, Marina, tu vida va a cambiar muy pronto.
Y la niña se diluyó entre las sombras».



