Horacio Otheguy Riveira.

El reflejo de la vida cotidiana en espejos deformantes, siempre ha sido en Stephen King una constante con múltiples propuestas dramáticas. Tanto en cuentos y novelas como en variadas versiones para el cine, ha logrado que empaticen con sus personajes millones de personas de muy diversa etnia y lengua.

Desde la fascinante Carrie (1974) libro, y excelente película de Brian Di Palma (1976), el talento de King no ha hecho más que florecer para permanecer en los estantes llenos de libros de autores que él mismo aprecia y no deja de recomendar, clásicos y coetáneos.

Tan amplia su capacidad de producción que rescata un personaje secundario de una de sus novelas para darle protagonismo. Así nace esta Holly, bien dispuesta a que la queramos tanto como él.

 

 

Charlotte es la madre viuda de Holly Gibney, adoradora de Trump primera etapa, a tal punto que le obedece y desprecia la vacunación, por lo que muere atrapada por el Covid.

Ha sido una madre terrible cuyo eco persigue a su hija, quien ha ido de las burlas en el instituto a un largo recorrido de oficios y amores sin trascendencia… hasta ejercer de brillante “investigadora privada, «nada de llamarme detective”; de unos cuarenta años con magra economía, se convierte de un día para otro en millonaria, a causa de una fortuna heredada. Mucho dinero que su madre le ocultó entre mentiras, de manera que ha de convivir con los horrores maternos, salpicados de la insuficiente ternura de su padre.

Holly tiene una personalidad que enamora a medida que avanza en esta su primera novela como protagonista, alguien de quien uno puede desear ser amigo íntimo, de los que reciben su voz inquietante a cualquier hora de la madrugada.

 

 

Una investigadora que Stephen King rodea de escenas magistrales –muchas de ellas con notable estructura cinematográfica, seguramente heredada de su abundante pedigrí de adaptaciones de novelas y cuentos–; capítulos de acción, soledad, camaradería, luchas interiores, solidaridad sin límites (con capítulos de gran homenaje a las poetas) … y, sobre todo, en la recta final, un fantástico espíritu de combate, cuerpo a cuerpo.

Y es que cuando Holly Gibney lucha, descubre que nada sucede porque sí, ni la vergüenza que arrastró inútilmente, ni las agresiones recibidas, pues en una batalla feroz contra el mal “prosaico y estrambótico” que quiere devorarla, descubre insólito coraje en el ojo del huracán: el hábitat ponzoñoso de sus enemigos.

 

Personaje secundario en Mr Mercedes, Holly enamoró a King, y aquí está su compromiso con un personaje adorable. El autor transmite su cariño página a página, y lo hace de tal manera que la vamos queriendo a su paso, con sus defectos y contradicciones, su vaivén de sentimientos encontrados y lucha interior, pero sin desfallecer en una difícil búsqueda de una muchacha desaparecida, para lo cual va descubriendo otras desapariciones misteriosas…

« […] Holly cruza Red Bank Avenue hacia el taller mecánico abandonado, se sienta al volante de su Prius y cierra la puerta. Ha estado aparcado al sol y parece una sauna, pero Holly, a pesar de que casi de inmediato le brota el sudor de la frente y la nuca, no pone el motor en marcha para encender el aire acondicionado. Se limita a mirar por el parabrisas y tratar de asimilar la noticia que acaba de recibir. “Calculo que su herencia asciende a poco más de seis millones de dólares”, ha anunciado Emerson. Más otros tres cuando muera el tío Henry.

Intenta pensar en sí misma como en una millonaria, pero no lo consigue. No lo consigue ni de lejos. Solo ve el avatar del Tío Rico de Monopoly con su bigote y su chistera. Piensa qué podría hacer con su fortuna recién descubierta. ¿Comprarse ropa? Ya tiene más que suficiente. ¿Comprarse un coche nuevo? Su Prius es muy fiable y, además, aún está en garantía. No hay necesidad de ayudar a Jerome en sus estudios, ya lo tiene todo cubierto, aunque supone que podría ayudar a Bárbara. ¿Viajar? A veces ha fantaseado con hacer un crucero, pero con el Covid descontrolado…

—Ufff –masculla-. No.»

«No hay cadáveres, se han deshecho de ellos de alguna manera, y las víctimas no tienen absolutamente nada en común. Desconozco cuál puede ser el motivo del Depredador, o por qué lo están ayudando, pero el hecho mismo…

Se interrumpe y, con el ceño fruncido, se plantea cómo expresar lo que quiere decir a continuación (“A veces pensar es saber”). Luego prosigue, hablando a la ventana. Hablando para sí.

— El hecho mismo de que las víctimas sean tan distintas, en realidad pone de relieve el método. Porque en todos los casos…»

 

Un clásico de la novela negra, en manos de Stephen King (Maine, 1947) adquiere planos de nuevo suspense, bañado de terror: Holly descubre que tras el confort de la hermosa casa victoriana, una pareja de profesores cultos encuentra en el asesinato de gente joven un muy gratificante canibalismo…