Manuel Vilches Morales.
En su nueva novela, La puerta de al lado (Ediciones en Huida), el poeta y narrador Martín Luna se adentra por las grutas más oscuras de su ciudad, la milenaria Híspalis. Bajo una trama de amor y desamor (descrita sin pétalos de rosa y con una intensa profundidad psicológica) subyace un estrato más profundo, una verdad escabrosa, que va emergiendo poco a poco del relato, en un desfile de personajes naufragados.

Víctimas de una situación social difícil (o hablando claro, trágica), estos personajes del submundo sevillano son dibujados por el autor con ese realismo creíble de quien los hubiera conocido muy de cerca, y sintiera el deber moral de denunciar el flagelo que rigió sus vidas, cual maldición de un dios caprichoso.
El conformismo burgués queda pasmado ante la verdad desnuda que Martín Luna destapa con crudeza, máxime cuando esa realidad todavía subsiste, muy cerca de nosotros (por más que finjamos ignorarla), rumiando su tragedia tras «la puerta de al lado» de cualquier vivienda de nuestra calle o bloque.
Con un pulso narrativo de calidad indudable, y con una altura poética que roza el firmamento, Luna nos traslada, con abrupta suavidad, a una Sevilla oculta. Es aquella ciudad en crisis que durante su niñez y juventud él mismo transitó tantas veces, en un tiempo hoy ya caduco, pero aún bastante cercano. Y de camino, abre de par en par las puertas de un infierno subterráneo, que aún perdura.
Ejerciendo una vez más como narrador lírico (o, más bien, poeta narrativo), Luna destila ese aroma de quien procede de la Poesía, sin poder ni querer disimularlo cuando actúa como prosista. Y, sin embargo, el resultado, lejos de resultar disonante, es la conjunción perfecta entre la emoción y la objetividad, la justa dosis de lirismo que humaniza la prosa y la eleva sobre las cumbres de la belleza.
Al zambullirnos en la obra, sin apenas notarlo vamos ingresando en la zona oscura de la urbe, pero arrastrando en la memoria el escozor aún fresco de un amor de barrio. Porque asistimos a una descripción cabal de un proceso amatorio fallido, a la vez que la propia novela conlleva una denuncia de cariz social.
Esa impronta de marginalidad nunca se impone como núcleo temático del relato. Pero se muestra como el factor más lacerante. El proceso degenerativo del Rata (el típico chavea de barrio nacido «con las alas rotas» y abocado al fango desde la niñez) es el más claro ejemplo de ello. No obstante, es el propio barrio de Pino Montano el eje estructural (y sobre todo emocional) de la novela, con todo su bagaje de recuerdos y personajes taciturnos, derrotados por la vida.
Las circunstancias penosas de aquel barrio de trabajadores y trabajadoras en pugna por la subsistencia diaria, se describen con tal exactitud y realismo en los detalles, que deducimos un conocimiento directo de dichas situaciones por parte del autor, quien además las retrata untándolas de un profundo humanismo.
Lidiando su resaca de un amor que «se fue desgastando», el aparente protagonista (Raúl, el Casa), durante un largo monólogo interior va cediendo sin saberlo su lugar central a un personaje secundario, que emerge de las alcantarillas del relato y lentamente va invadiendo la escena, por la morbosidad de su vida siempre al borde de la hoguera, envuelta en un halo turbio de corrupción y zozobra.
Pues, como sucede tantas veces en la literatura (y en la vida), es precisamente un secundario (Jorge, el Rata), quien actuando desde las cloacas deviene sin que apenas lo notemos en el verdadero protagonista de la historia, transmitiendo sin pudor un mensaje hiriente, insoportable, que apela a las conciencias.
Percibimos en estas páginas un dominio indiscutible del lenguaje literario, propio de un escritor bien avezado ya en su oficio, si bien agradeceríamos mucho un menor abuso de las subordinadas que, como una riada, inundan el texto. Resultaría una lectura más fluida, a nuestro modesto entender, si la oración simple ganara terreno en futuras ediciones, así como un mayor empleo del punto y aparte.
Salvo dicha objeción, sólo vemos excelencia en esta nueva ofrenda de Martín Luna. Sus descripciones de la milenaria ciudad que surca el padre Betis, y en especial las del barrio trabajador de Pino Montano, más que descripciones físicas, ponen en valor el sacrificio de las familias proletarias que lo forjaron con ahínco y poco a poco lo habitaron y le dieron vida. Y, además, ofrecen un retrato que discierne la dura realidad social del barrio, delatando sus entresijos más oscuros.
En la soledad errabunda de su monólogo interior, el taciturno Raúl (el Casa) rinde todo un homenaje silencioso a ese barrio, con una carga emocional de tal calibre que puede llegar a conmover al lector, hasta humedecerle las pupilas. Y todos esos seres derrotados que aparecen en ristra, constituyen el objetivo principal del homenaje. Pues la evidencia sugiere que su derrota en la vida guarda cierto vínculo (o un vínculo absoluto) con la precariedad económica de sus orígenes.
La marginación social y el vituperio público que sufrían (y aún sufren) quienes amaban de manera distinta a la formalmente establecida, también se denuncian con claridad en esta obra. La tragedia vital de Máximo y Jacobo (dos homosexuales adelantados a su época) es tratada por el autor con una humanidad conmovedora, ofreciendo descripciones formalmente geniales y emocionalmente intensas.
Si ahondamos en un nivel todavía más profundo, descubrimos que la obra contiene todo un sutil tratado sobre el amor humano, entendido en su sentido más puro. Reflexiones muy hondas acerca de la belleza y su capacidad transformadora de la vida (convirtiendo a los amantes en seres más buenos) evocan la sublimidad del neoplatonismo renacentista, dando sentido a cada instante de la existencia.
No en vano, bajo la objetividad narrativa retumba un fuerte caudal espiritual, que se centra en esa profundidad oculta en los actos cotidianos. Y esa transcendencia de lo sencillo entronca con el misticismo más clásico de nuestra literatura. Es aquel «Dios está también entre los pucheros», de Teresa de Ávila.
Tanto es así, que hasta la propia cerveza Cruzcampo es elevada por el autor a una categoría cuasi mística (como un elixir sagrado con capacidad para unir y redimir a quienes con devoción lo comparten), y llegando incluso a equipararla con la figura de una Virgen Madre, que actúa siempre cual dadora de vida y consuelo perfecto entre los moradores de la antigua capital de la Bética.
Dicho misticismo de lo cotidiano está escondido tras los actos de apariencia más trivial. Puede hallarse, sin precisar buscarlo más lejos, en la preparación de una simple salmuera tras la barra de una tasca, o en ese ritual sacrosanto de un par de cañas compartidas. Porque la dimensión espiritual de esta obra va mucho más allá del formidable relato existencial que conlleva, dejando también atrás la dura problemática social que describe, y alcanzando un nivel ya casi religioso.
De hecho, equiparar sutilmente la cerveza con la sangre de Cristo, vertida imaginariamente por el padre de Raúl (ya fallecido) en el cáliz del hijo, conlleva un sinfín de implicaciones teológicas que aluden a la Trinidad, pero elevándose a tan enorme altura poética y espiritual que quedamos inmóviles, y sin respiración.
Entretanto, mientras recorre a pie las calles, en la mente divagante de Raúl el barrio luchador y atribulado de Pino Montano se abraza con Sevilla, conformando entre ambos un universo íntimo, poblado de recuerdos y envuelto en una especie de añoranza taciturna, que acaso sin saberlo busca las raíces perdidas.
El triángulo Raúl/Jairo/Jorge delimita la eternidad de la amistad frente a la brevedad y el desengaño del amor, como un refugio donde los tres resisten. Un refugio siempre al borde del colapso, dado ese amancebamiento continuo de Jorge (el Rata) con cierta dama escuálida, de negros velos y guadaña en ristre.
Añadamos, en justicia, que resulta imposible ser indiferente ante tan radiográfico estudio psicológico y social de cada personaje que va surgiendo en la narración, evidenciándose que han de estar basados, necesariamente, en personas reales. Gentes que sin duda el autor conoció muy de cerca, y que forman la materia prima que, tras una elaboración magistral, dio como fruto sabroso esta obra.

