Daniel González Irala.

La figura de Stella Gibbons para los lectores del siglo XX británico es de muchos conocida. Es esta su primera gran novela de largo aliento y recorrido que publicó poco después de su primer libro de poemas —The Mountain Beast— y que hizo que la autora abandonara el periodismo de agencia como forma de vida, cansada de un oficio que imaginamos en horas bajas también por aquella época. Hija de un médico adicto al láudano, el personaje de Flora Poste se lo inspiró él. Para todos aquellos que crean que este gran long-seller de la literatura británica no vino exento de polémica, se equivocan de lo lindo, pues nada más y nada menos que Virginia Woolf, que la apoyó en la edición de su poemario, cogió tremendo rebote cuando descubrió que habían pagado cuarenta libras a Gibbons en concepto de publicación de su trabajo, ella que no era nadie en el mundo literario de la época, si bien seguramente lo que a Woolf molestaba, y esto es solo una hipótesis, tal vez por cierto parecido, esta vez nada vanguardista con La señora Dalloway, publicada siete años antes, era precisamente esa ironía que la obra destila. Por tanto, la escritora feminista por antonomasia, la odiaba en silencio y declaradamente desde la Irlanda en que por entonces vivía.

Lo que buscaba la autora con esta novela era cambiar en su escritura hacia un tono más de largo aliento y novelesco; el ensayo no salió mal del todo ya que fue pronto comparada con Wodehouse —creador del sirviente Jeeves, todo un personaje de la literatura satírica de la época— y la intimista Evelyn Waugh —autora de Retorno a Brideshead llevada en forma de miniserie de televisión por Jeremy Irons en uno de sus protagónicos.

Humor flemático al más puro estilo en que fue ambientada, Impedimenta que empezaba a ser un sello de prestigio, y que más tarde la reeditaría en dos ocasiones, una de ellas junto a la que Gibbons pretendía en un primer momento cerrar la bilogía —Flora Poste y los artistas— y que desde la traducción de José C. Vales hacía llegar al lector ya en su primera edición, un manuscrito lleno de encanto y viveza ha sido la encargada de darla a conocer en los últimos años en España.

Se dice en la nota introductoria de Vales que el carácter de Gibbons era endiablado, no tanto porque quisiera ser como Flora, sino porque en esta novela coral solía confundir a los personajes, y en ocasiones cuando andaba por la calle sentía repentinos ataques de odio por personas desconocidas.

El libro narra la llegada de Flora a Cold Comfort Farm, una granja de la campiña, en principio para olvidarse del entierro de su padre; como la mujer tiene posibles, encuentra de primeras el lugar bastante saludable y tranquilo, de hecho, su objetivo es trabajar en la granja citada, propiedad de los Starkadder y de una familia política que se va haciendo cada vez más grande conforme vamos llegando a un final en calma chicha. Ese es su objetivo decíamos, además del de esquivar a pesados que le van preguntando por su futuro, a lo que ella responde que solo pretende documentarse para que su primera novela se parezca lo más posible a Persuasión, novela decimonónica de Austen, a quien rinde más de un homenaje.

Algo que realmente llama la atención del libro es la ambientación sobre todo a través de elementos naturales —llegando a personificar a cuatro vacas y a animalizar a ciertos personajes, y siendo ejemplo de esto la parravirgen, que cambia no solo según el clima, sino también según la evolución de algunos de los personajes— sino en la vestimenta que para las celebraciones se adquiere.

Una de las primeras damas a las que conoce Flora, es Mary Smiling, de quien piensa: «Cuando me imagino el infierno, lo que veo es a un montón de gente en una habitación helada celebrando una fiesta en la que todos saben jugar al hockey». Su relación con Mary a partir de aquí pasa de ser plúmbea a encontradiza cuánto menos, pero no será hasta que no aparezca Mybug, un intelectual empeñado en que Cumbres borrascosas fue escrita por el hermano secreto de Emily y Charlotte, y de cómo en el empeño de demostrarlo le va su vida académica y prestigio, pues para Flora ser intelectual es fácil, de hecho encuentra no solo en Londres, sino por todas partes «mujeres intelectuales con serios problemas en lo que se refería a los zapatos y la peluquería, y sin embargo reconcentradas y reservadas», de aquí vamos conociendo a un Mybug cada vez más obeso y «tan deprimente, que casi hubiera deseado —Flora—que lo hubieran dejado entrar al baile» de una de las bodas. Este personajillo será fundamental para ir minando la moral de Flora que después de la primera boda, se celebran dos, prefiere tener una estancia corta y bien integrada en la historia, en Londres.

Otros personajes de interés son Seth, un joven al que lo único que interesa es el cine, que se marchará, a pesar de envidias y cuchicheos con un productor que le sacará de entre tanta mierda de vaca en un carromato. O Reuben, chico bien parecido, pero de vestimenta atrabiliaria. O Charles, primer candidato que parece atraerle a pesar precisamente de ser demasiado elegante. O Elfine, esa joven con alma de poetisa, que se decantará por su lado más caprichoso y materialista, más que por el espiritual inicial. O la magnífica Ada Doom, tía de Flora, que más de uno en la granja está deseando que muera para ver qué parte pillan de la herencia, de hecho, Flora la compara con un crótalo o anfibio mientras duerme. En Ada focaliza lo que pudiera ser el principio de una trama detectivesca, que termina siendo parte de la comedia negra que entre sí todos viven, a través de cómo cuenta que «una vez vio algo en la leñera de la casa», simulando un secreto, un maleficio o quizás una superstición que contribuye al delirio colectivo.