Daniel González Irala.

Han pasado catorce años desde su primera visita a Cold Comfort Farm y a pesar de los ruegos de su mejor amiga londinense por regresar para asistir a un importante evento del Grupo de Expertos Internacionales, el caso es que a Flora (que ahora adopta el apellido de su marido) le apetece poco cambiar de aires, y más sabiendo que ahora, son los Starkadder los dueños del terruño rural situado como en medio de ninguna parte, con la parravirgen cada vez más pocha, y sin la presencia de las vacas ya conocidas por ella, aunque alguna pervive dispuesta a darnos descendencia. No obstante, el hecho de realizar trabajos rurales que la resarzan de su estado ocioso siempre puede resultarle conveniente.

Elogiada más que su primera parte por la crítica literaria, parece que aquí Gibbons agarra con fuerza el guante lanzado por Woolf, y es capaz de, con sorna y haciéndose garante de su éxito, ridiculizar a algún escultor insufrible a través del que el lector recuerda los episodios depresivos de la autora de Mrs. Dalloway. En la nómina de personajes curiosos y cada vez con más neuras e inflexibles tics, que nos facilita José C. Vales en su dramatis personae inicial, Gibbons opta por dar protagonismo a Peccavi y Riska quizás por representar la inocencia de la juventud, y por ser en ocasiones personificaciones de perros que van vestidos con jerseys —incluso en ese momento el lector duda, quitándoselo para despacharse a gusto con los de siempre y alguno más, entre ellos un poeta tan descreído del mundo como afanoso de su propio talento misógino; Mybug, que empieza llamando a Flora virginal y hastiada, para despacharla antes de que finalmente explote, al decirle el muy cateto que es una reprimida, cosa que siembra una explosiva e irrecuperable discordia. Urk, miembro de los Starkadder, también tratará de hacerle el vacío, y esto es debido a que las abnegadas esposas de los artistas e intelectuales trabajan de sol a sol en la granja —faena para la que Flora estaba dispuesta a ayudar sin ser tenida en cuenta— mientras estos tienen pensado trasladarse en autobús (lástima que el conductor sea un chino depresivo que prácticamente se queda dormido al volante) a un centro para celebrar y celebrarse.

Con todo este estrés, Flora como personaje termina por difuminarse y la pobre solo es tenida en cuenta para sufrir reproches que ya se planteaban en otras entregas.

De nuevo el motivo de tan infausta visita es la presentación de cuatro diferentes tratados o novelas de las que Gibbons a través de Flora solo se pronuncia sobre dos: El dromedario, desde la que se hace una velada crítica al machismo de D.H. Lawrence a través de nuevo de Mybug, otra que quieren llevar al teatro y a la ópera, que trata de un asesino que despelleja a sus víctimas, un tratado de economía y otro de ingeniería, imagino que para parecer más vistosos.

Mybug a su vez se sirve de algún nuevo personaje lacayuno de quien se dice que «taladraba con la mirada el camino polvoriento, seguido a apresurados saltitos, por un personaje achaparrado y tremendamente sucio, su discípulo que cargaba con el bote de pedir y el bastón del maestro». Por otro lado, muchos de estos prebostes del arte y la ciencia, se casaron en su día con sudafricanas —las pobres currantes de la finca— a quienes por particular despecho, idolatran. En este sentido, la autora desmonta el machismo de las buenas maneras con alta carga de vitriolo. Para continuar con esta idea, si Flora pregunta donde están las vacas que antes por allí pacían, se le responde con que hay una nueva ley de Fomento de Consumo de Leche en Polvo, un movimiento para liberar a la Mujer Obsoleta se dice, de sus ultimas cadenas con la naturaleza silvestre. Por supuesto, Flora representa esa obsolescencia que, desde tanto púlpito inútil, se despacha desde lo más feo de la condición humana, contra todo lo que «huela» a mujer.

Es esta por tanto una novela que, utilizando semejante cantidad de personajes a la primera, no opta por la coralidad con todos ante un nada delirante espejo por el que por más guapo, listo y vistoso que parezca este tipo de hombre moderno, más capacidad de ridiculizarlo se necesita a la hora de ser descrito.