Ricardo Martínez.

Brevería equivale a decir, también, de algún modo, una brevedad larga, por cuanto ha de ser dócilmente pensada. Entraña, pues, una cierta contradicción, que es el sustrato, desde siempre, del decir breve y con cualidades ontológicas.

Al tiempo, no debería, creo, asociarse a la idea de que una de las cualidades destacadas para todo cuidadoso lector es el considerar esta obra –este tipo de obras- con la acogida que pueda deparar la cocina del escritor por dentro, lo que equivale a decir que otorga la capacidad de entrar en los secretos de lo que aporta vida: los secretos, todo aquello que, dicho con una distancia irónica sin perder su esencia natural como alimento, concede una forma de entendimiento de eso que llamamos realidad y que es nuestro escenario, el lugar donde desarrollamos todas nuestras capacidades poco a poco.

Y en esa concesión de dejarnos adentrar en la preparación del decir, del mensaje de la literatura, nos incita a hacer de la vida un provecho, un don, y,  por qué no decirlo, una advertencia a conocer donde están las trampas, los obstáculos que puedan impedirnos el llevar a cabo ese viaje fascinante, ilusionante, del vivir. Lo que no es poco.

La lectura, de otra parte, es, o puede ser tan abierta, tan libre para el lector, que éste no se siente cohibido sino al contrario, lee y juega e interpreta y entiende como si fuese un juego infantil lleno de trucos, más o menos invitadores a la sonrisa, incluso cuando nos dice “Los sueños, como irrealidades, están al margen de su propio significado” Ahora bien, quién osaría decir, quién estaría es disposición de decir, honesta y racionalmente, que sus sueños no son realidades? ¿Acaso no los pensamos o deseamos como realidades?. Pues qué mejor forma de serlo, de transformarse en realidad.

Se nos convoca a ver y entender y participar desde distintos ángulos, desde perspectivas a veces inesperadas, pero el conjunto nos desafía a modo de un puzzle que es difícil resistirse a intentar completarlo. Y, si alguna ficha no nos convence en el lugar donde le damos cabida, el caso es que la figura final se aproxime lo más posible a nuestra voluntad.

Nunca escribas –una oportuna incitación a la literatura, al ejercicio literario- estas palabras en una misma línea: tigre y paloma, pues es fácil que la primera devore a la segunda” Y si en el ejercicio de nuestra intención percibimos algún error, ¿por qué no intentar llegar hasta ese “jesuíta eminente y práctico que había descubierto la goma de inventar la impureza?” Seguro que anda por ahí, unas líneas más adelante o más atrás.

En fin, juego, didáctica, afinidad sociológica hacia nuestras dudas y problemas, eso sí, a sabiendas de que “Quien cuenta sueños los inventa”. O, tal vez, seguir soñando sin más, que es lo importante al fin y a la postre, culminación de la cocina donde nos adentramos bajo la guía del autor.