Horacio Otheguy Riveira.
Tras Enero sangriento, estos Hijos de febrero, llegan igualmente enérgicos, sufrientes, lúcidos y enamoradizos en torno a un policía que no para de recibir golpes, tanto del pasado con la brutalidad de curas y seglares en casas de acogida, como del presente en que tipos muy peligrosos se ensañan con su cuerpo.
Un cuerpo, recordemos, que se envenena alegre-tristemente a base de alcoholes severos, con tiempo y espacio de buen romanticismo compartido por la bellísima Susan, buen enlace con la anterior novela.
Cuerpo y mente de unos 30 años atravesados por malos tratos desde tierna infancia, y las agresiones que él mismo se produce, atrapado por el recuerdo de los castigos corporales y las violaciones recibidas de niño, en los sitios donde se presume de protección a la infancia, monjas y curas feroces.

El devenir de un hombre con traumas de infancia
El pasado de Harry tiene, también otras sorpresas, algunas positivas, radiantes e inesperadas, reservadas para el impactante final de esta novela, después de muchos avatares, idas y venidas con un frío imposible de reducir cuando “helados entramos en coches y viviendas donde la temperatura parece bajar más y más a nuestro paso”…

Todo aderezado de viento, nieve y la sempiterna suciedad de Glasgow, esa ciudad portuaria de Escocia que en 1973 da muestras de implacable miseria e imposiciones clasistas. Ricos y pobres separados, cada uno con su pub donde festejar malsano poder o llorada pobreza.

Alan Parks (Escocia, 1963), autor de esta inquietante y conmovedora serie de seis novelas que transcurren en los años 70 del siglo XX. Desde luego, reclaman ser leídas en orden de publicación.
Hijos de febrero: Un psicópata se cuenta a sí mismo
La trama principal, muy interesante, siempre con personajes que se entrecruzan, cuenta con un aliciente extra: breves interrupciones por donde el feroz psicópata –en busca y captura– actúa y piensa a través de un discurso interior simultáneo a su capacidad destructiva.
«Al menos puedo ver lo que necesito ver. A ti. Abres los grifos de la bañera. Viertes un líquido de algún color, empieza a crecer la espuma. Ya la tengo dura, apretando contra mis pantalones. Desabrocho la hebilla del cinturón y los pantalones caen al suelo.
Te quitas la falda, luego la blusa, y te colocas frente al espejo en bragas y sujetador. Te miras mientras te recoges el pelo. Me bajo los calzoncillos. Escupo en la palma de mi mano. Me acerco al cristal mientras te quitas el sujetador y puedo ver tus pechos. Mi mano empieza a moverse y oigo otro gruñido de lo que tengo en la bañera, un gruñido de dolor que hace que todo sea mejor.
Mi mano se mueve con más rapidez, con urgencia ahora. Otro grito desde la bañera y corro en el lavamanos, estremecimiento y gruñido. Lamo la leche de mis dedos y me lavo el resto, que se va por el sumidero. Te has metido en la bañera, oculta ahora a mi vista.
Me he corrido una vez, pero necesito correrme de nuevo. Necesito estremecerme y soltar un chorro y pensar en ti, Elaine, y en la mata de pelo negro entre tus piernas. Me vuelvo hacia la cosa que tengo en la bañera. Agarro su pelo, arranco la cinta que le tapa la boca y le digo que si hace algún ruido o grita o no hace exactamente lo que le digo, morirá. Asiente…».
Un mundo interior/exterior en el que la violencia no es solo propia de los márgenes, sino, muy especialmente, dentro del ordenado mundo donde se le supone ausente. Paz o gloria, ternura, brutalidad o sexualidad encantadora… aparecen entre situaciones con nobles personajes que buscan afanosamente una saludable razón de vivir.
Harry McCoy, policía a todas horas, debatiéndose entre los horrores del pasado y el fluir de un presente que se quiere más justo y luminoso, en una gran novela.
- Enero sangriento (2020)
- Hijos de febrero (2021)
- Bobby March vivirá para siempre (2022)
- Muerte en abril (2023)
- Un mayo funesto (2024)
- Cualquiera puede morir en junio (2025)


