JOSÉ LUIS MUÑOZ

No se prodiga excesivamente el cine alemán en cuanto a películas que se adscriban al género negro, al contrario que Francia o España, o no digamos Estados Unidos, pero Thomas Arslan (Brunswick, 1962), un director con una larga carrera a sus espaldas, ya había buceado con anterioridad en el noir (En las sombras, Dealer) y hasta en el western (Gold).

Último robo en Berlín utiliza a la perfección los clichés genéricos. Un ladrón muy profesional llamado Trojan (Misel Maticevic), regresa a Berlín después de doce años de ausencia y es tentado por su amigo Luca (Tim Seyfi) para embarcarse en el robo de un valioso cuadro de un museo por cuenta de un traficante de obras de arte llamado Thug (Till Wonka) y con un muy reducido equipo compuesto por Chris (Bilge Bingul), un informático que se encargará de desactivar los sistemas de seguridad del museo y una conductora experta, Diana (Marie Leuenberger), que es corredora profesional. Lo que no saben es que el que les encarga el trabajo no está dispuesto a pagar y les va a enviar al sicario Victor (Alexander Fehling).

Como en los mejores filmes de Jean Pierre Melville, o de sus discípulo americano Michael Mann, en los que Thomas Arslan bebe, se recrea una atmósfera turbia alrededor de la trama de Último robo en Berlín, sus personajes son fríos e implacables, nada se sabe de su pasado, la planificación del atraco y su realización copan buena parte de su metraje, la violencia seca resulta muy real, las persecuciones en coche resultan espectaculares sin que haya fuegos de artificio como sucede en los filmes norteamericanos que pecan por exceso, y el espectador se sumerge en ese ambiente desgarrador y enrarecido de perdedores que malviven al margen del sistema y que su director capta tan bien con una perfecta caligrafía cinematográfica.

Hay en Último robo en Berlín una soberbia perfilación de personajes, sobre todo el de Trojan, el gélido protagonista que recuerda un montón a Stanley Baker y ya había trabajado con el director, y Diana, la conductora, que parece su doble, físicamente y de carácter, y un dominio del ritmo narrativo en esta historia envolvente y desasosegante sin concesiones ni guiños a la platea de cuyo guion también es responsable Thomas Arslan. La fotografía metálica de Reinhold Vorschneider, que saca partido a los ambientes nocturnos y juega con las luces y las sombras siguiendo la tradición del cine expresionista alemán, y la efectiva banda sonora de Ola Flottum redondean un producto muy recomendable para los fans del neonoir y del buen cine.