Horacio Otheguy Riveira.

Epígrafe:

Sola, sola, en un temible bosque

de maldad consciente corra una humanidad perdida,

temiendo encontrar a su padre.

Wystan Hugh Auden, York, 21 de febrero de 1907–Viena, 29 de septiembre de 1973

A pesar de la ilustración, pastel de John Collier (2004) titulada El diablo en patines sobre hielo, el terror demoniaco yace como símbolo de gran alcance, dada la crueldad de algunos personajes, a menudo en zonas tenebrosas.

 

Amigos leales frente a fuertes peligros

 

Una novela negra que se desenvuelve con abundantes tramas paralelas y una atmósfera de terror permanente, como amenaza e intriga, pues sabemos que de todos los peligros que correrá su protagonista, expolicía -ahora detective privado- Charlie Bird Parker, de 34 años, siempre saldrá airoso para encabezar un mínimo de 22 novelas que no hay que leer cronológicamente, pues cada una tiene base, trama y subtramas suficientes para mantener nuestro interés.

Ya en el comienzo el impactante suicidio de una anciana, un hecho que sucede precisamente entre tinieblas, como otros dentro de una obra muy densa, con sobrecarga de factores emocionales y psicológicos, siempre alrededor de Bird y sus leales amigos homosexuales (“siempre bien dispuestos a las sobrevaloradas hombradas”), Louis y Ángel, un ladrón y un asesino a sueldo, latino y negro.

 

La nieve caía sobre el cabello de la anciana

 

Bosque nevado en el estado de Maine, donde transcurre la acción.

 

«En un claro la anciana miraba el cielo. La nieve le caía sobre el cabello, los hombros y los brazos extendidos, con el arma en la mano derecha y la izquierda abierta y vacía. Al intentar sobreponerse al excesivo esfuerzo para su envejecido cuerpo, boqueaba y respiraba entrecortadamente. Pareció no advertir la presencia del doctor Ryley y los otros hasta que se hallaron a unos diez metros de ella. La enfermera se quedó atrás. Ryley, pese a las objeciones de los demás, tomó la delantera.

—Señorita Emily –dijo con delicadeza–. Hemos venido para llevarla a casa.

—No pienso volver. Ustedes no pueden salvarme de él.

—Por favor, señorita Emily, no nos queda más remedio.

—Si es así, tendrán que matarme –se limitó a decir ella a la vez que apuntaba a Ryley con la Smith & Wesson y apretaba el gatillo».

*** *** ***

«Me arrebataron a mi mujer y a mi hija en diciembre de 1996, cuando aún era inspector de homicidios en Brooklyn. La violencia y la brutalidad con que las arrancaron de este mundo, y la incapacidad de la policía para descubrir al asesino, provocaron un creciente distanciamiento entre mis compañeros y yo. Para ellos el asesinato de Susan y Jennifer me había contaminado y puesto de manifiesto la vulnerabilidad incluso de un policía y su familia. Deseaban convencerse de que yo era la excepción, de que en cierta manera, como borracho, me lo había ganado a pulso, para así no tener que plantearse la alternativa. En cierto sentido, tenían razón: me lo había ganado a pulso, y habíamos pagado por ello mi familia y yo, pero nunca perdoné a mis compañeros por obligarme a afrontar ese hecho solo».

*** *** ***

«De la oscuridad surgió la figura de un hombre calvo, pálido y achaparrado de mirada impasible. Otro hombre se quedó en la penumbra, pero de vez en cuando veían avivarse el ascua de su cigarrillo y olían el humo que exhalaba.

El hombre pálido sostenía en la mano derecha un enorme soldador de quinientos vatios, adaptado de manera que la resplandeciente punta tenía casi dos centímetros de largo y quemaba a ciento cincuenta grados. Se acercó al hijo menor, le apartó la camisa y aplicó la punta al pecho, justo por debajo del esternón. El soldador chisporroteó al hundirse en el cuerpo y el olor a carne quemada llenó el sótano. El muchacho forcejeó y ahogó gritos de pánico y dolor a medida que el soldador penetraba. A esas alturas los ojos de su torturador habían cambiado, habrían cobrado vida, y respiraba con un entrecortado jadeo de excitación. Con la mano libre, buscó a tientas la bragueta del pantalón de su víctima, la introdujo y le agarró los genitales mientras el soldado ascendía hacia el corazón. A la vez que éste perforaba los músculos, le apretó con más fuerza y le sonrió mientras el muchacho se convulsionaba y moría».

 

 

«… algo me llamó la atención en mi coche. Desde la ventana de la habitación me había parecido que los contornos rojos del Mustang habían quedado solo parcialmente ocultos bajo la nieve, ya que a través de la capa blanca asomaban destellos de color como si una mano hubiese retirado parte de la nieve. Pero no era esa la razón por la que la nieve caída sobre el coche estaba mancha de rojo. Había sangre en el parabrisas. También en el capó, y una larga línea roja nacía en la parte delantera del coche, recorría la puerta del conductor y la ventanilla trasera, hasta formar un chaco bajo el maletero…».

 

Charlie Bird Parker se ve obligado a actuar con rapidez porque los acontecimientos se suceden a un ritmo vertiginoso, los cadáveres se multiplican y la violencia se extiende por los bosques nevados de Maine.