Ricardo Martínez.
No recuerdo de nuestro autor tanto su militancia social, su preocupación humana en la consideración de lo humano como protagonista, que sí (no hemos de ignorar la época trágica, esencial, un mucho delictiva de la España en que vivió) sino, y al rememorarlo me cautiva todavía, el pasaje donde, en su cuestística, narra el encuentro sexual accidental de dos viajeros, extraños entre sí, en una estación de tren.

En la narración sobria, clara, con raíz de vinculo humano, ella y él van acordando poco a poco, a través de la palabra elegida y consciente, un encuentro real, íntimo, que se vendrá en consumar en un alquiler pasajero, en un lugar no lejos de su estación de tren de encuentro.
Para el caso, me digo, valga cualquier hipotética estación, cualquier lugar de encuentro íntimo, pero sí la destilada delicadeza y pudor con que los protagonistas se van tratando no para una consumación orgásmica al uso sino como, a través de una destilada alusión a una idea del amor (a una idea de soledad, que acaso sea lo mismo) anudan sus voluntades saliendo más limpios desde sí, para sí, de aquel fortuíto y consentido encuentro. Limpio porque habían querido entender a partir de un encuentro amoroso: conocieron en su interior de sus soledades, de su sociedad con algo de nociva perversión de los sentimientos.
Tal es literatura, tal es inteligencia de escritor. Para mí es suficiente; el autor supo, allí, plantar la semilla de la consciencia lectora, del vinculo autor-lector, de la interpretación de una sociedad sombría demasiado cargada de atavismos, tal vez de esa burda tradición cristiana de culpabilidad. Le doy las gracias por ello como lector, y convoco a todo lector potencial a que le lea y encuentre su propio bien en estos textos, que estoy seguro lo hará.
Ha de ser en la obra ‘Mr. Witt en el cantón’donde enontraremos una alusión bien precisa al pasaje al que hacemos referencia: “Creía que a una mujer la puede comprender su padre o su hermano y a un hombre su madre o su hermana. De ningún modo se pueden comprender aquellos seres a quienes les liga lo sexual”. Esto pensaba, un poco a fortiori. Luego se preguntaba, súbitamente intrigado (…) “No sabe llegar a la zona interior donde están mis recuerdos, mis sueños, mis claridades, mis nebulosas. No comprende mi energía, mi entereza. Ninguna de mis cualidades las puede apreciar ella, y, sin embargo, me quiere. ¿Por qué me quiere?” He aquí, no obstante, que de su encuentro referido no se deriva traición o engaño alguno, antes al contrario, una forma de soledad trágica, decididamente humana, que les ha unido de una manera fiel y sincera.
La verisimilitud está, pues, en el lenguaje. Un bien preciso y sólido que Sender ha utilizado con convicción y profesionalidad. Una formalidad literaria que puede, por ello, alcanzar la virtud de la narrado como una forma de destino, de fidelidad humana.
Este libro de tan cuidada edición formal, consta de tres títulos principales: ‘Imán’, ‘Mr. Witt en el cantón’ y la afamada ‘Requiem por un campesino español’ ¿Ejemplo, en cada de ellas, de realismo social, de formalidad expresiva y crítica respecto de un acerbo cultural consciente y católico a un tiempo?. Al fin. literatura de compromiso como reflejo de una sociedad analizada con hondura ontológica y narratividad formal como testimonio de una forma de ser derivada de unas premisas sociales de comportamiento impuestas, de algún modo; como una forma incruenta de ser, de convivencia.
Es así que ‘Imán’ se nos define en la presentación como ‘una magistral descripción del infierno de la guerra’. En Mr Witt, repárese, se nos indica que ‘el protagonista deberá enfrentarse con la carga de su propia conciencia’ (Un coetáneo del autor, poeta, tituló uno de sus libros ‘Redoble de conciencia’, y ha de ser el propio Sender quien se incorporará a las milicias republicanas con el estallido de la guerra civil) Por fin, El ‘Requiem por un campesino español’ se nos define como ‘una obra maestra escrita en una semana cuyo principal protagonista será la conciencia culpable del párroco, con sus miedos e indignidades cómplices’
Clases sociales enfrentadas, conciencias dirimiendo por sí ese valor tan definidamente humano, hispano, que es el de la dignidad personal. El autor había de emigrar a California en 1974 y, habiendo conseguido después recuperar su nacionalidad española, en 1982 ‘tras toda una vida de exilio’ (interior, de consciencia, y exterior’) fallecerá en san Diego, EE.UU.

