Horacio Otheguy Riveira.
La neurosis de los estadounidenses se agudiza en una sociopatía masiva cuando se trata de condenar a grito pelado, antes que un Tribunal dicte sentencia; demasiada gente corriente enfoca su ira reprimida en presuntos culpables, y lo hace con fuerte apoyo de los medios de comunicación, ávidos de escándalos cuanto más morbosos, mejor.
En Potencial asesino, Hannah Deitch propone un juego muy seductor desde las primeras páginas en las que Evie Gordon cae presa de dos asesinatos que no cometió: los padres ricos de una adolescente a la que ayuda en los estudios.
Evie es encantadora, y tiene una brillante formación académica que le permite dar clases de apoyo a adolescentes. Un domingo se quebró su buena estrella, más complicada aún al toparse con otra muchacha, atada y amordazada. A la que libera y con quien partirá a lo desconocido ignorando todo lo que, en verdad, sucedió en la lujosa vivienda.
A partir de esa situación -más otra accidental con la alumna, que reaparece por donde menos se la espera- comienza una carrera muy cinematográfica en un proceso de fuga mechado de ráfagas de intriga policiaca, novela negra por su fuerte crítica social, y salpicón de otras situaciones peligrosas, violentas… sin despegarse de muy acertados golpes de humor, y bastantes escenas, muy logradas, de erotismo lésbico.
Afán masivo de culpables
Un desarrollo que se sigue con interés, a pesar de sobrarle unas cuantas páginas en las que la autora parece estirarse al máximo hasta llegar a las 360 páginas. No obstante, a poco retoma una eficaz intriga con un proceso muy bien condimentado en la parodia implacable de una sociedad demencial que trasciende los límites de la locura americana, pues en el mundo entero se prejuzga masivamente, incluida España, donde se cebaron con encarcelados que salieron liberados de toda culpa, exentos de condena penal, pero para siempre despojados de todo respaldo social, incondicionalmente castigados por la turba apoyada en periódicos, radios y cadenas de televisión.
La inocente graduada en universidad de élite y la enigmática prisionera de no se sabe por quién ni mucho menos por qué, Evie y Jae, recorren país y no tardarán en descubrir una excitante fascinación una por otra, al tiempo que se va revelando qué fue lo que sucedió en la espléndida casona de millonarios.
Unidas por el pánico y el placer
“… He estado recluida demasiado tiempo. Me apetece bañarme.
El agua le llegaba a los tobillos. Se adentró un poco más y la piel de los brazos se le erizó. Se alborotó el pelo con los dedos, lo que la dotó del aire travieso de un chico malo.
Jae miró hacia atrás y me hizo una seña para que la siguiera, aunque yo ya estaba siguiéndola. Me había quitado la ropa. El agua estaba fría, pero no me importó. No me importaba nada.
Avanzó por delante de mí hasta que el agua le alcanzó la cintura y entonces se sumergió. Buceó a lo largo de varios metros, emergió de nuevo y se sacudió el agua del pelo con una carcajada. Su risa retumbó, yo mordí su anzuelo y me sumergí para ir a su encuentro. La atrapé y ella me atrapó mientras la corriente conspiraba en nuestra contra. O a nuestro favor, según se mire. Su rodilla rozó la mía, luego su codo, como algas enredadas, ineludible. Quizás siempre fue ineludible. Quizá me equivocaba al resistirme.
Quizá no estaba sola.
Por encima de nosotras había una luna en forma de hoz. Una dispersión de estrellas, tan cerca contra la oscuridad aterciopelada que habría podido agarrar una de ellas con los dedos, como si fuera una piedra preciosa, para regalársela a Jae.
Nuestras bocas flotaban a pocos centímetros la una de la otra. Bajo el agua, sentí que Jae me agarraba de la cadera. Tenía las pestañas afiladas; los ojos, tan oscuros y húmedos que lo reflejaban todo. Incluso a mí. Sentí un tirón fuerte, un último fragmento de autocontrol que se desenrollaba.
—Evie -ordenó Jae en voz baja- no te muevas.
No me moví. Ella se acercó. Su mano, al agarrar mi nuca, estaba fría. Cerré los ojos con un pestañeo. Sentí su aliento rozar mis labios, mi cuello. Me estremecí mientras gravitaba hacia el calor de su cuerpo.
Acercó los labios a mi oreja.
—Detrás de tu -susurró, y fue entonces cuando percibí el terror-. Hay un barco».
Intensa acción con tiempo para el miedo y el coraje, entre ardientes encuentros amorosos, rumbo a un sorprendente final.



