Redacción.

Fuimos ninis no es un libro de viajes al uso. Y, además, está escrito por un “no escritor”. Lo cual no solo no le resta valor, sino que se convierte, paradójicamente, en uno de sus mayores aciertos. Porque este debut literario de David Farré Villarroya es un magnífico libro de viajes y, al mismo tiempo, una obra de autor profundamente sensible, escrita sin artificios, con una prosa generosa, contenida y honesta, que engancha desde las primeras páginas y transmite con precisión aquello que quiere contar.

El libro evoca el periplo de dos meses en tándem de una pareja de cincuentones —David y Anna— que cruzan Italia, Montenegro, Bosnia, Albania y Grecia hasta alcanzar la pequeña isla de Skópelos, escenario del rodaje de Mamma mia, justo el día en que celebran sus veinticinco años de matrimonio. Una declaración de amor, sin duda. Pero también una prueba de fuego para cualquier relación, porque un viaje de esta intensidad, bajo estas condiciones, somete a la pareja a una auténtica prueba de resistencia emocional.

Nuestros protagonistas recorren miles de kilómetros prácticamente con lo puesto, con un presupuesto paupérrimo, pero con los bolsillos rebosantes de ilusión y una ambición enorme por vivir intensamente su amor, su convivencia y cada pedalada compartida. Además, realizan el viaje con la misión simbólica de representar a ACNUR y con la decisión vital de convertirse, durante dos meses, en “ninis”: sin obligaciones, sin rutinas, sin productividad. Dejar atrás el reloj y las exigencias del día a día para conectar con la vida, con la pareja y con el sentido profundo de avanzar. Algo especialmente valioso en un contexto como el actual, tan dominado por la competitividad, el rendimiento y la prisa.

Quien espere encontrar aquí un dietario clásico —con descripciones minuciosas de etapas, alojamientos, sufrimientos físicos, carreteras, pinchazos o consejos prácticos para futuros viajeros— se equivoca de libro. Fuimos ninis no es un manual de cicloturismo ni una guía de destinos. Es, ante todo, un viaje interior. Un libro que utiliza el desplazamiento físico como pretexto para hablar de las personas, de los vínculos, de la memoria, del amor, del paso del tiempo y de la identidad.

Tampoco es, en sentido estricto, un libro “de escritor profesional”. Es la primera incursión de Farré en la narrativa, aunque quien conozca su trayectoria como cronista musical reconocerá enseguida su pulso literario. Y no es casual: literatura y música conviven aquí de manera natural. El libro puede leerse como un gran concierto donde se alternan melodías, letras y ritmos que van de Raffaella Carrà a Vetusta Morla, de Lou Reed a Miguel Bosé, de Love of Lesbian a Coldplay. La música es un elemento estructural del relato, un hilo emocional que acompasa la experiencia.

Fuimos ninis nos hace partícipes de un viaje que es, sobre todo, humano. El de una pareja, sí, pero también el de una constelación de personajes que van apareciendo a lo largo del camino y que convierten el libro en un mosaico de vidas. A través de ellos el lector recorre no solo geografías del sur de Europa, sino también episodios de la historia reciente de territorios marcados por fronteras, conflictos y transiciones entre el Este y el Oeste.

Durante cientos de kilómetros y dos meses de desconexión del mundanal ruido, el tándem avanza proponiendo una visión del mundo donde los protagonistas no son los paisajes, ni los monumentos, ni siquiera la gastronomía, sino las personas. Los encuentros fortuitos, las conversaciones inesperadas, las miradas compartidas. Todo viaje es un viaje interior, y este libro lo refleja con especial belleza: hay una mirada atenta y empática hacia quienes se cruzan en el camino, hacia las historias anónimas que terminan dejando una huella profunda.

El valor del libro reside precisamente en esa apuesta por lo intangible. Por la experiencia de salir del propio lugar, de conocer otras realidades, de confrontarse con otras vidas. Ahí es donde Fuimos ninis se sitúa en una interesante confluencia entre la crónica y el ensayo, entre el relato de viaje y la reflexión sobre el sentido de vivir.

La obra se estructura en capítulos cortos, de lectura ágil, con entidad narrativa propia, protagonizados tanto por los cicloturistas como por las personas que encuentran en la ruta. El lector empatiza, se emociona y desea saber más de esas existencias que se nos presentan condensadas, casi a sorbos. Cada una de ellas daría para un libro entero, pero la magia está precisamente en esa capacidad de síntesis, en ese talento para capturar una vida en pocas páginas.

Por el camino aparecen personajes tan diversos como el capitán de un crucero, un carabinero, un director de banco, la primera mujer gondolera de Venecia, un ciclista paralímpico o Josip, que cada tarde, después de la siesta, toma biska no para olvidar —como muchos de sus vecinos— sino para recordar. También están los juegos identitarios de los propios protagonistas, que en algunos tramos se rebautizan con otros nombres para vivir la experiencia desde otras pieles. Ser otro para conocerse mejor.

Incluso aflora el territorio de lo simbólico y lo espiritual. Farré hace hablar a “la doncella de la gaviota”, la estatua de Petra, que explica su amor prohibido con Elsa. Y también convoca a su abuela Paquita, fallecida poco antes de cumplir los cien años, que desde el “más allá” mantiene un diálogo emotivo con David y con su nieta Vinyet.

La prosa de David Farré es lírica, sintética y armoniosa. A menudo sus crónicas parecen letras de canciones. El romanticismo atraviesa el libro de principio a fin, sin caer nunca en lo empalagoso. Hay emoción, sí, pero también una mirada serena, madura y consciente del paso del tiempo.

En definitiva, David y Anna hacen un paréntesis en sus vidas para ser ninis. Pero no para desconectar del mundo, sino justamente para lo contrario: para conectar con todo.

Quizá la frase de Anna resume mejor que ninguna otra la esencia del libro y de sus protagonistas: “Siempre soñé poder cerrar los ojos al ir en bicicleta, y el tándem hizo mi sueño.”