Weegee by Weegee : an autobiography

Por Julie Delabarre.

Weegee empieza su autobiografía advirtiéndonos de que lo que nos parece anormal es normal para él, se ríe de los técnicos de Polaroid que se empeñan en reproducir sus efectos de lentes sin conseguirlo, pretende poder predecir los asesinatos que va a fotografiar, compara las mujeres a los ascensores de París que se averían por lo menos una vez al mes,  reivindica que su mayor inspiración es él mismo, desafía a los tan pretendidamente buenos fotógrafos amateurs a vender sus fotos y hacer de la fontanería su afición, acusa a Picasso de copiarle,  pasa de corregir las faltas de ortografía de “su inglés” y afirma que si Shakespeare, Balzac y Dostoievski han escrito sus obras “a la dura”, él podrá también. ..  Un nivel de megalomanía que podría a veces irritar al lector, si bien nadie discutirá que respecto a la fotografía, nuestro megalómano probablemente tuviera toda la razón…

Fijador en las venas.

Arthur H. Fellig, nacido en 1899 en Austria, llegó a Nueva York a los 10 años para instalarse con su familia en el Lower East Side, donde el inglés era entonces el idioma minoritario y los habitantes vivían de trapicheos y pequeños trabajos para sobrevivir.  Weegee no era de los que lloraban por su condición, no era de de esos tipos.

El niño que iba a convertirse en uno de los fotógrafos mas influyentes de la historia tuvo la revelación de su vida cuando, trabajando en la calle, quedó fascinado del resultado de un retrato que le había sacado un fotógrafo con su ferrotipo (técnica fotográfica muy usada en la época y que permitía un revelado inmediato.): “Yo creo que era lo que se podría llamar un fotógrafo “nato”, tenía fijador en las venas”.  Se compró su propio ferrotipo, empezó a fotografiar la calle. El inicio de la aventura.

La aventura de un fotógrafo que, trabajando a lo largo del siglo, pudo experimentar todas las técnicas y evoluciones de la fotografía: de los pesados equipos antiguos y los flashes en polvo a la Polaroid; del Pentamatic hasta su cámara favorita, la Hasselblad.  Weegee empezó desde abajo y tuvo que aprender a ser versátil, a ser ingenioso y audaz, más allá de la técnica: “La fotografía estaba en pleno crecimiento. Yo también.”

La calle como terreno de juego.

Weegee llegará a ser en su época el fotógrafo más original y atrevido de revistas y un sinfín de periódicos y agencias, sacará retratos a los más grandes.  Pero las calles de Nueva York, esas calles que tan bien conocía,  serán el lugar que nunca podrá abandonar y donde más a prueba se pondrá su versatilidad, su creatividad y su reactividad.

Las colaboraciones con varias agencias y periódicos  le enseñaron la velocidad y el desarrollo de trucos para poder estar en todas partes y fotografiarlo todo.  En el ya rápido mundo de los “scoops” periodísticos, Weegee tiró de engaños que provocarían la admiración de cualquier paparazzi o fotógrafo de prensa de hoy, tales como revelar sus fotos en las cabinas de los mecánicos del metro de Nueva York o alquilar una falsa ambulancia para poder acceder a los sitios donde los reporteros no pasaban. Tenía una conexión con la calle que pocos habían tenido y explotado tan bien hasta él. Siempre era el primero en estar donde había que estar, la cámara lista para disparar.

A fuerza de trabajo y de determinación, no pasaba ni un día sin que algún periódico publicase una fotografía suya. La revista Life le descubrió, le dedicó varias páginas y Weegee accedió verdaderamente a la fama.

Numerosas son las anécdotas sobre estas calles en las que siguió evolucionando después de la fama, después de haberse convertido en el fotógrafo de las estrellas de cine y música o de los políticos. Nueva York recibió toda la ternura que Weegee probablemente nunca manifestó a otro ser humano: “Un paseo por las calles de mi ciudad querida. Las ciudades dormitorio siguen allí, desfigurando el paisaje, pero Times Square no ha cambiado. ¡Ah! Nueva York… ¡te quiero!”

El reflejo de una época

Esta autobiografía, con su tono coloquial tan peculiar y la forma un tanto caótica de contar sus experiencias, es un testimonio más que valorable sobre la fotografía, pero sobre todo, sobre el mundo de la prensa de la época. La caza de la exclusividad, la fotografía o el nuevo reportaje que marcará a los lectores, algo que haga vender. Y mucho.

Weegee no tenía ningún problema de conciencia al vender sus fotos, ya fuera a tabloides como a periódicos menos sensacionalistas. Para él, las horas de sueño eran fotografías perdidas. Conectado 24h al día a los télex y radios de la policía, se enteraba de cualquier acontecimiento local de esos oscuros años: accidentes, incendios, crímenes, robos, atracos. Muertos. Hacer la fotografía y luego hacer una visita a los periódicos para quien la quisiera, en una época en que cuantas más balas recibían un cadáver, más cara se vendía la foto: “Era durante la Depresión, y la gente se olvidaba de sus propios problemas leyendo sobre  los problemas de los otros”.

Y cuando los gánsteres muertos dejaron de vender, Weegee no era el tipo de individuo que se quedase corto de recursos. Trabajó para revistas de moda, en publicidad, como fotógrafo fijo en rodajes cinematográficos, escribió libros (el famoso Naked City, luego llevado a la pantalla grande), inventó varios sistemas de lentes y de óptica para crear efectos, dio conferencias y expuso en los museos más prestigiosos del mundo. Su cámara le llevó por todas partes, en todo en planeta, lo que diversificó sus posibilidades tanto a nivel técnico como creativo: “Imposible no es Weegee”.

Efectivamente, Imposible no es Weegee. Las duras leyes y el conservadurismo de la Prohibición tampoco le supusieron ningún problema. Fotógrafo oficial de clubes de nudistas, gran cliente de las prostitutas cuando su cámara o su coche no le permitían ligar, aficionado a los buenos whiskys, consciente de su fama y de su carisma, aprovechó las pocas horas de su vida que no dedicaba a la fotografía  a los buenos  placeres de la vida. Su cámara, claro, nunca estaba lejos: “No tengo tabúes –y mi cámara tampoco. Viví una vida bien llena, y lo probé todo.”

El legado de Weegee.

Weegee muere en diciembre de 1968, después de haber atravesado una buena parte de la historia de la fotografía del siglo XX.  Nos deja este libro como testimonio de su propia gloria, sí, pero el relato de una vida escrito con una sinceridad que no puede dejar al lector como al amante de la fotografía indiferente.

Llena de fotografías recorriendo lo largo de su carrera, esta autobiografía presenta un panorama bastante completo por ser muy representativo de la riqueza de estilos y de tipos de fotografía que Weegee probó. Pero más que estas fotografías, resulta muy interesante poder conocer su manera de trabajar, su visión del mundo, su filosofía de vida en general. Weegee era totalmente consciente de su talento, de su genio y de lo que le había costado llegar donde estaba. No duda en presentarnos sus preferencias fotográficas y técnicas, sus trucos y unas opiniones bastante radicales y tajantes sobre lo que consideraba como una buena fotografía, o un buen fotógrafo. Al leerlas, nos podemos sentir pequeños, o aludidos por sus críticas. Los gustos y los colores…

Una anécdota nos proporciona el mejor consejo de todos. Cuando tomó el riesgo de hacer posar a una modelo medio desnuda en una alfombra de pastrami para la revista Vogue, y las fotografías, para su mayor asombro, fueron bien recibidas, Weegee se exclamó: “¡ser uno mismo paga!”. El mejor consejo de todos. El consejo de una persona que supo disfrutar, sin ningún tipo de vergüenza, de cada segunda de su vida.

Weegee, by Weegee: An Autobiography. New York: Ziff-Davis, 1961.

Segunda edición: New York: Da Capo Press, 1975.

Esta autobiografía, infelizmente, no está traducida al castellano.

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