‘Patagonia Express’, de Luis Sepúlveda

  
Patagonia Express de Luis Sepúlveda. Barcelona, Tusquets Editores. 178 pp., 7.95€.
 Por Robert Sendra.

 

 “Uno es de donde mejor se siente”, repite varias veces el escritor chileno Luis Sepúlveda en su colección de relatos Patagonia Express, como homenaje a los viajes, a los movimientos migratorios que comparten personas y animales y que enriquecen pueblos y tradiciones. El autor, un trotamundos devoto, publicó en 1995 su largo viaje tanto geográfico como interior que lo llevó a conocer la Patagonia chilena y argentina y toda América del Sur hasta reencontrarse con sus orígenes españoles. En su octava edición, los relatos regresan una vez más de la mano de Tusquets Editores con la misma sinceridad y el mismo latido vivencial de antaño. Aunque está compuesto por un mosaico de historias algo disperso, el alma del libro transmite un mensaje muy claro y coherente que permite la unidad de una novela: la reivindicación del viaje como forma de conocerse a uno mismo.  

Como toda aventura, el viaje de Sepúlveda empieza con las ideas, concretamente con un libro, el de Así se templó el acero de Nikolái Ostrovsky, que le entrega su abuelo y lo colma de pensamientos socialistas, lo que le valdrá la cárcel tras el golpe de estado de Augusto Pinochet en 1973. El destierro es el único viaje de Patagonia Express que no es voluntario. El resto de trayectos del libro, que se emprenden en ferrocarriles, avionetas o camiones indistintamente, llevan a Sepúlveda a conocer muchos pueblos, casas y bares de Patagonia. El sitio más austral del mundo, protegido por las inclemencias meteorológicas, constituye una guarida perfecta para que convivan desde pilotos temerarios hasta locutores radiofónicos que pretenden informar y comunicar a los patagones entre sí, familias acaudaladas que buscan casar a sus solteras o relegados políticos de la dictadura de Pinochet.

Con la voz discreta y a veces incluso pasiva de un narrador en primera persona, Sepúlveda va impregnándose de todas estas historias que vive en su propia piel o que escucha en los bares con olor a asado y en las calles. Todo ello conforma un mundo rebosante de vida, en ocasiones encantadoramente ingenuo, que recupera el gusto por la tradición oral y que devuelve su valor a las historias e, incluso, a las mentiras. “En esta tierra mentimos para ser felices. Pero ninguno de nosotros confunde la mentira con el engaño”, asegura el personaje de uno de los relatos en una clara defensa de la ficción. Los ladrones de bancos Butch Cassidy y Sundance Kid que acabaron refugiándose en Patagonia representan a lo largo del libro este aire legendario que cubre el fin del mundo y que permite ensalzar valores como la amistad o el ecologismo. 

Como todo viaje, por largo que sea, la aventura de Patagonia Express acaba llegando a su punto de destino, que no deja de ser el mismo que el de partida: uno mismo, aunque con muchos kilómetros y experiencias de distancia.

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