Gaspar Jover Polo.

Memorial del convento no es una novela fácil de leer porque tiene mucho intríngulis en cuanto al contenido y un estilo más adornado que sencillo. Son 467 páginas, más bien muchas que pocas, pero la principal dificultad está en que el autor va incorporando gran cantidad y variedad de conocimientos y de opiniones personales a lo que constituye la peripecia básica, al argumento, también juicios de valor, pues, en materia de literatura, no sólo no se excluye este ingrediente sino que, a veces, puede tener consecuencias positivas que el autor tome partido. Saramago es un hombre crítico con la realidad, tiene un pensamiento de rebelde, quizás de revolucionario, y no puede dejar de opinar sobre lo que cuenta en sus textos, aunque lo haga de una forma a menudo sutil y por medio de los personajes y de los hechos seleccionados. Hay filosofía en sus novelas, en esta novela en particular hay historia se puede considerar también que Memorial del convento es una novela histórica sobre la vida en Portugal a principios del siglo XVIII, hay retrato sicológico y, sobre todo, hay literatura en el sentido de que todos esos materiales incorporados y que no parecen estrictamente literarios están combinados de una forma original, aparecen entrelazados por la sensibilidad de un artista. 

Como sucede en la mayoría de las novelas importantes, en este caso se atiende tanto al contenido general –el argumento, el tema, la estructura– como a los no menos fundamentales aciertos concretos y que pueden ocupar solo un párrafo, una frase, apenas una palabra –estructura más detalles, que es lo que define al género narrativo–. Y sucede, además, que estos aciertos más concretos tienen también un valor de conjunto pues contribuyen a crear el tono y a perfilar el estilo característico del autor. Recuerdo uno de estos aciertos puntuales en Memorial del convento, uno de esos detalles que presentan una gracia particular y que suelen ser artificios literarios metáforas, epítetos, personificaciones u otros mecanismos lingüísticos propios del género narrativo como el salto en el tiempo o como el cambio inesperado de narrador. Me refiero a una sola palabra, al término “blancaustríaca”, escrito todo junto, con el que Saramago acierta a presentar con precisión a la reina de Portugal, una de las principales protagonistas de la novela. Este personaje es una mujer austríaca, una centroeurpea que acaba de llegar desde su lejano país por obra de uno de esos matrimonios de conveniencia que tanto se daban en la realeza. El personaje es importante y, para describirlo, el autor utiliza una palabra de su propia invención, un neologismo que, además de original, resulta muy certero pues contiene dos de las principales realidades que definen la personalidad de la reina. La reina es blanca de piel en un país, Portugal, de gente más bien morena; la reina proviene de una cultura lejana y, como consecuencia, el personaje se caracteriza, sobre todo, por sentirse fuera de sitio y porque esa falta de sintonía con el ambiente de la sociedad portuguesa la llevan a ser especialmente infeliz y frágil.   

La acción avanza con buen ritmo aunque Saramago nunca deje de tomarse un respiro para describir los ambientes con morosa y sabrosa pincelada, ni deje de criticar al poder político, entonces monarquía absoluta, y al poder también absoluto que, por aquella época, ostentaba la iglesia. Los protagonistas positivos son valientes, casi temerarios cuando se enfrentan con decisión a las cortapisas que les impone una organización social la de principios del siglo XVIII muy muy rígida. Pero, como lo que domina hoy en la narrativa de mayor consumo es la acción y el enredo sentimental, la costumbre de que aflore deprisa la intriga por desenredar y que se sucedan los pasos importantes en dirección a la resolución del caso, una gran dosis de Saramago puede desconcertar a algunos lectores. Seguramente, algún lector actual de Memorial del convento puede pensar que hay demasiada descripción, que no está acostumbrado a tanto preámbulo; pero yo lo animo a perseverar porque, a pesar de las abundantes descripciones sobre la corte del rey portugués, también es cierto que Saramago nunca deja que el hilo argumental se ausente del todo.