«El chico de la última fila», de Juan Mayorga, según Andrés Lima

Por Horacio Otheguy Riveira

En esta obra de Juan Mayorga el texto oscila entre la literatura pura y dura y la vigorosa presencia de un teatro en el que la palabra es esencial. Diálogos vibrantes, encadenados entre monólogos breves, planteados en forma escalonada, minados de inquietantes conflictos que se asoman y rara vez explotan… Un desarrollo peculiar que deja en manos de los directores la reconstrucción de una palabra viva, dependiente de la imaginación ajena.

Desde su estreno en 2006 ha dado muy buenos frutos en la traducción y representación en varios países. En España ha tenido muchas versiones, y en Francia la película de François Ozon aportó una de las miradas más ricas e inquietantes. En la casa, con guion del propio director, estrenada en 2012 recibió abundantes premios internacionales.

El estilo de la palabra escénica abierta al criterio de diversas producciones es una característica de Mayorga, más o menos interesante en una abundante creación de piezas. A 14 años del estreno, «El chico…» ofrece a sus lectores/espectadores uno de los más apasionantes recorridos por una aventura existencial en la que sus vivencias en torno a acontecimientos vitales se entrecruzan con reflexiones y experiencias paralelas. Es un circuito que no acaba nunca de comprenderse porque a nuestro servicio se ofrecen imágenes muy fuertes a través de figuraciones coloquiales por donde circulan el egocentrismo de un profesor de lengua y literatura cargado de convencionalismos y un alumno silencioso de la última fila, el único que escribe bien, capaz de recibir el privilegio del profesor de llevarle de la mano hacia lo que él supone la gran literatura.

La invasión del chico de 17 años en la familia de un compañero de Instituto es la base de su relato, el cual se lee en voz alta y parte del cual se representa en escena. Un juego de paralelismo que en realidad no es más que la simbiosis del frustrado escritor en un profesor día a día más incompetente. Uno y otro se suman y restan, expandiendo una doble angustia: la del chico pobre sin familia, en busca de una vida a través de la vida de otros, y el intelectual que quiere hacer de él lo que no logró en sí mismo.

[…] “Hola. Tú debes ser Carlos”. Su voz era tal y como había previsto; ¿dónde enseñarán a hablar a estas mujeres? Claudio ”contesté , sosteniéndole la mirada”.
“¿Buscas el baño?”. “La cocina”. Ella me condujo hasta allí. “¿Quieres hielo?”. Me fijé en sus manos mientras sacaba los cubitos: alianza en la derecha y sortija en la izquierda. Se sirvió un Martini. “Coge lo que quieras”, dijo. “Estás en tu casa”.
Ella volvió al sofá y yo a la habitación de Rafa. Le resolví el problema de trigonometría.
Va a necesitar mucha ayuda para sacar las Matemáticas este curso. Continuará”.
(Silencio.)
Juana- ¿Dice “Continuará”?
Germán- Entre paréntesis.
(Pone un siete en la redacción y coge otra.)
Juana- ¿Un siete?
Germán- No tiene faltas, y de vocabulario no está mal. No es Cervantes, pero comparado
con los otros… ¿Qué nota le pondrías tú?
Juana- Yo llevaría esa redacción al director.
Germán- ¿Por qué? ¿Porque la madre de su compañero Rafa tiene los ojos azules?
Juana- ¿Quién es este chico?
Germán- Me parece que es uno que se sienta en la última fila, pero no estoy seguro.
Todavía no los conozco. Estamos en la segunda semana de curso.
Juana- ¿Le pones un siete y te quedas tan ancho? “Continuará”.
Germán- ¿Si le pongo un seis te quedarás tranquila? Menos de un seis no puedo ponerle.
Juana-Se ríe de ti y le pones un siete.
Germán- ¿Se ríe de mí? No me había dado cuenta. […]

En la puesta en escena de Andrés Lima, los apuntes, las sugerencias, los claroscuros de la obra original se enriquecen a través de una fantasiosa recreación de lo real y lo imaginado, lo que se escribe y aquello que se imagina, en torno a la literatura, la clase media, las parejas, el dinero… Fantasmales personajes con mucha expresión corporal y alguna coreografía. Hay una atmósfera singular que envuelve y a la vez permite tomar distancia en un raro equilibrio muy conseguido.

Pero en la segunda mitad de la función esta interesante concepción escénica con atractivos recursos  de teatro en el teatro agotan su interés a fuerza de insistencia monocromática, y tornan agotador el movimiento con las voces de los protagonistas (el chico y el profesor) insistentemente planas hasta lograr que algunos espectadores, entre los que este cronista se encuentra, empiecen a pensar en otra cosa, a alejarse de lo que tan bien encaminado iba.

La expansión del cruce de historias se convierte en un caos. Si desde el comienzo se hace presente que es una representación teatral, con el esqueleto del escenario a la vista, y la participación activa de una joven del equipo técnico, pasado un tiempo no se aportan nuevos “puntos de vista” (una constante en el discurso del profesor) y la riqueza del conflicto psicosocial de El chico de la última fila, de Juan Mayorga, se queda en un embarullado, y por tanto confuso, ejercicio estilístico del director, lo cual alcanza a los estupendos intérpretes del elenco, muy eficaces hasta la zona mortífera en que todo se torna repetitivo y falto de interés, como si tuvieran que cargar con unas marcaciones excesivamente exteriores.

Y a pesar de todo, la potente voz de la pieza original se abre camino y encuentra la fuga perfecta para quedarse entre quienes, perplejos, y a la vez hechizados, quedamos prendados del misterioso Claudio y el desmoronamiento de cuanto le rodea…

De izquierda a derecha: Alberto San Juan, Arnau Comas, Pilar Castro, Guillem Barbosa y Guillermo Toledo, en una feliz reaparición después de mucho tiempo alejado de los escenarios. De pie: Natalie Pinot.

Texto Juan Mayorga

Dirección Andrés Lima

Escenografía Beatriz San Juan

Iluminación Marc Salicrú

Vestuario Míriam Compte

Espacio sonoro Jaume Manresa

Fotografía Luz Soria

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