Crímenes domésticos en un policiaco de Tana French: «No hay lugar seguro»

Por Horacio Otheguy Riveira

Un policíaco brillante que empieza con armas clásicas, fácilmente identificables también en las múltiples series de televisión internacionales, narrado por el protagonista, un inspector muy seguro de sí mismo que no tardará en hallar insólitas dificultades. Pronto la estructura convencional del relato se abre para desarrollar en más de 600 páginas una intriga donde diversos aspectos se entrecruzan en un muy logrado panorama de alta tensión social.

Ubicada en Dublín, su oscuridad y su luz van más allá de todo límite geográfico, provocando un sentimiento de peligro allí donde se encuentren los lectores, propio de lo que más nos atañe: la violencia —de muy diversas características— en el seno de la familia. Dentro del subgénero Domestic Noir, No hay lugar seguro cuenta con muchos elementos novedosos, sin descuidar las características clásicas.

«Soy condenadamente bueno en mi trabajo. Lo creo de verdad. Llevo diez años en el Departamento de Homicidios y desde hace siete, cuando me habitué al puesto, ostento la tasa de casos resueltos más alta de la comisaría. Este año voy a quedar segundo, pero es que al tipo que me ha superado le tocó una ristra de casos domésticos que eran pan comido, casos en los que el sospechoso prácticamente se ponía las esposas solo y se entregaba en bandeja servido con puré de manzana. A mí, en cambio, me cayeron los más difíciles, expedientes soporíferos de yonquis en los que nadie nunca ha visto nada, y aun así conseguí resolverlos. Si nuestro comisario hubiera tenido alguna duda sobre mí, habría podido apartarme de los casos en cualquier momento. Pero no lo hizo.

Lo que intento decirles es que este caso debería haber ido como la seda. Debería haber acabado figurando en los manuales como paradigma del trabajo bien hecho. Desde todos los puntos de vista, debería haber sido el caso soñado.
En cuanto aterrizó en comisaría, supe que se trataba de algo gordo. Todos lo supimos….
—Marido, mujer y dos críos apuñalados en su propia casa. La mujer va de camino al hospital; no saben si sobrevivirá. Los demás están muertos…»

En un primer momento, Kennedy está demasiado sumergido en su omnipotente ego, que crece más aún junto a su joven compañero, el inexperto Richie, así que cree que no será un caso difícil de resolver. Pero no tardará de cambiar de opinión: detalles que no cuadran, pistas que parecen conducir a dos lugares al mismo tiempo, presencias inexplicables…

La búsqueda de pruebas es minuciosa. La pareja de policías se lo pasa bomba con la intrincada suma de confusas situaciones, hasta que todo empieza a adquirir un tono lindante con el terror:

«Señor, tienen que venir a ver esto.

Con sumo cuidado y empleando una cantidad considerable de tiempo, alguien había convertido la planta superior de la casa en su guarida particular. Había un saco de dormir de calidad, como los que se usan en las expediciones, con una piedra tosca de hormigón encima para que el viento no se lo llevara. Las abertura de las ventanas estaban cubiertas con plásticos gruesos clavados a las paredes para guarecerse del frío y había tres botellas de agua de dos litros alineadas limpiamente contra una pared, además de una caja de plástico transparente con espacio suficiente para que cupieran una barra de desodorante, una pastilla de jabón, detergente para la ropa, un cepillo de dientes y un tubo dentífrico. En un rincón limpio había una escoba y un recogedor: aquel espacio estaba libre de telarañas. Una bolsa de supermercado sujeta bajo otro pedazo de hormigón, un par de botellas vacías de bebida energética, unos cuantos envoltorios de chocolatinas y la corteza del pan de un bocadillo que sobresalía de un papel de aluminio arrugado. Colgado de un clavo en una viga había también uno de esos impermeable de plástico para la lluvia que suelen llevar las mujeres mayores. Y, sobre el saco de dormir, un par de prismáticos negros junto a su caja, ahora maltrecha. Las aberturas de las ventanas traseras daban directamente a la acogedora cocina acristalada de Patric y Jenny Spain, situada a unos escasos diez metros de distancia.

—Caray, caray —dijo Richie en voz baja.

Yo no dije ni media palabra. Estaba tan enfadado que lo único que habría podido proferir habría sido un rugido. Todo lo que sabía de aquel caso se había elevado en el aire, se había vuelto del revés y me había caído encima como una losa…»

*** *** ***

«[…]—Lo lamento muchísimo. No pudimos hacer nada.

El momento que sigue a esas palabras tiene un millón de formas. He visto a personas aullar hasta quedarse sin voz, quedarse petrificadas como si aquello pudiera pasar de largo y correr y echarse a llorar sobre el pecho de otra persona, y eso cuando consiguen sostenerse en pie. Las he sujetado para que no se destrozaran el rostro contra las paredes, intentando expulsar el dolor a golpes. Jenny Spain estaba más allá de todo eso. Dos noches atrás, había hecho todo lo posible por defenderse; no le quedaban fuerzas. Se dejó caer sobre la gastada funda de la almohada y lloró en silencio, sin cesar…».

*** *** ***

Tras la investigación, los dramas personales del policía salen a la luz del relato en angustiosos encuentros con su guapa hermana menor, desequilibrada Dina que, como todo neurótico no está exenta de lucidez…

«[…]—No me abofeteas porque, claro, eres demasiado bueno para eso y que Dios te ampare por sentirte como el malo de la película por una sola vez en tu vida, pero en cambio sí que está bien hacerme saltar de un puente, claro, eso sí que está bien…

Un sonido a medio camino entre una carcajada y un grito.

—¡Virgen Santa! No puedes ni imaginarte lo cansado que estoy de escuchar todo eso. ¿Crees que solo eres tú quien tiene ganas de vomitar? ¿Y qué hay de mí? ¿Qué te parece que me ocurre cuando tengo que tragarme esta mierda cada vez que me doy media vuelta? «Si no me llevas al Museo de Cera, me voy a suicidar». «Si no me ayudas a sacar todas mis cosas de mi piso a las cuatro de la madrugada, me voy a suicidar». «Si no te pasas la noche escuchando mis problemas en lugar de intentar salvar tu matrimonio por última vez, me voy a suicidar». Sé que es culpa mía, por haber cedido siempre que me azotabas con esas tonterías, pero esta vez no pienso hacerlo. ¿Quieres suicidarte? Pues adelante, hazlo. No quieres, pues no lo hagas. Tú decides. Nada de lo que yo haga servirá de nada, de todos modos. Así que no me eches esa jodida carga encima.

Dina me miró de hito en hito, boquiabierta. El corazón me iba a estallar entre las costillas; me costaba incluso respirar. Al cabo de un momento, arrojó su copa de vino al suelo, esta rebotó en la alfombra y dibujó un arco rojo como sangre derramada…».

Tana French (1973), nacida estadounidense pero afincada en Irlanda desde hace décadas, es actriz teatral y escritora de gran éxito, ganadora de varios premios internacionales. Todas sus obras son ficciones que transcurren en Irlanda en ambientes de intenso suspense y oscuridad a menudo lindante con otros géneros como el gótico.

Además de la novela que nos ocupa, No hay lugar seguro, también es autora de El silencio del bosque, En piel ajena, Faithful Place, El lugar de los secretos, Intrusión, El explotador.

Extracto de una entrevista publicada en The Guardian en febrero 2019:

«French es una especie de maestra en hacer cambios y transformaciones, tal vez no te sorprenda saber que su abuela era una rusa blanca cuya familia huyó de la revolución de 1917 a través de Crimea y se estableció en Etiopía, donde se casó con un abogado italiano. La infancia de French estuvo marcada por mudanzas frecuentes: la carrera de su padre como economista del desarrollo llevó a la familia de Vermont a Florencia cuando French era un bebé, y más tarde a Malawi. Por el contrario, su esposo, Anthony Breatnach, es «Dublín directo en todo» y proviene del antiguo distrito del centro de la ciudad de Liberties, llamado así porque durante siglos operó de acuerdo con leyes separadas del resto de la ciudad. . Fascinada por su diferencia con su propia educación, French lo usó en su novela de 2010 Faithful Place .. Cuando creció, no se rebeló contra su vida nómada, como hacen algunos niños, lanzándose hacia la carrera profesional más estable que pudo encontrar. En cambio, se convirtió en actriz, trabajando principalmente en teatro y complementando sus ingresos con doblajes y trabajos corporativos («Haga clic en el icono de abajo para obtener más información», me indica, a modo de demostración. «¡Todavía lo tengo!»).

“No es coincidencia que muchos escritores, muchos actores también, sean niños de una tercera cultura”, dice. “Parte de esto es que nos sentimos cómodos con la inestabilidad que acompaña a la vida artística. Estamos cómodos con la idea de que no tienes un trabajo sólido que te dure para siempre, no es una gran agitación mental”. En un descanso entre trabajos de teatro, trabajó en una excavación arqueológica, otra pasión, y quedó cautivada por un bosque cerca del sitio de excavación. Empezó a imaginar la historia de tres niños pequeños que jugaban allí, y solo uno salía, incapaz de recordar lo que había sucedido y traumatizado a partir de entonces. Lo escribió, encontró el papel un año después y todavía quería saber qué pasó. La única opción era escribir la historia ella misma».

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