Lea Vélez a propósito de «El jardín de la memoria», su último libro

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Por Benito Garrido.

«Un largometraje de los que a mí me gustan tiene unas sesenta secuencias. Mio atrás, hacia el amor, y pienso en las que escogería para contar nuestra vida juntos. Nada viene a mi mente. Sólo hay presente en la memoria. Las sesenta secuencias están todas aquí, en el último otoño, porque aquí está todo el amor».

El jardín de la memoria
El jardín de la memoria, de Lea Vélez.

Lea Vélez (Madrid, 1970) estudió Periodismo en la Complutense y tras ello decidió convertirse en guionista de ficción. Hoy, su ordenador archiva más de seiscientas horas de ficción televisiva. En 2004 se editó su primera novela, El desván, escrita en colaboración con Susana Prieto. En 2006 repitió la experiencia de escribir a cuatro manos con su segunda novela, La esfera de Ababol. En mayo de 2014 publica, ya en solitario, La cirujana de Palma. El jardín de la memoria es su última novela, un emocionante testimonio de amor, por puro amor.

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El jardín de la memoria. Lea Vélez. Editorial Galaxia Gutenberg, 2014. 256 páginas. 17,90 €

Contado en primera persona, la autora muestra con gran valentía y entrega su testimonio personal en relación a la enfermedad y muerte de su marido, una historia de amor que es sobre todo un canto a la vida: «Fue un otoño extraordinario. El otoño en el que tú me enseñaste a vivir y yo te enseñé a morir. Durante la última aventura, filosofamos, investigamos, leímos las viejas cartas de tu hermano Stephen. Las cartas que relatan una época y un pasado familiar. Gracias a una antigua foto en un sobre con matasellos de Sheffield, encontré respuesta a la dudosa paternidad de Gill. Me encanta hacer de detective. Las cosas de Stephen siguen en la buhardilla, metidas en sus cajas de bombones y a veces las saco y releo una poesía del cuaderno infantil. Allí, en la Inglaterra de 1957, estaban las respuestas y mientras yo escribía este Jardín transcribiendo cartas amarillas por el tiempo, tú lograste perdonar. Pienso en la sonrisa del otro protagonista de este relato: Francesc Boix. Te fascinó la vida del republicano español, testigo de Núremberg, fotógrafo de guerra. Yo te contaba sus hazañas, que están en esta novela y que no sé si es novela porque todo lo que se cuenta en ella sucedió de verdad».

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P.- Un año este fructífero para ti: en breve espacio de tiempo, dos libros tuyos en las librerías.

Sí, estoy feliz. La acogida de La cirujana de Palma, que es una novela policiaca de época, ha sido fabulosa. Llegó a ser número uno en Mallorca este verano… y ahora, en un mes escaso, El jardín de la memoria, que es un retrato de mi alma, me está dando gratísimas alegrías. Es maravillosa tanta actividad.

P.- Te muestras sin pudor y por completo al escribir este libro. Pero ¿son reales todos los recuerdos que pueblan este jardín de la memoria? ¿Cómo te sientes después de escribir un libro así?

Todo es real, sí. Todo, la cartas de la familia Collinson, mis conversaciones con George en las que me cuenta sus recuerdos familiares, o filosofamos o reímos, o lloramos. Otra cosa es que todos los recuerdos, sobre todo los de una memoria tan lejana sean absolutamente precisos, o estén equivocados, pero de eso va el libro y para eso ya hago yo de detective, analizando la información y hablando de estas o aquellas contradicciones con los «testigos» de aquella época. La peripecia de Boix, el fotógrafo de Mathausen es tal y como fue relatada por los que le conocieron y su testimonio en Nuremberg es literal. En realidad El jardín de la memoria es como eso, un jardín que he plantado ordenando todos los hechos a mi manera para construir con ellos una historia de la familia y de mis últimos momentos con mi marido. ¿Qué como me siento tras la escritura? Con una responsabilidad enorme por haber contado la historia de los Collinson y feliz por haberlo hecho, por haber explicado todo a corazón abierto, para que mis hijos sepan quién fue su padre, de donde vino, y encuentren su alma entre la páginas de este «jardín».

P.- Cicerone de la muerte, guía del último suspiro… ¿no te producía miedo asumir ese papel tan duro y complicado?

El miedo es una cosa que en la batalla, se aparca. Si te dan un coche sin frenos, te mueres de miedo, pero es más urgente dominar ese coche, no estrellarse, que tener miedo. O lo haces, o te estrellas. Yo controlé mi miedo escribiendo esta novela. Por eso es un texto tan, tan de verdad, tan particular. Porque está escrito con sentimientos en tensión, encerrados en alguna parte mientras voy por una carretera con un coche sin frenos.

Lea Vélez.
Lea Vélez.

P.- ¿Cómo surgió el hacer este libro y por qué?

Cuando el médico te dice: «prepárate para lo peor», la mente no sabe entender a qué demonios se refiere con «lo peor». Sería mejor que te dijeran: prepárate para la muerte. Será así y llegará así y tardará tanto o cuanto tiempo. Pero no te lo dicen, todo es ambiguo por miedo a herir o pudor y la ambigüedad es lo que más miedo da. Para colmo, uno tiene prudencia y mucho pudor a preguntar por cosas que son tabú. Esta oscuridad y este pudor absurdo es lo que genera el miedo porque la cosas malas y desconocidas siempre nos las imaginamos muchísimo peores de lo que realmente son y «lo peor» para un médico puede no ser «lo peor» para ti. Al llegar a casa, tras ver al médico, te asaltan las preguntas y no sabes contestarlas. Las preguntas prácticas y las existenciales. Mi marido se moría, yo necesitaba ayudarle a salir del terror y nadie me decía como. La única ayuda (además de hacer gestiones relacionadas con el hospital o arreglar testamentos y esas cosas) que yo podía darle era emocional. Estar con él, hacerle sentir que no nos dejaba en mala situación y que no tenía deuda con el pasado. Estaba muy lúcido, era un hombre muy gracioso y sobre todo había mucho amor. Como escritora me fascinaba ese amor, su lucidez, su humanidad y esa lucha por conservar una vida digna hasta la inminente llegada de la muerte. Pero la tensa espera es más matadora que la propia muerte. Por eso buscamos un proyecto. Le dije a mi marido que con su ayuda quería resolver el misterio de la dudosa paternidad de su hermana Gill. Revisaríamos su infancia y haríamos de detectives para entender sus monstruos, las frustraciones de una vida, hacer balance. Eso le encantó. Le hizo feliz. Le gustaba saber que esa novela era una resolución de asignaturas pendientes pero también un futuro para mí. Un futuro literario. El jardín de la memoria es un camino por el que conduces un coche sin frenos y a la vez es el álbum donde guardé nuestro amor.

P.- La de George, ¿era es una lucha por seguir viviendo o más un valiente intento por no pensar en la muerte tan cercana?

Pero claro que pensábamos en la muerte, los dos. No pensábamos en otra cosa ni hablábamos de otra cosa. Por eso es todo tan filosófico y tan bonito, porque las discusiones eran las últimas discusiones, los besos eran los últimos besos. Yo cada vez que lo abrazaba, lo hacía sabiendo que quizá era el último abrazo. El amor junto a la amenaza de la muerte es amor en presente. Es el más puro y mejor amor. Y nuestra situación no era una lucha, era valor. George fue valiente, no se quejó, no se derrumbó desesperado ¿porqué a mí? Lloraba de emoción, no quería dejarnos, pero era feliz. Se puede ser feliz hasta en «lo peor». Esto es justamente lo que convierte la novela en un canto a la vida. Creo que en El jardín de la memoria uno encuentra esa respuesta, la de como hay que vivir, y muchas otras.

P.- ¿Cuánto de saludable tiene rebuscar en la memoria, mantener objetos que recuerdan momentos, repasar historias pasadas?

Todo. Lo tiene todo de saludable. Es un tema recurrente en mis novelas y en mi vida. De hecho, en La cirujana de Palma hay un personaje que dice: «Si no sabemos quienes somos, de dónde venimos. ¿Cómo podemos saber a dónde vamos?» Es consustancial con el ser humano mirar atrás para coger impulso, para entender cómo somos y reafirmarnos. La historia anónima de la gente pequeña es tan importante como la historia global de un país. Yo creo que debemos conocer bien ambas siempre… Pero bueno, admito que es mi obsesión personal porque yo encuentro respuestas a mis frustraciones en mis antepasados. También es un interés que se me ha despertado con la madurez. Debemos preguntar a los abuelos, a los padres, antes de que mueran porque después siempre nos reprocharemos no haberlo hecho. No haber «grabado» su testimonio de una vida, una época, de la familia.

P.- ¿Cómo llegan a confluir vuestra historia (Lea/George) con la de Boix, un personaje que ya por sí mismo podría dar para una novela?

Toda la vida quise escribir una película o una novela con Francesc Boix como protagonista. Su vida siempre me fascinó. Por eso, cuando buscaba qué hacer mientras George y yo pasábamos horas juntos, él en cama y yo a su lado, lo primero que me planteé fue escribir sobre Boix. Enseguida aparqué eso para investigar y escribir la historia de los Collinson y de mi marido, la historia de Gill y su hermano Stephen. El relato de unos hechos que marcaron a mi marido para siempre. Pero aún así, Boix seguía apareciendo en mi mente una y otra vez y yo lo seguía investigando también a él. Llegó un momento en que me di cuenta de que había dos historias. O tres, o tantas como personas hay en el mundo. La historia de los recuerdos, de los gustos, de las opciones que tomamos en la vida y de las que no tomamos y nos vienen dadas, la historia de las constelaciones humanas y como aquello que guardamos en la mente, nos conforma y nos hace escoger desde el tema para una novela a los estudios o una carrera determinada de formas completamente inconscientes. Boix se convirtió en una especie de aparecido, de obsesión inconsciente que le daba sentido a toda la novela porque es una novela sobre el testimonio junto a la muerte. Él me enseñó con su periplo inimaginable cómo vivir la culpa de la supervivencia, como tener un proyecto de vida, como aceptar unas cosas y luchar por otras.

P.- Háblame del poder cautivador que la fotografía tiene en ti, en tu novela.

Mientras escribía El jardín de la memoria el motivo de mi fascinación por Boix se me escapaba, era algo inconsciente Ya te digo que fue un personaje que me llamó la atención desde siempre. Ahora lo sé. Caí en la cuenta de pronto, hace poco. Boix era fotógrafo, su padre, que era sastre en Barcelona, le inició en la afición a la fotografía. En todos estos años, no me había dado cuenta de que mi propio padre era fotógrafo aficionado, que siempre iba a todas partes con su cámara réflex. Ahora todos sacamos fotos, pero yo te hablo de una época en la que ser fotógrafo tenía mucho misterio, química, glamour. Mi padre era un fotógrafo aficionado de altura y en casa guarda cajas de madera con miles de fotos y diapositivas de España entera. Todo un archivo de los años 70. Así que la fotografía es un recuerdo de infancia. Mi tesis en la novela es que somos quienes somos en función de los resortes que adquirimos en la infancia. Por eso es una novela sobre la memoria. Todos los tipos de memoria. No hay memoria sin testimonio, no hay memoria sin mirar una foto que nos valga de chispa para recordar. Por eso las guardamos. Al menos, los Vélez. Porque las fotos son las luces que iluminan los misterios.

P.- En tu experiencia como escritora, ¿resulta más difícil inventar o desgranar los episodios realmente vividos?

Es una pregunta difícil. En este caso, fue muy fácil saber qué escenas escribir y cuáles no y al mismo tiempo fue muy complejo. Aunque en teoría no tuve que inventar, porque al ser todo real reproduje conversaciones enteras, no olvidemos que es una novela, una obra literaria, no un diario, o una narración lineal de unos hechos. El jardín de la memoria tiene una estructura muy trabajada, muy difícil. Es como una colcha de patchwork. Los hechos son reales, pero sólo pueden ir donde van, igual que un puzzle complicadísimo con el diseño de un jardín. A la vista parece simple, bello, las flores son perfectas, pero para que sean perfectas hay que sostener las ramas, darle forma al arbusto, escoger el lugar exacto de cada planta, entender de plantas y saber podar. Mi escritura es también como el truco del mago. Hay un montón de resortes y mecanismos detrás para elaborar esa aparente sencillez. Busco deliberadamente el poder demoledor de la verdad y la sencillez y nada es por casualidad. La máxima sencillez, requiere de una disciplina sobrehumana. Verdad o ficción, requieren de maestría.

P.- Consigues emocionar al lector, algo realmente difícil hoy día. ¿Crees que es el mejor modo de empatizar con él y animarle a seguir leyendo?

Sí, lo creo. Es una novela tremendamente ambiciosa disfrazada de historia sencilla, como te decía. Entre mis ambiciones, mis deseos, estaba el de demostrar que un tema poco apetecible, como es la muerte, puede ser visitado desde el amor, desde la belleza, y mostrado a los demás con total verdad, arrancando lágrimas, sensaciones, sí, pero también emociones preciosas, ternura y sonrisas. Yo quería demostrar que mi camino «poco comercial», irónicamente, puede ser el más comercial de todos y que para lograr ser «comercial», tener éxito, hay que ser uno mismo, no pensar en qué pensarán de nosotros ni críticos, ni editores, ni lectores, ni Dios. Hay que olvidarse del mundo y escribir con instinto, estructura y pasión, maestría como te decía antes, sin tratar de emular a otros autores. Tratar de reproducir el éxito de otro me parece un frasco personal, y no creo en éxitos desde el fracaso. Una reproducción siempre es una copia. Yo aspiro siempre a ser «el original». Por eso hay empatía. Porque hay verdad. Y ¿Acaso hay quién no empatiza con la verdad? Con es niño que dice: mira, mamá, el emperador… va en pelotas

P.- ¿Nuevos proyectos literarios a corto plazo?

Tengo dos novelas en promoción, pero sí, ya tengo terminada otra más. Lo que ocurre es que hay que esperar un tiempo prudencial. Un año o más. No, no tengo ni idea de cual es mi corto plazo profesional.

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