Naïf, de José Kozer

NAIFNaïf, de José Kozer

 

Ed. El sastre de Apollinaire

 

Por Rubén Romero Sánchez

 

El poeta cubano José Kozer (La Habana, 1940) tiene una amplia, renovadora y muy destacable obra que, sin embargo, no es excesivamente conocida a este lado del charco; si bien debemos congratularnos porque desde hace una década más o menos se esté efectuando en nuestro país un rescate por parte de editoriales como Bartleby, Visor, Amargord o El sastre de Apollinaire, la cual nos entrega este Naïf de divertida lectura y denso poso posterior.

Es el libro un juego en el que el sempiterno amor del yo poético por Guadalupe se adereza con un pretendidamente caótico juego de palabras de raigambre quevediana y una chufla de todo lo que al poeta se le pone por medio. La clave estriba en el carnaval que impregna todo el poemario.

 

“… el

conocimiento consiste

en entender que Dios,

inclemente, se disfraza

de serpiente por ser

época de carnaval”

 

Nada es lo que parece, el escritor es un fingidor, que diría aquel, y donde el lenguaje no puede llegar llega la poesía, hecha de un lenguaje distinto que conjuga la música con la imagen. Así, escribir poesía no es tarea sencilla, y trufar un texto tras otro de calambures y oxímoron tiene más de artesano que de lúdico:

 

“Por antonomasia. Y por

paronomasia, linda pareja

hacen Antón y Tomasa.

El Antón Pirulero y la

Negra Tomasa. Ya ve

lo fácil que es hacer

un poema.”

 

José Kozer confiesa que cuando se exilió de Cuba tras la revolución por poco no desaprende el español. De hecho hizo suyo el inglés y tardó muchos años en volver a escribir en su lengua materna. En Naïf la imposibilidad de aprehender una lengua y de comunicarse al cien por cien con otra persona aparece como una constante:

 

“De golpe hablo ruso esta mañana no sé en

polaco ni papa”

 

Y es que el poeta, humildemente, se ve capaz de domeñar el lenguaje. De manera constante salta del español a la referencia en inglés, y la lengua del poema, del libro en total, se convierte en un ente vivo que no se deja aprisionar; por eso tampoco el verso funciona y a veces este es solo una palabra, individualizada cada una y parte de un todo en la mente del lector. Y es el propio lenguaje quien acude en su ayuda, autónomo en esencia, y convoca la multiplicidad de significados que le otorga la tradición, en la que Kozer se sumerge demostrando que nada es uno, que todo está imbricado:

 

“Ronda de los alfabetos, final feliz: cirílico abraza

a cuneiforme, la griega

de ojos negros brinda

respiración artificial

al hebreo exangüe”

 

Así, la poesía se convierte en un proceso comunicativo imposible pero deseable, donde el humor, la nostalgia, la jácara y la mojiganga conviven en un universo plagado de padres inspiradores para Kozer con quienes conversa en un lenguaje inventado. Y, tras largo y fatigado camino, el viajero regresa a su casa para saberse incomprendido pero festejar el hecho único de sentirse parte de un todo:

 

“… yo solo sé hablar

sordomudo y omisión”

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