‘Diario rural’, de Susan Fenimore Cooper

DIARIO RURAL. Apuntes de una naturalista.

Primavera – verano

Susan Fenimore Cooper

Traducción de Esther Cruz Santaella

Pepitas

Logroño, 2018

305 páginas

 

Por Ricardo Martínez Llorca / @rimllorca

Cuando se quiere mucho algo, las ideas deberían ser claras, pues el sentimiento no puede ser más sencillo. Así brota, como brotan las flores a las que tanto admira Susan Fenimore Cooper (1813 – 1894) la escritura de este hermosísimo diario, con naturalidad, sin artificios. La literatura sencilla es la más agradable, la que viene a ocupar los mejore momentos en la lectura, en horas de nuestro tiempo. Ese es el gran mérito de este libro en el que la defensa del mundo natural se desgrana a través de enunciados, no de pensamientos. No es un ensayo, es una mirada llena de cariño y ternura. Es un ejercicio literario dificilísimo, pues nadie decanta todo lo que sabe para meterse en párrafos farragosos. Se trata, en realidad, de una forma de sustituir la falta de aire libre cuando el ambiente está cerrado, cuando llevamos demasiados días inmersos en el aire millones de veces respirado de la ciudad. Estos diarios son una canción y, como tal, rezuman armonía, una virtud escasa, un valor que estamos dejando olvidado en aras de ejercicios de estilo sin suelo bajo los pies. Para hacernos una idea de en qué consisten estos diarios, podríamos atrevernos a compara la suma de las páginas a un cuadro de Constable. Valga esa frase para resumir el inmenso valor de este libro.

Fenimore Cooper se adelanta a Emerson, a Thoreau y a John Burroughs, pero a diferencia de ellos, no hay nada de crítica a otras formas de vida ni de apología a la rural. Fenimor Cooper se limita a registrar con una especie de alma animista: cada árbol y los bosques, las aves y los cantos de las aves, el agua y las formas del agua. En definitiva, los detalles pequeños, de los que no excluye la vida rural, las formas de vida agrícolas y ganaderas en las que se respeta el medio ambiente. En ese sentido su ecologismo, un concepto que ella desconocía, es naturalista, no de la corriente puramente conservacionista, como el de John Muir. Para ella cada pétalo y cada vuelo tienen tanta personalidad como cada ser humano. Son dignos de respeto y solo cabe enfrentarse a ellos con humildad, pues serán nuestros maestros. La cultura, venimos a concluir, no se limita a recitar sonetos de Shakespeare, sino que también surge cuando vamos aprendiendo a reconocer de qué flores liban las abejas.

En este volumen se recogen las estaciones más agradables: en primavera van naciendo las formas de vida a medida que se alargan los días y la luz se impone. En verano, el tiempo se tranquiliza, un tiempo cuya forma de transcurrir es muy diferente a las versiones que conocemos: más lento, más digno de reconocer, un tiempo en el que la espera es un valor por sí misma. Fenimore Cooper tiene la suerte de vivir en un mundo que, al contrario que el urbano, se puede conocer, porque conocerlo no presenta caras amargas, hostilidad ni neurosis. Hay un espíritu religioso, sí, pero lo invoca en contadas ocasiones. Lo que sí existe, sin duda, es un sentido espiritual, una lección de humildad literaria y vital. Este Diario rural es un libro para mantener siempre en la cabecera de la cama y recurrir a él cuando nuestra jornada no ha sido agradable, algo que sucede con demasiada frecuencia. De ahí que sea un libro necesario.

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