El antes y el después del terrorismo de estado argentino en dos notables novelas

Por Horacio Otheguy Riveira

Dos líneas de trabajo, dos estilos muy diferentes que abarcan periodos fundamentales acerca de la violencia en Argentina, uno de los países del Cono Sur atravesados por la violencia demencial del terrorismo de estado. «Villa», de Luis Gusmán: un médico que se incorpora a la barbarie como si fuese un mero rito de supervivencia. «No pidas nada», de Reynaldo Sietecase: torturadores argentinos después de la caída, en fugas con apoyo internacional.

Dos escritores con mucha obra, casi desconocidos en España, que ofrecen miradas minuciosamente sopesadas entre los diversos aspectos de una realidad emparentada con muchas otras en la larga dictadura militar que a veces regresa con forma aparentemente democrática en varios países. Sin embargo, en el lacerante caso de la República Argentina, se da la circunstancia de que ha padecido largas tiranías a lo largo de su historia, y en el siglo XX desde 1930 a 1983 con varias seudodemocracias en el camino, hasta la actualidad en la que se debaten viejos-nuevos problemas bajo el despotismo del capitalismo salvaje.

En estas ficciones muy bien documentadas, los lectores se encuentran ante historias que se leen con mucho interés por su carga envolvente de intriga entre personajes contradictorios que se enfrentan en ambos casos a derivaciones poco frecuentadas por la literatura, como puede ser en Villa el protagonismo de un médico y otras personas de cualificada formación en atrocidades por lo general atribuidas a los sectores más primitivos de la sociedad. Y en Nunca pidas nada, la ambición desaforada de quienes siguen confiando en la reaparición de su crueldad como fórmula política, unida al sincretismo afrocristiano muy extendido en Brasil, donde se explayan, como de costumbre, la violencia y la religión.

En la Avenida de Mayo, a pasos de la Casa Rosada, pasa el féretro del General Perón rodeado de granaderos a caballo. Un desfile imponente. En primer plano, un soldado hace su saludo militar y llora desconsoladamente ante la definitiva muerte de quien fue para su familia el gran padre  de los más pobres del país. OLYMPUS DIGITAL CAMERA

Villa, de Luis Gusmán

Su historia comienza en el Ministerio de Bienestar Social durante la gestión de José López Rega. Este secretario de Juan Domingo Perón utilizó esa repartición estatal como base de operaciones de una organización paramilitar: la Alianza Anticomunista Argentina, conocida como la Triple A, que entre 1973 y 1976 torturó y asesinó a unos 1500 militantes, curas obreros, intelectuales y artistas progresistas, antes de que las Fuerzas Armadas tomaran el relevo y perfeccionaran sus métodos. Tres años que prefiguraron el estallido mayor de violencia en vida del general Perón, ya muy tocado por su mala salud, fallecido en 1974 a los 78 años, dejando a su esposa en su lugar, un espacio político muy negro, sembrado de agresiones paramilitares para que las Fuerzas Armadas acabaran dando un golpe de estado que duraría hasta el desastre de las Malvinas, guerra que se precipitó con la intención de perpetuarse en el poder con un gran éxito que se trocó en desastre. El fracaso del embate bélico disparatado cierra una etapa que se había gestado tras un gobierno elegido en las urnas.

El doctor Villa fue un «mosca» antes de convertirse en médico: «¿Qué es ser un mosca?», le pregunta un médico de mayor estatus al iniciarse la novela. «Un mosca es el que revolotea alrededor de un grande», le responde Carlos Villa, «si es un ídolo, mejor» (pág. 25). Esa insuperable voluntad de existir al servicio de otro con una comprobada estelaridad social se desenvuelve mientras se entreteje la barbarie nacional.

«(…) Recibí la respuesta por teletipo: Doctor Villa las dosis y la cantidad de vacunas son correctas. Arranqué el mensaje y lo pegué en la cartelera con otras novedades.

Sentí que me palmeaban el hombro. Era Villalba el jefe administrativo. En realidad, era el jefe. En otro tiempo había sido la sombra de Firpo. Su mano derecha. Pero cambió de mano. Antes era manriquista; ahora lópezrreguista. Yo también había sido su protegido. También le hice un poco de mosca: le pagaba cuentas, hacía citas a escondidas con su amante y le prestaba mi departamento para esas citas. Lo conocí cuando era manriquista. El ex Ministro le hablaba con mucha confianza. En realidad a todos les hablaba con mucha confianza. Un día, desde el aire [aviones sanitarios], cuando el avión ya había salido de Mar del Plata, me pidió que fuera a sacarle entradas para el cine. Yo era médico, pero él era Ministro. Lo llamé a Mussi, el chofer, y fuimos tocando sirena en ambulancia hasta el Gran Rex» (pág. 27).

Mosca siempre, el doctor Villa, felizmente casado con una enfermera que le acompaña a veces, que le asesora en todo momento, llegará a ponerse al servicio de militares y torturadores, entrando con su habitual naturalidad en el fangoso territorio de lo amoral sin el menor sentimiento de culpa o compasión. Pero, eso sí, confiando en un alfiler de corbata de oro con cabeza de caballo, perteneciente a un «grande». Preciado tesoro que recorre su historia en medio de singular intriga.

«Yo solamente esperaba cuándo iba a ser la próxima vez. Si de noche o a la luz del día. Si bien la noche es inquietante, en otro sentido protege porque vuelve todo un poco más disimulado. En cambio, la luz del día suele ser despiadada. No hay dónde refugiarse de esa claridad que comienza por la cara cuando uno se mira al espejo desnudando cada rasgo hasta tener la sensación de que verdaderamente se podría llegar al alma». (Pág. 125).

No pidas nada, de Reinaldo Sietecase

Una novela negra en un tiempo impreciso que podría ocurrir hoy mismo cuando aún hay juicios pendientes, después de años de triunfales procesos judiciales que, por ejemplo, han logrado que el primer presidente militar por golpe de estado, que también presidió el popularísimo Mundial de Fútbol en Argentina, 1978, acabara en la cárcel definitivamente, hasta su muerte entre rejas a los 87 años, el general Jorge Rafael Videla.

La novela navega por varios senderos, algunos contradictorios, entrelazando al final las historias paralelas del protagonista, Tano Gentili, un periodista morfinómano con madre suicida, impulsivo, sentimental. Y el cínico abogado millonario Mariano Márquez, que será quien resuelva con maña criminal un complejo asunto relacionado con la dictadura.

El nivel de suspense se logra con un crecimiento propio del género: el reportero convertido en investigador para sacar a flote una incomprensión que le aflige sobremanera. De lo subjetivo a lo social, del incomprensible suicidio de su madre, a los de militares juzgados o por juzgar en relación a los crímenes cometidos durante los años infames: ¿se han matado por propia decisión o han sido acorralados por sus propios jefes? Y luego, la base de la novela: ¿dónde van cuando se fugan con evidente impunidad?

La búsqueda de respuestas le permite disfrutar de la sexualidad de una compañera brasileña durante una breve temporada, de la que sobrevive a duras penas, metido en la boca del lobo de una favela donde reina una mafia que permite el auxilio a militares argentinos protegidos por una organización mística que habla con los muertos, entre los cuales resultan fundamentales algunos criminales que siguen dando órdenes.

Con una versión de San Judas Tadeo blandiendo una espada, se mantiene en pie una secta de militares fascistas que se mantiene viva gracias a la colaboración de ritos espiritistas capitaneados por una médium excepcional: Mamá Ángela. La revelación de lo que allí sucede integra al personaje en un bucle peligroso que, sin embargo le permitirá acceder a un mundo que desconocía por completo:

«Me estiro un poco más. Mantengo una mano aferrada al tronco del árbol. Ahora sí el contenido del féretro se revela gracias al reflejo de plano inclinado que permite el espejo. Dentro de la caja abierta está Mamá Ángela, desnuda y con los brazos cruzados sobre el pecho. Parece una estatua de cera. Me quedo mirándola extasiado. A la luz de las velas la veo más joven y bella que cuando se presentó en la sesión. La mujer le acomoda el cabello, la besa en la frente y sale de la habitación como si nada» (Pág. 171).

Pág 191: (el abogado Mariano Márquez a una hija de desaparecido): Me parece bien que siga dando batalla. Aprendí que en la vida hay que luchar sin esperanza. Con esperanza lucha cualquiera.

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Ver también

Cinco novelas de Ernesto Mallo que consagran a un comisario a contracorriente

«Tennessee», de Luis Gusmán

«Villa», de Luis Gusmán

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