EMOCIONES DE SEGUNDA MANO

La revolución no es tecnológica, es emocional. La falsa seguridad que nos proporcionan las redes sociales y los aparatos tecnológicos ha acabado por sustituir las relaciones reales por otro tipo de relaciones de segunda mano. Con el televisor ya no fue necesario ir al teatro y ver cara a cara a los actores. Ahí comenzó el distanciamiento emocional. Pero la televisión avanzó y se coló en la “realidad” para desarmarla, para suplantarla. Los telespectadores no tenían suficiente con ver películas, aunque éstas fundasen su discurso en un tramposo “basado en hechos reales”. Necesitaban saber que los protagonistas de las historias eran reales, que sus dramas no eran una ficción, una impostura. Así nacieron los reality shows, espectáculos cuyo plató era la vida misma, cuyos personajes eran personas de carne y hueso, y los guiones estaban construidos con la materia prima de la improvisación y la espontaneidad. Dramas verídicos que al final no son tus dramas aunque estén diseñados para conmoverte e implicarte. Son dramas de segunda mano que te alivian de soportar tus propios dramas. En este sentido, era previsible que naciesen las redes sociales, espacios virtuales que han degenerado en pequeños y continuos “escenarios” en los que millones de gentes anónimas representan a diario sus dramas cotidianos, sus pequeñas grandes tragedias, sus ínfimas epopeyas. Un niño comienza a andar por primera vez, un novio sorprende a su prometida con un fabuloso regalo, un señor baila en el salón de su casa. Grandes hitos de la Historia. El presente ha abolido la historia. Ya no necesitamos héroes, porque la realidad es tan inmediata que cualquiera, en cualquier  momento puede ser “trending topic”, estrella por un minuto, acumular seguidores y alzarse con el primer premio a la Banalidad. Y para colmo, el mercado de emociones de segunda mano está en alza y se extiende por el mundo imparablemente. Youtubers crean vídeos en los que muestran sus reacciones a otros vídeos, a películas que han visto o a regalos que reciben. El mensaje de todo esto es claro: para qué vas a sentir por ti mismo si ya estoy yo aquí para sentir por ti. Por qué te vas a arriesgar a experimentar tus propias emociones cuando yo, como hacían los héroes clásicos, voy a pasar una “dura” prueba y te voy a mostrar lo que siento. La catarsis convertida en placebo.

Imaginemos que alguien lee Madame Bovary y te cuenta lo que ha sentido. Que ha visto El padrino y te explica cómo es la película. ¿Tendría suficiente? Decía Kant aquello de “atrévete a saber”. Hoy quizá diría el filósofo: “atrévete a sentir”. Bueno, no lo diría, ya lo dicen Bucay, Coelho y compañía.

 

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