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Rafael Reig: "La literatura que apoya al poder goza de buena salud"

Por Daniel Ruiz García.

Reseña de Todo está perdonado y entrevista con el autor

Después de leer Todo está perdonado, le queda a uno la sensación de que Rafael Reig, en lugar de escribir una novela, hubiera llevado a cabo un porte de proporciones descomunales. A poco que uno se asome a sus páginas, se dará cuenta de que allí, más que una historia, más que un estilo, más que palabras, hay un armario ropero que parece no tener fondo, y en el que se exhiben todo tipo de prendas, de todo tipo de tendencias. Hay cierta apariencia de bosque, de selva densa, que lo va conduciendo a uno –de ahí lo de porte- por carreteras sinuosas y plagadas de curvas, sin que en ningún momento sea uno capaz de imaginar adónde está siendo trasladado. El estilo está al servicio de este propósito no sé si intencionado, ya que la forma que Reig tiene de dirigirnos por el dédalo es como la perorata de un guía turístico locuaz. Esa voz que nos acompaña durante la narración es más propia de un cicerone impertinente, sufridor de una incontinencia verbal crónica que nos arrastra con su aliento colorista y nos obliga al dolor permanente en el bajo vientre, ahí donde duele más la risa cuando es continuada.

Reig sitúa su trama en un Madrid alternativo, una suerte de distopía en la que la capital del reino vive anegada por el mar, y en el que la Castellana se ha convertido en un gran canal navegable. Es la tercera vez que Reig acude a este espacio imaginario de connotaciones crepusculares, y quién sabe si la última, ya que uno de los habituales habitantes de esta ciudad fabulada y fabulosa, el investigador privado Carlos Clot, tose sangre y parece estar en las últimas (aunque desde su primera aparición, en Sangre a borbotones, este paródico hard boiled man ya parecía estar amortizado).  Este escenario fabuloso permite a Reig ahondar en hallazgos estéticos de gran fuerza visual y expresiva, aunque ésa es sólo una de las cristalizaciones de esta novela. Hay otras muchas, y me parece que inabordables en una reseña que se pretende breve. Podría decirse que la novela cruza dos grandes planos argumentales: una investigación policial, donde Clot juega un papel fundamental, y la evolución de tres generaciones de una familia cercana al poder entre el periodo de la Restauración canovista y la época actual, pasando por las obligadas dictadura y la Transición, aquí rebautizada como la Inmaculada Transición. Esta segunda línea argumental se resuelve por lo general a través de un tratamiento propio de novela de inspiración decimonónica (con más que evidentes cercanías con clásicos como Fortunata y Jacinta, de Pérez Galdós). La primera, sin embargo, tiene un tono más expresionista y alocado, en la tradición de novelas anteriores de Reig como la mencionada Sangre a Borbotones. En las dos hay elementos valiosos: su forma de abordar la historia generacional á la XIX está ejecutada con gran magisterio, revelándonos a un Reig de gran pulso narrativo y solvencia a la hora de contar historias; el modo de tratar todo lo concerniente a la investigación proporciona momentos de gran altura humorística, y es aquí, sobre todo, cuando duele, y mucho, la barriga. De todas formas, resulta injusto, por esquemático, plantear una síntesis de la estructura del libro en términos duales. Ya que si hay algo que se rompe continuamente en esta novela son las barreras y delimitaciones, de forma que el libro tiene cierta entidad viscosa y voluble con un insobornable aroma libérrimo. A mí el estilo de Reig me recuerda a las películas de los Hermanos Marx. De hecho, hay situaciones en el libro que lo animan a uno a gritar “¡Más madera!”. La trasgresión de Reig no parece nada impostada, sino algo consustancial a su forma de contar historias. Partiendo de este pacto con el texto de partida, nada resulta chirriante, porque todo es tan absurdo como la propia vida. Lo que no quita que el lector acabe empatizando con determinados personajes, tratados con una gran humanidad y sensibilidad. Es el caso de la chacha Rosario, me atrevo a decir que el mejor personaje de toda la novela, el más matizado, con una dimensión bovariana muy clara por encima de su registro obrero.

Novela, pues, que marca cierta inflexión en la carrera novelística de Reig, con un punto extraño que la convierte en un artefacto bastante postmoderno. Postmodernidad, entendámonos, que suena auténtica, con sustancia y espinazo, y donde todo se juega sobre el tapete del texto literario, sin más  trampa ni cartón que la que delimitan sus páginas. Podrá gustar más o menos, pero es muy difícil que provoque apatía. Suscribiendo uno de los grandes tópicos de la promoción cultural, “no te deja indiferente”. Eso, en los tiempos que corren, y siendo además una novela premiada, ya es decir mucho.

Entrevista

Escánciese sobre un recipiente un buen chorro de mala leche. Atibórrese la mala leche de humor, del más absurdo, cáustico y ácido que se tenga. Espolvoréese después con sirope de literatura: siglo XIX, novela negra americana, esperpento. Después, por supuesto, una buena dosis de alcohol. Así se obtendrá el “cocktail” Reig, una fórmula infalible para garantizar la carcajada y el divertimento; algo así como un camarote literario de los Hermanos Marx, en el que no falta ningún bártulo y huele a juerga salvaje. En Todo está perdonado, el Premio Tusquets Editores de Novela construye su artefacto novelístico más ambicioso, y de camino nos regala con esta entrevista un puñado de buenos titulares.

Después de leer su novela, no me queda del todo claro. Por si puede aclarármelo definitivamente y despejarme las dudas. ¿La generación del 56 fue una pantomima?

No era una generación: ¿qué tenían que ver los señoritos intranquilos, de izquierdas, hijos de peces gordos del franquismo, con los mineros que ese mismo año se ponían en huelga en Asturias? Más que pantomima es una suplantación, esos tipos pretenden hablar en nombre de «una generación», cuando no hacen más que hablar en su propio nombre y beneficio.

La literatura con un componente político está algo desprestigiada. Probablemente buena culpa de ello la tiene la Generación del 50, y toda esa estética del compromiso literario que generó. ¿Tú reivindicas la literatura ideologizada?

Seamos serios, la literatura política goza de buena salud. Por ejemplo: Philip Roth. Por ejemplo, Javier Marías. Es decir, la literatura que apoya al poder. Lo que está desprestigiado es la literatura cuya ideología no es la dominante. Faltaría más: no van encima a aplaudir. La culpa no es de la generación del 50, como dices, claro que no: la culpa es de los que están en el poder y quieren mantenerse en él. La ideología no es optativa: el que no tiene ideología es que está colonizado por la ideología de la clase dominante, lo que pasa es que no lo sabe, como el que tiene las gafas sucias no se da cuenta, porque ve a través de ellas. La ideología del poder parece transparente. ¿O te parece a ti que los libros de Corín Tellado o Javier Marías no son políticos, no tienen ideología? Amos anda.

¿Qué opinión le merece lo siguiente: “Don, don, / Ding ding don / Don, don, / toma Lacasitos”. Por si no se aclara, es la interpretación de “El poema de los dones” de Borges que hace Agustín Fernández-Mallo en “El hacedor. Remake”.

Me parece increíble que mi buen amigo Agustín consiga colar eso a estas alturas, como si fuera un Borges ultraísta o el Cansinos Assens de «El movimiento v.p.». Me quito el sombrero: es el timo de la estampita, en el que el culpable siempre es el timado, porque a su vez intenta engañar.

Creo que su literatura tiene un punto muy de Alfred Jarry, de Dadá, de Princesa Safo. Humor mezclado con absurdo, con el Gran Guignol y toda su estética del exceso y la desmesura. Me interesa mucho lo estético dentro de “Todo está perdonado”, que quizá haya quedado un poco solapado por lo ideológico. Por ejemplo, todo eso del Madrid inundado. Evoca una estética que tiene algo de apocalíptico, un poco de era post-cyborg. Además, Carlos Clot está enfermo, sangra cada vez que tose. ¿No hay cierto dibujo de decadencia en su paisaje literario?

Yo diría más bien que tiene un tono elegíaco, antes que decadente. Y diría que es más expresionista que apocalíptico. Aunque sí, el Grand Guignol, vía Valle-Inclán, es algo que me interesa mucho. Una estética expresionista, sin duda, en aleación con un lirismo socialista o un realismo desfigurado, es decir, refractado, como una cuchara se deforma al sumergirla en agua. Por eso inundé Madrid, claro.

Siguiendo con el humor, ¿qué escritor serio le parece profundamente humorístico?

Mira, si fuéramos de lengua alemana, con esa tradición pomposa y trágica que tienen, con esa seriedad que caracteriza a sus clásicos, pues se comprendería el rechazo al humor y que todos escribiéramos como Thomas Bernhard, pongamos, como hacen algunos españoles. Siendo de aquí, con la riqueza humorística de nuestra tradición, desde el Lazarillo a Cervantes, desde Galdós a Clarín, desde García Márquez a Cortázar, pues lo cierto es que no se entiende. Y da mucha tristeza.  Es absurdo, quizá meritorio, como el tetrapléjico que se empecina en escalar el Everest, pero básicamente incomprensible. Señalaría a los citados, pero también a Dickens, a Joyce y a Faulkner.

¿Y qué escritor humorístico le resulta insoportablemente antipático?

Todos los chistosos, los que confunden el humor con el chiste. Quevedo, a veces, por ejemplo. Y por supuesto lo que no tienen ni puta gracia, como Pérez-Reverte cuando se pone a burlarse de los inmigrantes.

En “Todo está perdonado” hay una amalgama de géneros, registros y tramas que huelen poderosamente a postmodernidad, pero no a postmodernidad impostada, sino autoconsciente, planteada con seriedad y oficio. Le ha salido una novela rica, pero con un punto extraño. ¿Cuál ha sido, hasta ahora, la observación más curiosa que le han hecho sobre su novela?

Lo que más me ha divertido ha sido un crítico que dijo que era una mezcla de “Cuéntame” y Torrente. Me puso como hoja de perejil. Llamé a mi editor, para llorar en su hombro, como es natural, y el tío se puso feliz y me dijo: «Ojalá acierte, Rafita, ojalá, porque si eso es así… ¡¡nos forramos!!»

Los Belinchón, su célebre saga de “Manual de literatura…” siempre llegaban tarde a todos los géneros y modas literarias. A Vd., desde luego, no le ha pasado, porque se ha instalado con pie firme en esa tendencia reciente de novelas que revisitan la Transición. ¿A qué cree que se debe la proliferación de novelas que hablan sobre ese periodo?

Bueno, mi novela empieza con Cánovas y acaba en 2008, aunque por supuesto hay una visita a la Inmaculada Transición. Con la Transición lo que pasó es que hubo un relevo y ocuparon todos los espacios de poder (universidad, cultura, política, negocios, etc.) gente que eran entonces jovencísimos, nuestros hermanos mayores. Y allí siguen con el culo pegado al asiento, sin dejar paso a nadie. Fíjate, si no, como han criticado a Zapatero por su juventud tíos que eran igual de jóvenes cuando eran ministros. A mi amigo Nacho Escolar le criticaron también por ser director de un periódico, cuando Cebrián o Pedro J. Ramírez lo fueron casi con biberón. Nos han puesto la misma sintonía sobre su protagonismo histórico sin parar, música de ascensor, y nosotros, los de los 60, nos hemos encontrado todo ocupado: aforo completo, deberíamos llamarnos, porque es lo que nos hemos encontrado en todos lados. Ahora, gracias por ejemplo a Tusquets (Antonio Orejudo, Chavi Azpeitia, Javier Pérez Andújar o Almudena Grandes, hada madrina) lo único que pasa es que los escritores de los 60 comienzan a tener cierta visibilidad. Ya era hora. Nuestra música, nuestra visión de la Transición (y de todo lo demás) suena estridente, pero sobre todo porque teníamos los oídos narcotizados de tanto escuchar el mismo disco rayado.

Hay un momento de “Todo está perdonado” explica que a Pedro Gamazo todo el mundo lo conocía como Perico. A todo el mundo le parecía natural llamarlo con esa familiaridad. Sucede que con su blog y todas las andanzas domésticas que relata, Vd. favorece cierta cercanía familiar. Nos sale llamarle Rafa. ¿No tiene esto de Internet un punto de falta de intimidad?

Bueno, el tipo que sale en el blog no soy yo. Se me parece mucho, pero es una creación literaria.

¿Cuál cree que es la novela contemporánea española –venga, prínguese- más sobrevalorada de las últimas dos décadas?

“Corazón tan blanco” de Javier Marías.

A través de sus columnas en ABC de las Artes y las Letras, a través de su blog, antes en diario Público, Vd. es un ejemplo de autor “que se moja”. No le importa posicionarse y tener una visibilidad pública. ¿Cree que esa visibilidad, que su disposición a decir siempre lo que piensa, puede acabar perjudicándole como escritor?

Ni idea. Lo que seguro que me perjudicaría, como escritor y como persona, sería plantearme ese tipo de dudas. Entonces sí que estaría sometido. Nada hay peor que la censura que uno mismo se impone o que la ambición de llegar, de hacer carrera. Yo todo lo hago ex abundatia cordis, con entusiasmo, con alegría y porque quiero hacerlo. Y si sale mal, pues tampoco pasa nada.

El mejor consejo que le han dado en esto de la literatura.

En mi novela «Sangre a borbotones» el detective Clot se corrompe para salvar a su hija. El maestro Carlos Pujol me dijo: eso no me gusta, tendría que ser por un motivo más humano. ¿Cuál?, le pregunté. No sé, por dinero, por ejemplo. Me pareció toda una lección de literatura y vida.

¿Da a Clot por muerto, o podría barajarse algún día un regreso?

Ahí está, por si un día me apetece. De momento no me apetece, pero quién sabe.

Es Vd. el único escritor español de izquierdas que usa bigote. ¿Hay detrás de eso algún tipo de reivindicación?

¿Estás seguro de eso? No sé, Juan Madrid ya se afeitó el bigote, es verdad. ¿Y Rafael Chirbes? ¿No lleva bigote Chirbes? Bueno, y el amigo Manolo Longares también lleva bigote, ¿no? Creo que, como mucho, reivindicamos, con mucho éxito, el derecho a ser atractivos.

Ya ve, hemos llegado al final y no le he preguntado por Antonio Orejudo. Pues aquí va: ¿Cómo mataría Vd. a Antonio Orejudo en un libro?

De envidia, claro. Leería una novela mía y reventaría de envidia, tras engullir el libro a bocados. Moriría, claro está, entre horribles estertores.

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