Mankell es un cazador solitario

Por Nabor Raposo.

 

Daisy Sisters. Henning Mankell. Tusquets, 2011. 511 págs.

 

Cuando uno lee y sigue, no es un hecho poco frecuente el verse obligado a tener que enfrentarse a la más extraña de las casualidades en el momento menos pensado. Naturalmente, muchos de estos azares, los que se dan en Literatura, no lo son, o no lo son exactamente: a menudo sucede que el fenómeno de la casualidad responde a una concatenación de intenciones bien amañadas por el autor y que, si son descubiertas a tiempo o interpretadas correctamente por el lector, tienen el poder de elevar la lectura a las más altas cotas del regocijo personal, a un nivel que puede resultar tan estimulante y alentador como, ojo, peligroso para la causa, sobre todo si la imaginación alcanza un vuelo superior a los márgenes del sentido común y el buen criterio. Esta diferenciación vendría a ser algo así como una especie de ley de la gravedad en el universo de las analogías imposibles, ese espacio tan propicio a la maravilla y al desencuentro, donde un argumento a priori disparatado puede convertirse en una ineludible referencia en próximas discusiones si su justificación se apoya en un sólido fundamento teórico.

 

¿Qué tienen en común, por ejemplo, Carson McCullers y Raymond Carver, además de ser norteamericanos? A simple vista, nada más; literariamente, ambos encarnaron dos estilos antagónicos a la hora de enfrentarse y delimitar los aspectos formales del discurso narrativo; dos vías totalmente opuestas, casi enfrentadas, de operar en prosa: a la derecha, el barroquismo lingüístico de la escritora sureña, con las luciérnagas de Mississippi centelleando entre el aroma de las madreselvas; en la esquina opuesta del cuadrilátero, RC, dando tijeretazos de un centímetro a la vida de sus personajes, como si el aliento de las palabras se entrecortara para convertir las epifanías de sus relatos en estertores. Pero, ¿qué sucede cuando el lector repara en que uno de los personajes que aparecen en un relato de ‘Catedral’ (‘Vitaminas’) tiene la misma extraña costumbre que Marvin Macy, el asesino de ‘La balada del café triste’; esto es, llevar una oreja disecada en el bolsillo del abrigo?

 

¿Podríamos afirmar, por tanto y sin que nos tiemble la voz al hacerlo, que, casi con toda seguridad, Carver leyó ‘La balada…’ de McCullers? Vayamos más allá: ¿se sirvió Carver del tal Macy para dar vida a Nelson, el soldado negro recién desembarcado de Vietnam en ‘Vitaminas’? ¿Se trata de la más pura casualidad, de la mera anécdota, o es un punto de partida hacia algo…?

 

La respuesta, probablemente, no pase de ser del todo irrelevante, pero nos sirve al menos para establecer la idea de las analogías como un método más o menos lícito de compartir e ilustrar detalles a la hora de enfrentarse a la labor, a todas luces complicada, de reseñar un texto. Sin ánimo de describir ciertas semejanzas más allá de la referencia anecdótica, tal vez sea útil, en el caso que nos ocupa, emplear algunos ejemplos ‘canónicos’ para describir y apoyar con testimonios más conocidos algunos de los entresijos de ‘Daisy Sisters’, opera prima de Henning Mankell (Estocolmo, 1948) que Tusquets edita por primera vez en España casi treinta años después de su publicación en Suecia. Desde luego, ninguno de los ejemplos que siguen a continuación se considerarán un indicativo de remisión obligatoria para entender la obra de Mankell que aquí se reseña, pero tal vez sirvan como guía o esbozo a la hora de comprender o identificar algunos de los mecanismos narrativos que el autor emplea en la misma.

 

‘Daisy Sisters’ narra la historia de Eivor Maria Skoglund, un periplo que comienza desde unos cuantos años antes de nacer hasta los albores de su segundo matrimonio: desde una infancia marcada por la ausencia de la figura paterna hasta el extraño momento en que advierte lo cíclicas que pueden llegar ser las relaciones familiares, pasando por una adolescencia que se ve abruptamente truncada tras cometer el error fatal de concederse un único acto de rebeldía que la marcará de por vida, y atravesando también esa época en que la juventud es arrancada sin previo aviso del territorio del sueño para dejarla anclada para siempre en una realidad en la que los caprichos del destino y los peligros de la probabilidad se imponen a libre elección y a la voluntad del sujeto. ‘Daisy Sisters’ nos enseña que la vida es un tour de force donde uno mismo pasa, de la noche a la mañana, de ser objeto de agravio a convertirse en la figura que antes lo causaba, como si los distintos avatares de nuestra existencia sólo tuviesen en cuenta el paso inexorable del tiempo en lugar de nuestra voluntad, tan impotente y volátil como obstinada en su propia resistencia.

 

Nadie en su sano juicio diría que Mankell es deudo de Carson McCullers. Pero quien conozca la obra de ambos y aborde la lectura de ‘Daisy Sisters’, tal vez sea capaz de imaginar –¿por qué no?– algún paralelismo, poso o reminiscencia –seguramente casual– entre las obras de estos dos gigantes; apenas coincidencias que no son nada más que eso, pero que ahí están. Sirva como ejemplo la sensibilidad y maestría con que Mankell trata –que no retrata– a sus personajes, algo que puede recordarle al lector la profundidad psicológica de los protagonistas de ‘El corazón es un cazador solitario’, novela que funciona como un más que edificante tratado de personajes en materia literaria. Efectivamente, a través de un elástico tránsito de la omnisciencia hasta la apoyatura fija en la conciencia de los personajes, Mankell elabora un flujo de pensamientos y conductas extremadamente consecuentes con la idiosincrasia de los mismos; más aún, las constantes dudas e inseguridades de cada uno de ellos construirán un tejido de preguntas que los actores de la novela trasladarán al lector con una facilidad que a menudo hace perder la perspectiva sobre si es uno mismo el lector, o uno de los personajes.

 

Benditas casualidades: tanto ‘El corazón…’ como ‘Daisy Sisters’ abordan la problemática de comunicación entre semejantes –McCullers la ilustra con la amistad entre dos sordomudos; Mankell a trevés de la relación materno-filial–, aunque sea a distintos niveles y desde distintas perspectivas. Ahí podemos encontrar otro punto de relación. Y, al hilo de esto mismo, hablábamos también de Carver: al igual que el norteamericano, Mankell emplea un tono bajo, descarnado y directo –sobre todo en el primer capítulo, donde se narra la historia de Elna, madre de la protagonista–, con oraciones cortas que hacen avanzar la narración a un ritmo inversamente proporcional a la longitud de las mismas –a frases más cortas, se recorre más distancia–, con un dinamismo más propio de los diálogos que de una mera exposición de los hechos, por muy rápido que éstos avancen. Y aún hay más, porque la lista de extrañas coincidencias puede alargarse hasta la paranoia: un ex convicto que recuerda inquietantemente al Popeye faulkneriano de ‘Santuario’; el paso del tiempo a golpe de década que hace que cada elipsis entre capítulos cobre relevancia, tanta como en aquellos intervalos en los que John Updike escondía a Harry Angstrom en su madriguera para sacarlo a escena puntualmente cada diez años; la crudeza y el poder que manejala Literaturapara relatar experiencias traumáticas o episodios conmovedores, como esa ‘Desgracia’ al más puro estilo Coetzee… La lista podría ser tan extensa y variopinta como la mente del lector. En cualquier caso, lo verdaderamente importante es que, a pesar de todas estas aproximaciones, como se decía al principio, al fascinante universo de las analogías imposibles, éstas pueden no ser, en el mejor de los casos, nada más que una simple manifestación de la casualidad como la más improbable de las coincidencias.

 

De modo que el hecho, lo verdaderamente importante, es que Mankell se revela ya desde su primera novela como un narrador poderoso, merecedor de una categoría muy superior a la de ‘escritor de género’, poseedor de una voz y un universo propios más allá de la serie de novelas del detective Kurt Wallander. ‘Daisy Sisters’ sorprende por su madurez, por su profundidad temática –e incluso ideológica–, por el dominio apabullante del autor sobre las complejidades técnicas que el texto plantea y por ser rigurosamente consecuente con las elecciones tomadas a la hora de disponer las herramientas narrativas en el texto.

 

Sea como sea, la novela constituye, más que una aproximación a su obra, un punto de referencia para entender a Mankell como escritor, como si quisiera querer reivindicar su carácter único desde el primer minuto: todo está escrupulosamente medido, como hilvanado palabra por palabra; al contrario que enla Literatura, por cierto, en su sentido más amplio, donde a menudo existe un margen para las casualidades, sin que la mente del lector, dada a la imaginación que se le presupone, tenga que obligarse a ser forzada demasiado. En cualquier caso, celebremos la publicación de la primera novela de Mankell como un debut consagrado al lugar que por méritos propios parece corresponderle, el de la consecución de una voz propia dentro de la narrativa contemporánea: cualquier coincidencia con otros autores será, a todas luces, fruto de la imaginación del lector; coincidencia tan extraña e improbable como dar con dos personas que esconden una oreja disecada en el bolsillo de la chaqueta.

 

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