De hombres y de aves

Por Fernando Ariza.

 

Cambio de Sentido. Mar Gómez Glez Paréntesis. Sevilla, 2010.

 

Desde un psiquiátrico de Francia, Pablo le cuenta al médico que le trata las circunstancias que provocaron su encierro y acusación de robo y homicidio. Así, in media res o más bien in fine res comienza la novela. A todos ojos se trata de un inicio, si no clásico, ciertamente recurrido: ayuda a contextualizar el carácter de ese protagonista en primera persona, facilita esa perspectiva tan poco natural en otros contextos y nos adelanta un final que no elimina el suspense por su descubrimiento sino que lo añade al sustituir el “qué pasará” por el mucho más inteligente “cómo pasará”.

 

Pero ese juego que trae con el lector no termina aquí. Acto seguido se presenta un contexto completamente diferente: un petrolero llamado Prestige encalla frente a las costas gallegas e inunda los ricos arrecifes de crudo. Se trata de un hecho conocido pero que nos ayuda a contextualizar la figura de la críptica Null y de ahí damos el salto hacia el misterio, hacia lo desconocido, hacia el territorio casi mítico donde proseguirá el resto de la obra. Porque la autora maneja con gran exquisitez y astucia la información dada al lectora través de Pablo y de su búsqueda de la novia fugitiva.

 

En este punto ya se olvida ese final conocido, ese seguro homicidio y robo, y el lector se adentra en la difícil psicología de los personajes que es el verdadero motor de la historia. Aquí demuestra la autora una elegante capacidad de descripción, pues los personajes se dibujan ellos mismos con sobriedad, casi con pudor. Se trata de unos pocos trazos aparentemente sueltos y estudiadamente deshilvanados pero de una gran eficacia. El ejemplo más sobresaliente es, por supuesto, la figura de Null (aquella mujer de la que no se sabe siquiera el nombre) desconocida pero constante. Y se adivina un paralelo, tal vez inconsciente, con ese Kurtz del que escribió Conrad.

 

El resto de la novela es más que aceptable y no aparenta ser la obra, si no de una primeriza en el mundo de las letras, sí al menos en este género. Una suficiente ración de tensión argumental que provoca una lectura amena pero conseguida sin uso de trampas fáciles; un lenguaje sencillo y sincero; y un buen recuerdo, como un guiño, al final de la novela.

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