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El despertar

Por Sara Roma

El despertar. Kate Chopin. Madrid, Cátedra, 2012, 296 págs,  Trad. de Eulalia Piñero Gil, 13,20€ 

el-despertarLa historia de la literatura está plagada de casos en los que la recepción de una obra o la aceptación de un artista no se corresponden con el reconocimiento y la trayectoria que alcanza pasado el tiempo. Singular fue el caso de la escritora norteamericana Kate Chopin cuya novela, El despertar  (Cátedra, 2012), desencadenó en su tiempo una serie de críticas negativas opuestas al reconocimiento que obtuvo por sus relatos a finales del S. XIX. La crítica puso el énfasis en desprestigiarla por abordar temas como la sexualidad, la independencia, los deseos y el empoderamiento de la mujer. El tiempo, sin embargo, coloca a cada cual en su sitio y hoy tenemos la oportunidad no solo de resarcirla de aquel agravio sino de disfrutar de esta gran obra.

Para comprender el trasfondo de esta novela es preciso conocer un poco sobre Kate Chopin, el entorno en el que vivió y la educación que recibió. En este sentido, hay que alabar el amplio y esmerado estudio que realiza Eulalia Piñero Gil, la traductora de esta obra. Gracias a ella sabemos que la escritora no fue educada como una joven decimonónica al uso, de quien se esperaba que contrajera matrimonio y cuidase de su familia cual madre abnegada. Su educación, más bien, estuvo alejada de la ideología conservadora, moralista, doméstica y piadosa. Aún así, contrajo matrimonio con un criollo de Luisiana y formó su  propia familia. Revelador fue el viaje de novios que realizaron por el continente europeo, donde la escritora se sintió completamente libre para pasear sola por la calle, beber una cerveza y fumar en público, actividades que en el estado del que procedía hubieran sido consideradas cuanto menos impropias y que, curiosamente, fueron las que eligió para revivir en la ficción de la mano de sus protagonistas femeninas.

A pesar de las críticas recibidas por su inadecuado comportamiento, Chopin se mostraba rebelde y se reafirmaba en su independencia y en su derecho a no llevar una vida exclusivamente doméstica, como su admirada George Sand. Por tanto, no debe extrañarnos que su principal preocupación sean las circunstancias sociales de la mujer y de sus aspiraciones. El despertar es un ejemplo de todo ello. Esta novela narra la evolución plena de Edna Pontellier, una mujer casada con un rico comerciante de Nueva Orleans que durante unas  vacaciones en la costa de Luisiana se enamora de un joven –hijo de una amiga− que la acompaña durante sus paseos por la playa. Esta situación que empieza como un simple flirteo, adquiere cotas insospechadas ante la incomprensión de quienes la rodean que no comprenden ni quieren aceptar ese despertar que está viviendo Edna.

La ambientación y las costumbres de la cultura criolla son las que conceden el colorismo necesario a esta novela que, de lo contrario, hubiera quedado como un mero drama folletinesco. Chopin decide plasmar su propia realidad, el mundo que conoce y como escenario elige el enclave de Grand Isle, lugar al que solía acudir de vacaciones por su favorable clima. Al igual que ella, sus personajes (Rober Lebrun, Madame Ratignole, Alcée Arobin, Madmoiselle Reisz) viven entre dos culturas y hablan en dos idiomas. Este mundo sureño es idóneo para abordar conflictos amorosos como el adulterio, el divorcio o la sexualidad femenina en un entorno exótico para los lectores.

Por otra parte, para apreciar el verdadero sentido de esta novela, hay que tener en cuenta una serie de aspectos esenciales. Primero, el contexto de la tradición literaria femenina, con Sarah Orne Jewett y Mary Wilkins Freeman a la cabeza como paradigma de escritoras que empezaron a ficcionar sobre la soledad, el aislamiento y la frustración de la mujer ante el papel que le había tocado desempeñar mientras se debatía por desarrollarse fuera del ámbito doméstico. En segundo lugar, la herencia literaria que legaron las hermanas Brontë, cuyos personajes femeninos fueron un modelo a seguir para describir la rebeldía, la autoconciencia, el erotismo y la sensualidad de Edna Pontellier. En tercer lugar, los relatos de su coetáneo francés Guy de Maupassant, de quien Chopin emula su fiel estilo narrativo, sin artificios ni sentimentalismos. Y, por último, la influencia de la pintura impresionista que destaca en la recreación de escenarios gracias al rico cromatismo y exquisito detalle similar al movimiento artístico y que revelan las sensaciones que provocaban estos escenarios en los personajes. Pero este magnífico cuadro no sería nada si no fuera por el acertado manejo de las secuencias y los tiempos de la narración.

Apreciar hoy esta novela puede ser difícil si la leemos con los mismos ojos e idéntica mentalidad que los coetáneos que la criticaron en su momento. Ver a Edna Pontellier como una Bovary criolla que se encapricha y apasiona –por decirlo de forma vulgar, que se encoña− con un joven al que acaba de conocer es un error. En realidad, lo que simboliza El despertar es el autodescubrimiento de una mujer en una sociedad encorsetada y machista. Edna sabe que si quiere vivir libre de los corsés y las ataduras solo es posible con la soledad que concede el retiro. ¿Asumirá el riesgo que implica romper con las convenciones morales y afrontar el rechazo social?

El despertar es una bella alegoría de la vida: en ocasiones, hermosa; en otras, salvaje y dolorosa.

One thought on “El despertar

  • Mirmidones, estancias verdes de sombrío colorido, y en en su verde salto , cuando se acostumbra a ello.

    En su caminar, las luces de el alba se aquietwn, como verdes lunas socorridas.

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