Prohibido no soñar

Después de Rita. Mariano Veloy.  Ilustraciones de Leo Flores. Editorial Pez de Plata. Oviedo, 2013. 109 páginas. PVP: 14,90 euros

Por Luis Borrás

Después de RitaNo soy partidario de las etiquetas. Entiendo que pueden ser útiles como referencia para el comprador; pero yo prefiero los adjetivos: excelente, bueno, regular, malo y mejorable; y todos los matices de los grises según mi propio criterio.

Digo esto porque supongo que a Después de Rita de Mariano Veloy se la puede incluir en esa etiqueta de “novela moderna”. No creo que, dispuestos a poner etiquetas para situarla en algún lugar del supermercado, se le pueda poner otra. Y no lo digo como algo peyorativo sino para que los lectores, seguidores y consumidores habituales de ese tipo de literatura cuenten y se interesen en ella; que no les gustará a los que leen (y se descargan legal o ilegalmente) best-sellers, novela histórica y/o romántica. Que cada uno lea lo que quiera, que lean de todo, pero como ya saben los que alguna vez se han tropezado conmigo no soy lector habitual de literatura de entretenimiento. Si me dan a elegir prefiero leer antes una “novela moderna” que una de entretiempo. Eso no significa que se deba dar por buena cualquier novela por el simple hecho de ser moderna. Una vez puesta la etiqueta entra en juego el adjetivo. Y se puede ser muy moderna y —según mi criterio— muy mala.

No, no es el caso de esta Después de Rita, simplemente lo digo porque al amparo de esa marca algunos designados como jóvenes talentos se han aprovechado para colarnos bodrios infumables queriendo hacernos pasar como literatura las páginas inanes de su diario. Narración mediocre de la nada que, si permanecemos callados, hará que cualquier pijo-progre (con o sin padrino) se crea escritor y siga publicando humo. A esta novela por su estilo narrativo y por su temática se le puede clasificar como moderna o vanguardista, que se sale de lo corriente, pero no creo que Veloy se crea nada (ponga pose de) ni haga relaciones públicas (sobre todo nocturnas) buscando entrar en la pandilla; creo que él ha escrito una novela que no es una simple boutade, un mirarse al ombligo aunque su argumento esté relacionado con una parte del arte: el cine, en el que pululan —al igual que en la literatura— modernos enfermos de narcisismo que se creen genios y no son más que estafadores. Se me puede objetar que es cuestión de gustos —tal vez de ignorancia— pero no le veo el mérito ni el valor a muchas de las obras que aparecen cada año en ARCO ni a las películas de la nouvelle vague. Y precisamente en parte de ese tipo de cine alternativo (que no independiente), delirante, improvisado y pretendidamente genial va esta novela. De la filmación de un corto con un guion que es una chifladura dirigido por uno de esos enfant terrible del séptimo arte que se cree la reencarnación de Orson Wells. Y no, no es una parodia lo que ha escrito Veloy, es la crónica plausible y absolutamente realista de ese (sub)mundo en la que un actor cree haber encontrado su oportunidad protagonizando una parida underground. No, tampoco es esta novela una defensa de esa contracultura, ni su masoquista idealización; es en realidad la triste historia de una vocación, la de un actor en precario que no decide renunciar a su sueño a pesar de los fracasos. Estereotipos de gafapastas cinéfilos y freaks, “Filmofan(s): fan(s) de filmoteca”, chiflados a los que les gustan las películas simbolistas, prototipo, irónicas, absurdas, punk. Y sin embargo curiosamente en sus personajes está lo mejor de la novela. Esos tipos excéntricos a los que Veloy da vida y que algunos de ellos podrían muy bien estar basados en personajes reales: James Cagney (el director) que renuncia a una vida regalada, cómoda y millonaria trabajando en la empresa familiar por el cine. Cheveneux —mi favorito— que renuncia a su negocio y a todo por seguir el amor y conquistarlo con un proyecto absurdo. Rita (la actriz) una mujer oscura, bella, fascinante y con (envidiable) y auténtico talento, fría como una Dietrich muda y que se consume en la llama de un dolor que arrastra desde su infancia. Y Nino (el protagonista) que huye también del dolor causado por una muerte traumática y que a pesar de los fracasos no quiere renunciar a ser actor, lo que más quiere en este mundo. Aunque en Nino también encuentro la parte que menos he comprendido y me parece menos acertada porque no veo —sin negar el trauma de la muerte— una relación causa-efecto en algo que se compartía con silencio e indiferencia.

Aparentemente esta es la historia de una constatación: “los sueños no se cumplen” y esta vida es una pura mierda. Y sin embargo al final “el legado es otro. Prohibido no soñar. Ése es el legado”. Una novela con una película dentro y viceversa o una historia mitad película mitad novela. O las dos juntas y al mismo tiempo. Y todo contado con ese estilo desinhibido que hace de Veloy un escritor diferente. Esa forma de narrar suya con párrafos llenos de punto y seguido que convierten a las frases en golpes contundentes. Esa forma reiterativa, repleta de aliteraciones que no cansan. Esa forma suya de poesía de la palabra y punch.

Por último y aunque en esta ocasión no me gustan las ilustraciones de Leo Flores quiero mencionar y resaltar el acertado trabajo editorial. Pez de Plata es una de esas editoriales independientes que se esfuerzan por hacer de la literatura algo distinto, que entienden el libro en papel como un objeto con alma con su tacto, color y diseño de portada e interior. Una editorial Indie que quieren llevarle la contraria y dejar en evidencia a esos ingenieros e informáticos vendedores de gadgets con fecha de caducidad y que necesitan luz eléctrica para funcionar y resucitar.

 

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