Pieles de Italia. Un recorrido por las pequeñas ciudades italianas

Por Ricardo Martínez Llorca

Pieles de Italia. Un recorrido por las pequeñas ciudades italianas.

Pedro Bosqued

Ilustraciones de Mar Lozano Reinoso

Confluencias

Almería, 2016

159 páginas

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Queda por saber si una expresión como “el sentimiento de la montaña” se podría aplicar a la invención de Caín. El sentimiento de la ciudad. El sentimiento de la gran ciudad. El ruido sobre el asfalto raspa demasiado como para ese atrevimiento. Adjudicarle a la montaña sentimiento es un resumen de nuestras proyecciones en el paisaje que, por norma, resume el telón de fondo de la libertad. Si a un niño le pidieras que dibujara la casa donde le gustaría vivir, seguramente aparecería junto a un río y con las montañas al fondo. El supuesto espacio abierto de una gran ciudad –avenidas en las que se atormentan los vehículos, neones de dudoso gusto, multitud que suma más al número que a la humanidad, farallones simétricos que se elevan demasiados pisos-, supone lo opuesto al aire libre. Es decir, el aire cautivo. O el aire esclavo.

No hay otro refugio que no sea el aceptar sus condiciones y colonizar un pequeño espacio de libertad dentro de la ciudad, o huir a ciudades de menor tamaño. Cualquier opción con tal de evitar la afección que amenaza a los veintiún gramos. En el caso del zaragozano Pedro Bosqued, quien se lanza a coleccionar pequeñas ciudades en Italia. La razón de elegir este país es bien clara: si el hombre ha construido algo con valor ponderable a los paisajes, es la razón y el sentimiento del arte. De ahí este planteamiento en sus paseos por Padua, Ferrara, Siena, Cremona, Perugia, Módena y tantas otras. Pedro Bosqued se detiene en las sensaciones con un hedonismo que no esconde el deseo de lo sublime a las espaldas. Unas experiencias que son sublimes pero son humildes. Pedro Bosqued aprovecha sus paseos para proyectar sensibilidades.

Las pequeñas ciudades han sido habitadas y por consecuente son seres vivos, con las consecuencias morales que ello supone: su belleza debería exponer valores éticos. Hasta el punto de refugiarse en la metáfora de que la piedra es piel. Si no estamos dispuestos a aceptar este pacto, no podremos comprender el libro. La piel es algo en lo que se concentran dos de los cinco sentidos: la vista y el tacto. La piel contiene todo lo que existe en su interior, es, por tanto, forma al tiempo que estructura. Por la piel de la ciudad es por donde se puede caminar o el lugar en el que cabe detenerse. En buena medida, la piel de las pequeñas ciudades italianas contiene los valores renacentistas, atemporales, universales. Esforzándose por construir los cuadros con una prosa lírica, Pedro Bosqued sabe también que la piel es donde uno siente el amor hecho acto, que es eso que llamamos caricias. Sus ciudades son amables y son casi lugares de cuento o de novela. Son ciudades para ser leídas, no para ser fotografiadas y vendidas en postales. Son memoria, hasta el punto de ser memoria de la humanidad, como si no hiciera falta conocerlas en vivo para integrarlas en los cánones de belleza.

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