‘La España vacía’, de Sergio del Molino

Por Ricardo Martínez Llorca

La España vacía. Viaje por un país que nunca fue

Sergio del Molino

Turner

Madrid, 2016

292 páginas

 

La literatura, como el fútbol, consiste en meter el balón en la portería que defiende el equipo contrario. Pero en realidad se trata de nuestro objetivo, y por tanto de nuestra portería. Si el campo de fútbol tiene cientos de kilómetros cuadrados, casi olvidados por el resto del mundo, meter el gol en la propia portería, es decir, saldar cuentas, que es para lo que sirve la literatura, no tendrá el valor que da la victoria, sino el de una bonita jugada.

Cub La Espa–a Vacia L17.inddEsa es la estrategia de Sergio del Molino (Madrid, 1979) en este supuesto viaje, en este supuesto ensayo. A la hora de la verdad, La España vacía es un libro que trata sobre Sergio del Molino, como los fabulosos ensayos de Jean Améry trataban sobre Jean Améry. Y aquí Sergio del Molino se muestra como un lector de lectores; es un erudito e ingenioso lector, cuyo proyecto versa sobre la lectura que otras miradas han hecho de esa España vacía. Eso no implica que anule el conocimiento de primera mano. Lo hay. En dosis pequeñas, pero siempre dejando paso a la interpretación que él hace de lo que otros vieron y proyectaron: es territorio que le ha construido. Porque el paisaje, y en esto estoy totalmente de acuerdo con Sergio del Molino, nos construye mucho más de lo que nos tememos.

Y así este paisaje vacío está recorrido por trampas neuróticas. Sí, pero también lo está su contrario, la Babel. El mito del Beatus Ille tiene sus caras ocultas y se enfrenta a la ciudad. La tradición se enfrenta a lo moderno, Bécquer a Cervantes. Pero sin que exista una ruptura entre ambas sociedades. Y en esos cables desconectados y puentes transitables es donde se hila la literatura que recorre este lector llamado Sergio del Molino. Su hipótesis es que España no se divide en Norte y Sur, sino en Centro y Periferia, con la isla de Madrid incrustada en el páramo: los mitos de la España vacía y su configuración histórica y cultural, el éxodo como Gran Trauma de mediados del siglo XX y los innumerables fantasmas que ha recogido con los cinco sentidos -desprecios, tópicos negros, odios y caricaturas crueles-, son la materia bruta con la que trabaja Sergio del Molino. Como él mismo apunta, no pretende escribir un ensayo académico, sino digresiones diletantes. Y felices, debemos añadir. Una felicidad que da un respiro a quienes viven allí sintiéndose abandonados, con una carga emocional insoportable. Las soluciones que se proponen a tantas hectáreas habitadas por más leyendas que hombres son siempre de carácter global. Pero lo que uno necesita es una solución particular a su problema. La soledad, concluye Sergio del Molino, será por tanto más solitaria. De ahí que La España vacía más que un libro de viajes sea un estado mental, sentimental y geográfico. Y también narrativo. El libro está colmado de análisis de novelas, biografías y películas, de relatos que nos reflejan y al vernos desde fuera nos hacen extranjeros en nuestro lugar de nacimiento. Sabemos que acampamos en un lugar inhóspito, hasta el punto que “un español tiene que intervenir porque le ha tocado un paisaje que no es paisaje, sino un problema a resolver”.

A partir de estas premisas, se suceden análisis críticos de las redes políticas y clientelares, del sistema parlamentario, o de la nostalgia que es en realidad miedo oculto. Se mantiene siempre presente el aburrimiento y esa violencia inerte del aislamiento, del vacío, que solo aparece cuando es noticia. Unamuno, Machado, Lorca, Cervantes, Bécquer, Azorín, las miradas encendidas por el deseo de la burla o del romanticismo, por el deseo de la belleza o de la caricatura, por la denuncia o la descripción, son miradas que sigue el autor. Como sigue al Buñuel de Tierra sin pan, con su carga de pornografía emocional. Lo bonito es lo abominable. O tal vez, al contrario. En cualquier caso, quedan varios reflujos rancios que todavía no se han superado. Como las apariciones de la España vacía en el NO-DO, y los tópicos que siempre terminan por imponerse. O esa influencia del carlismo, que halagó la diferencia, el mundo rural, la idiosincrasia del pobre, y que da pie a unas páginas irrepetibles en la que España, concluye, no puede ser igual a cualquier otro país después del paso ideológico y militar de esta corriente.

Tras varias ediciones y miles de elogios, no descubrimos aquí los valores de La España vacía. Esa que se lame las heridas, porque ya solo le queda pasado.

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