Jesucristo nace de las raíces de un árbol de carne

Por Pedro Pujante.

Título: Noches sin noche y algunos días sin día.

Autor: Michel Leiris.

La relación entre sueños y ficción es tan vieja como la propia literatura. En algunos diarios, a veces, el autor deja escapar alguna perla onírica sin mayor importancia. Desde Freud y los surrealistas, el sueño cobra cierto protagonismo en el ámbito artístico y literario, bajo la mirada tutelar de Nerval, aquel loco poeta que señalara que el sueño es una segunda vida.

Hijo prodigio del autor de Aurelia es Michel Leiris, filósofo, escritor surrealista y etnógrafo con grandes obras como Aurora (novela surrealista), Edad de hombre (relato autobiográfico) o incluso textos dedicados a la crítica de arte, la música o la ciencia.

En este dietario onírico de sugerente título Leiris nos sumerge en los sueños que tuvo durante más de treinta años. Un libro así, a priori, carecería de valor si no fuese por la desmedida imaginación de Leiris y su gran talento para revestir el relato de fisionomía literaria. En el prólogo Philippe Ollé-Laprune nos señala que la importancia del libro se sustenta en el lugar peculiar que ocupa “entre la antología poética y la autobiografía” del autor.

Algunos sueños descritos parecen relatos cortos que el autor ha moldeado en base a un recuerdo o quizá reinventándolos sin otro sustrato que la imaginación. Otros sí que tienen la forma inconexa del sueño. Episodios en los que las arquitecturas de la ciudad se metamorfosean, los personajes son borrosos y cambiantes y los acontecimientos, absurdos, no se atienen a la lógica narrativa de acción-reacción. Se presentan fotogramas casi cinematográficos en los que presencias extrañas intimidan al narrador-soñador. Incluso se dice explícitamente en algún texto que el sueño era “como en una película”. Situaciones rocambolescas en las que artistas y amigos de Leiris (aparecen Gide, Breton o Desnos) configuran un escenario calidoscópico con algunas conversaciones sin sentido que participan del nonsense y la escritura automática.

La impronta de las fantasmagorías oníricas de Nerval pero también la de los laberintos asfixiantes y amenazadores de Kafka condicionan la lectura de estos microrrelatos alucinados y surrealistas en los que una escritura minuciosa parece buscar la iluminación de los rincones más oscuros del subconsciente.

A veces una sola línea, el destello rescatado del sueño, resumen el episodio. Otros relatos alcanzan las dos páginas. Así, en ocasiones nos encontramos un texto narrativo y en otras tan solo una idea que funciona como alegoría. Por ejemplo, un árbol de carne en cuyas raíces cada año aparece Jesucristo para instaurar la República.

Como aquí no cabe el relato pormenorizado de todos y cada uno de estos singulares textos concluiremos con el que soñó una noche de septiembre de 1942. Ve una tumba, quizá la suya propia. En la lápida un cartel resume la biografía del difunto: “Argumento”.

¿No es toda vida un relato cuyo argumento solo es visible cuando es expuesto en el cabezal de nuestra póstuma cama, en la que soñaremos para siempre?

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