'Rohinyá', de Alberto Masegosa

Rohinyá

Alberto Masegosa

Libros de la Catarata
Madrid, 2018
110 páginas
 
Por Ricardo Martínez Llorca / @rimllorca / Fuente: Tan alto el silencio

Hay libros que da gusto leer y sobre los que uno se pronuncia con frescura, y libros que son imposibles de reseñar sin destrozar el trabajo del autor. A este segundo caso pertenece Rohinyá, pero no por defectos del oficio de Alberto Masegosa. Más bien al contrario. Cualquier anotación pone al descubierto lo que él, a su vez, nos descubre para dejarnos atónitos. El drama étnico de los rohinyá es casi desconocido, en tanto que se alaba el cambio de imagen en los sillones de Myanmar. Sometido durante décadas a un tiránico régimen militar, Myanmar, antes Birmania, sigue escondiendo los horrores debajo de la alfombra. Sigue siendo un país en el que los condenados por crímenes leves trabajan a cincuenta grados, a pleno sol, construyendo carreteras con manos y palas. Eso sí, cuando va a pasar un autobús de turistas se les ordena esconderse entre la maleza. Cuando supusimos que se había implantado un régimen de democracia representativa, resultó que éste estaba lleno de trampas. Los militares ya habían impuesto una constitución y se habían reservado derechos de veto, carteras ministeriales y ser intocables. De estas y otras hazañas da cuenta Masegosa, a la par que nos habla de la leyenda de Aung San Suu Kyi, la premio Nobel de la Paz que ganó las elecciones supuestamente libres. Suu Kyi ya había aceptado las coordenadas de los militares y se acomodó a ellas. De hecho, de lo que narra Masegosa acerca de los años de cautiverio doméstico de la líder birmana, da la sensación de que se parece más a la situación de una princesa prometida esperando largamente al matrimonio que de una condena.

El libro está bien fundamentado con datos que avalan esta tesis pero, incluso, se atreve a ir más allá. El régimen que ahora reina no ha cambiado y mantiene un lavado de cara gracias a un tipo de budismo tiránico. Porque aunque nos resulte imposible de concebir, también existe el fundamentalismo entre los que profesan esa religión. Uno visita Myanmar y ve la belleza de los pueblos y los lugares sagrados. Sabe algo de las guerrillas que operan en las zonas prohibidas al turismo, sobre todo de los karen, al oeste del país, aunque Masegosa da cuenta de etnias en batalla en todos los rincones que marca la Rosa de los Vientos. Entre ellos en el oeste, en una zona pegada a Bangladesh, que es el país donde más de setecientos mil seres humanos de la etnia rohinyá viven en condiciones infrahumanas, en campamentos de refugiados. Las últimas páginas del libro son el relato de la visita a los campamentos y la descripción de uno de los círculos del infierno de Dante, junto con crónicas minúsculas de gente a la que pone nombre y rostro. Todos ellos mutilados de guerra, no por culpa de una mina o un balazo, sino por la muerte del padre, la madre, el hermano, el hijo.

Lo que sucede con los rohinyá, escondido bajo el paraguas moral de Suu Kyi y las pagodas, es una derrota más de la humanidad. Entre los campamentos donde habitan, sin nacionalidad reconocida, sin derechos al voto ni siquiera como residentes, y la verdadera frontera protegida por el ejército, hay una franja lo bastante grande de terreno como para que pudieran formar su propio país. Es eso lo que reclaman sin que nadie les preste atención. De ahí el inmenso valor de Alberto Masigoge, atreviéndose a derribar mitos. No reclaman nada imposible, ni siquiera improbable políticamente. El gobierno, mientras tanto, se justifica en que no era una etnia reconocida antes de la llegada de los colonos británicos, y que la constitución solo da carta de naturaleza a las que entonces fueron registradas. En el colmo del cinismo, Aung San Suu Kyi permite que sea la herencia colonial la que justifique matanzas y heridas crónicas en una etnia olvidada. No se le pide que se ponga entre ellos y los fusiles, pero sí que ella, y con ella tantos otros que se han adaptado a las aguas tóxicas, al menos hagan uso de la voz para denunciar y apoyar a los desheredados. Los rohinyá sufren la paradoja de la xenofobia sin el derecho a ser reconocidos como extranjeros, y hasta del racismo sin el derecho a ser reconocidos como etnia.

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