'Cuaderno de montaña', de John Muir

Cuaderno de montaña

John Muir

Traducción de Guido Sender
Volcano
Madrid, 2018
200 páginas
 
Por Ricardo Martínez Llorca / @rimllorca

Aunque las intenciones de John Muir (1883 – 1914) siempre fueron las de conciliar ciencia y poesía como una misma cosa, en buena medida se acerca a la hipótesis de Gaia sin querer pronunciar este término. No habla de Pachamama o de espiritualidad en un sentido religioso, pero sí de la Tierra como un ser único y sensible: “El sonido era profundo, amplio y severo, como si toda la Tierra -convertida en criatura viviente- hubiera encontrado por fin una voz y estuviera llamando a sus planetas hermanos”. Este es John Muir, el hombre para quien el hogar es un sendero, un sendero que él mismo va abriendo, adelantándose a cualquier otra persona a la hora de pisar terrenos vírgenes, paisajes perfectos como los de Yosemite o Yellowstone. Alguien que siente los fenómenos de la naturaleza como algo hermoso, muy hermoso, aunque se trate de lo más atroz, lo más temible: “Asustado pero entusiasmado a la vez, salí a la carrera de mi cabaña, situada cerca de Sentinel Rock, gritando: “¡Un noble terremoto!”, con la certeza de que el acontecimiento me iba a enseñar algo”. Uno puede imaginarse que si concede a los terremotos la categoría de nobleza, cómo llegará a adjetivar a las mariposas o a las coníferas. Y, por otra parte, está la expresión de su mente abierta, de si deseo de aprender, algo que considera que solo cabe hacer en la naturaleza. Para John Muir cabía la posibilidad de ser sublime sin interrupción, pero solo a través de la vida en la naturaleza y el respeto contemplativo.

Este libro que nos regala Volcano es una recopilación de textos centrados en la montaña, organizados por fenómenos, como el viento o la nieve, y por lugares concretos, los que más impresionaron a Muir. Pudo elegir otras versiones de la naturaleza, pero se enamoró de Alaska y de los montes de California. Y escribió mucho sobre ellos, siempre de forma sencilla y directa. Apenas resucita ningún recurso literario, apenas hay alguna metáfora, por ejemplo, y de existir será muy sencilla. Como lo son todos sus textos, en los que traduce la naturaleza a lenguaje con descripciones precisas, en las que lucha para que el lector vea las mismas imágenes que él ha disfrutado. Puede que no estemos ante el mejor escritor del planeta y seguro que ante quien no pretendía serlo. Pero este libro contiene algo mucho más sagrado: el amor verdadero: “dos o tres cascadas apacibles y alguno rápidos de vez en cuando, relajantes y rumorosos, que acaparan la mejor música y poesía de su vida y que, según lo planeó el hielo, contribuyen al gran himno de Yosemite”. De nuevo concede a un fenómeno de la naturaleza, el hielo, una cualidad no ya humana, sino divina.

“Si somos más o menos capaces de leerlos, los vientos son anuncios de todo lo que tocan”. Muir se adelanta a los estudios sobre la nieve y el viento, y esboza algunas cualidades científicas, aunque, como queda patente en la frase, expresadas con un amor admirativo. El paisaje, sin duda, es un ser vivo, y cada fenómeno del paisaje es, a su vez, otro ser vivo que lo habita. Y nuestro lugar debe ser siempre la admiración, como admiramos a las personas divinas, con reverencias, sin mancharlas con una pisada o desdibujándolas en una caricatura. Poco a poco va acumulando experiencias y sabe que sobrevivirá a la tormenta, que también será hermosa. Uno debe dejarse llevar por la hipnosis de la naturaleza, aunque no sea preciso llegar a dar la espalda del todo a la civilización, como hizo el propio Muir. La vida, eso sí, brota de la Tierra, frente a la civilización, que es lo que el hombre arranca de la Tierra. El Edén sigue siendo el bosque y cada uno de sus componentes, hasta el mínimo insecto, es una forma diferente de felicidad. Muir pudo disfrutar, pues, de una felicidad interminable y transmitirnos esa sensación en sus escritos. Aunque apenas existiera el turismo, ya maldecía sus rastros. Porque al contrario que el que convive en la naturaleza, el turista no permite que las montañas le sosieguen la mente. Muir consideraba que la humanidad es la parte malvada de la Creación, porque la gente llega a disfrutar con el sufrimiento. El resumen de su mensaje es que hay que dejarse amablemente sacudir y estremecer. Escuchar la música de la montaña y permitir que la interior coincida con ella.

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