Cuba. Viaje al fin de la revolución

Cuba

Viaje al fin de la revolución

DEBATE
Este libro nos transporta al fin de una revolución a través de un relato extraordinariamente vívido de la Cuba post-Fidel.

¿Cómo narrar el final de uno de los procesos políticos más relevantes ocurridos en Latinoamérica? ¿Qué registrar cuando se visita una isla donde se cede lentamente el paso a la modernización? Ambas preguntas remiten a una cuestión innegable: un capítulo en la historia contemporánea está terminando. Por esta razón, durante los últimos años, Patricio Fernández ha viajado a Cuba para relatar los hechos que han acontecido en la isla antes y después de que Fidel Castro dejara el poder en maos de su hermano Raúl.

Tomando el pulso de la vida cotidiana y describiendo sus pormenores, a la vez que recogiendo testimonios de personajes centrales y de cubanos tan anónimos como singulares, Cuba. Viaje al fin de la Revolución relata el histórico restablecimiento de las relaciones con Estados Unidos, las visitas del papa Francisco y de los Rolling Stones, la muerte de Fidel y el proceso de paz entre Colombia y las FARC mediado por la isla, entre otros hitos.

Este libro es, en suma, el retrato de una sociedad o, como señala su autor, “lo que ha quedado de ella: lo bueno, lo malo y lo inclasificable de uno de los proyectos sociales más ambiciosos de la historia humana, llevado a cabo en esta pequeña isla que hoy habita en compás de espera, aunque sin esperanza”.

“Este libro es una crítica de la época, de la esperanaz tramposa de la revolución cubana. Admiro muchísimo la sutilidad y la comprensión de disteintas perspectivas que no he visto en otros libros sobre el tema.”

-David Rieff

Patricio Fernández había estado muchas veces en Cuba, pero fue a partir del año 2014 cuando acentuó su presencia profesional en la isla. Fidel Castro había creído que él era su pueblo (el día que muere, el diario Granma titula a toda página ‘Cuba es Fidel’) y hasta el final se enfrentó a EE UU como si se tratara de un enemigo personal. “Por eso, cuando en diciembre de 2014 su hermano Raúl y Obama aparecieron en la televisión, uno en La Habana y otro en Washington, comprometiéndose a reanudar relaciones diplomáticas, entendí que comenzaba a escribirse el último capítulo de una larga historia. Fue entonces que partí a Cuba para ser testigo del fin de la revolución”.

Efectivamente, se encuentra con que Fidel es el más admirado de todos los cubanos, que Cuba es más fidelista que comunista, que no importa cuán disconformes están algunos con la situación de su país porque la mayoría exculpa al máximo líder de todas las miserias; quizá los menores de 30 años, aquellos que abarrotaron la campa para ver a unos Stones que tenían prácticamente la misma edad de la revolución (nacieron como grupo en 1962) y que enloquecieron cuando Jagger se puso una boina que a muchos hizo pensar en el Che Guevara, pero que, en vez de gritar “¡Hasta la victoria siempre”!, entonó Satisfaction,quizá esos menores de 30 años no alcanzaron a sufrir su embrujo, pero para el resto Fidel fue su padre sagrado.

Fernández es testigo de la acentuación de algunas tendencias que estaban presentes en la revolución desde hacía tiempo: cómo cuando una nueva fe alcanza el poder comienza al mismo tiempo su transformación, su conversión en iglesia; de pronto, lo que un día fue sentimiento deviene en dogma, las fuerzas transformadoras se convierten en mandamientos, el impulso indómito es sometido por aquellos que evolucionaron a profetas o cardenales. El socialismo, en cualquiera de las versiones que se ha conocido, se mueve entre la creencia en un hombre superior (el Cristo redentor, Mao, Lenin, Fidel, Chávez, Guevara…) y su iglesia. Mientras los valores de la democracia se diluyen en el pueblo que la practica, los del socialismo parecen requerir de un santo que los encarna, o de una organización bien jerarquizada que los perpetúa.

En los últimos tiempos se hace evidente que la revolución ha perdido su encanto.Que se acabó el encantamiento. Que su proceso de degradación no es precisamente nuevo, pero que ahora se halla en una fase terminal, quizá acelerada desde la muerte de su principal hacedor. El régimen castrista vivió un pequeño renacer mientras Hugo Chávez gobernó Venezuela con el petróleo a precios estratosféricos y se convirtió en el mecenas que Cuba necesitaba para mantener en pie su economía (una ideología improductiva sólo perdura mientras tenga quien la financie). Cuando Venezuela se arruinó, Cuba volvió a vérselas con ella misma. Aquella utopía del hombre nuevo, de una sociedad sin clases donde los ciudadanos produzcan lo que puedan y reciban lo que necesitan, quedó archivada. Patricio Fernández es rotundo en su diagnóstico: “Hace un año yo no me habría atrevido a asegurar que en la iglesia de la revolución ya nadie creía en el socialismo. Hoy, el panorama parece ser más sencillo: ya nadie cree en nada”.

La reflexión final del libro resume en dos imágenes el contenido de una investigación periodística de la mejor escuela: el guion era bueno, lo malo fue la puesta en escena. El autor se encuentra con un poeta comunista que le pregunta por el libro que está terminando; le responde que su mayor interés era que, al leerlo, sus amigos cubanos reconocieran que le había movido la verdad. El poeta interpretó, del conjunto de la conversación, que el libro sería la historia de un fracaso. “Bueno, ¿pero valió la pena?”, preguntó a Patricio Fernández. “Entonces, levanté los hombros. Mi respuesta debió ser ‘no, pero había que intentarlo”

Fuente: Babelia

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