Lo libros piensan por Charles Lamb

JOSÉ DE MARÍA ROMERO BAREA.

Someternos al diagnóstico de la posteridad significa ser objetivados, abstraídos del cuerpo privado y convertidos en una colección de síntomas traducibles. En un momento en que la no ficción creativa parece haberse convertido en sinónimo de autobiografía, urge recordar todo lo que ganamos al trascender nuestro ego. Si bien el ensayista inglés Charles Lamb (Londres, 1775 – Edmonton, 1834) nunca fue reacio a escribir sobre sí mismo, ganó al ocuparse de otros. Sus revelaciones son de índole comunal: “Difícil mantener correspondencia en esta distancia que nos asola: el incansable empeño de las olas oprime nuestros ensueños”. En sus escritos, datos aleatorios se cargan de significado al compartir el marco de la mortalidad, según se adentran en el terreno de lo vulnerable.

¿Cómo transmitir el pensamiento? Convirtiendo la experiencia en fábula: “Ebrio, nunca fue menos él mismo que en los sobrios intervalos”. Al perseguir nuestro pasado, lo que descartamos es lo que buscamos. Al medida que todo se derrumba, un nuevo propósito ofrece esperanzas de futuro. No se arredra el coautor, junto a su hermana Mary Lamb (1764–1847), del libro de cuentos Tales from Shakespeare (1807), al mostrarnos su yo más íntimo. Reimpresas en el número de invierno de 2019 de la revista londinense Slightly Foxed, cuestiones retóricamente formuladas, que todos nos hemos hecho alguna vez. En el artículo “Deleite en la digresión”, discreta en identidades aparte, toda una literatura sigue mereciendo atención.

Interrumpen las interlocuciones del académico David Spiller una narrativa que, entre audaces exploraciones, despliega agudas observaciones en una prosa libre, dedicada a celebrar “el idiosincrásico humor de Lamb, que ilumina los imperturbables elementos de la cotidianeidad”. Memorias contra la memoria, sus Essays of Elia (1823) son, en opinión del medievalista de la Universidad de York, relatos personales que rechazan lo personal: intentan, a cambio, descubrir lenguajes y estructuras. Plantean preguntas obvias, y, tal vez por ello, nunca antes formuladas: sobre la lectura, afirma: “Cuando no camino, estoy leyendo. No puedo pararme a pensar: los libros piensan por mí”. El desconcierto de la identidad sustenta lo mejor del trabajo del erudito de origen galés. Lo más sorprendente de la colección es su universalidad. Sus disquisiciones no son nuevas, pero necesitan ser revisitadas. 

Sostiene sobre los periódicos: “Siempre excitan mi curiosidad. Nunca soy capaz de abandonar uno sin una sensación de abatimiento”. El coetáneo y amigo de Leigh Hunt o Samuel Taylor Coleridge razona con vigor y honestidad siempre edificantes. Devastados por la disyuntiva entre memoria y actualidad, para los integrantes de la Escuela Cockney (de la cual formó parte, junto a ilustres miembros como Percy Bysshe Shelley o William Hazlitt) redactar no es tanto una forma de cerrar brechas como de hacerlas legibles. 

El cumplimiento de estas “notas a pie de página de la Literatura Inglesa”, según el historiador británico, se recompensa con la disidencia, la construcción informal, la innovación y la ambición de pensamientos en el contenedor no cronológico de la naturaleza fluctuante, parpadeante, del trauma. Llena de altibajos, entre rutas ondulantes, Lamb nos enseña a no perder la esperanza. Entre indiferencias escritas, silencios asociados al crecimiento: en torno a los tabúes, regímenes identificables solo en retrospectiva. Escribe para desbloquear la ley del mutismo: sus disquisiciones lo cubren todo.

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