Los libros de la isla desierta: ‘En el camino’, Jack Kerouac

ÓSCAR HERNÁNDEZ-CAMPANO. Tw: @oscarhercam


Decía Goethe que la vida está por delante para seguir adelante. Kavafis, mucho antes, había puesto el acento en el viaje, porque más importante que llegar a Ítaca era disfrutar y aprender en el camino. Machado, Antonio, aludía directamente al caminante, repitiendo el mantra de que se hace camino al andar. Jack Kerouac escribió este libro, verdadera biblia de toda una generación, la llamada
Beat, desarrollando la idea del camino, o más exactamente, de en el camino. Ese es precisamente su título, On the road, traducido también en otras ocasiones, y quizá con más tino, por En la carretera. Es sobre el asfalto donde Sal Paradise y Dean Moriarty viven unos años intensos, duros, alocados, alcoholizados y apasionantes.

Es en las carreteras estatales, interestatales y comarcales de unos inmensos Estados Unidos, donde los protagonistas exprimen una juventud que se les escapa entre los dedos, yendo y viniendo de costa a costa, desde la fría y sofisticada Nueva York, a la soleada y multicultural San Francisco. Recorren el subcontinente norteamericano de lado a lado por esas llagas de alquitrán que la civilización ha usado para reducir el mundo. Viajan en coche, camioneta, tren, camión e incluso avión, atravesando fronteras y deteniéndose en incontables ciudades y pueblos bajo la égida de las barras y estrellas. Observan estas, precisamente, pero las de verdad, acostados sobre el remolque de un trailer, atisbando, tal vez, entre la bruma del alcohol que monopoliza sus venas, la pequeñez y la brevedad de la vida. Y por eso, quizá, como veteranos de una guerra, la segunda, que aún resuena en su mente, que estos hombres, estos muchachos, estos supervivientes se lanzan a la carretera. No pueden detenerse, no consiguen permaneces demasiado tiempo en un lugar. Sus mentes reclaman vivencias, aventuras, amor, pasión, diversión y libertad.

En el camino es una novela especial, de esas que requieren relecturas. Es un relato de amor, en todos los sentidos. Amor a la vida en primer lugar. Las referencias a la guerra son un recuerdo insistente de que la vida puede acabar. Quizá haya trastorno, tal vez demasiados amigos y compañeros muertos. Sea como fuere, los protagonistas están sedientos de vida, de experiencias, de nuevos horizontes. Hay amor a las mujeres. Porque hay muchas mujeres en los años de viajes continuos de Sal y Dean por las carreteras de Norteamérica. Es deseo sexual, sin duda, pero es necesidad también. Ambos hombres necesitan ser cuidados, requieren ser protegidos y guiados. Su inconstancia, su incapacidad para comprometerse más que con la vida vivida al máximo hace que las parejas sean inestables, que las relaciones que anhelan un día, sean motivo de asfixia al día siguiente.

El deseo, no obstante, viaja con ellos durante el camino. Hay amor a los amigos, a multitud de amigos que pululan como secundarios de lujo por las páginas alucinadas de la novela de Kerouac: Carlo Marx, Ed Dunkel, Stan Shephard y otros muchos amigos imprescindibles aunque coyunturales en una vida en constante movimiento. Y hay, por encima de todo, un amor tremendo que se profesan Sal Paradise y Dean Moriarty. Dean, que me parece que es el auténtico protagonista del libro, es admirado, emulado, seguido, cuidado y añorado por Sal. Dean es el ejemplo a seguir, es quien marca el camino, quien enseña el destino, quien ofrece la salvación. Es este un amor incondicional, que lo perdona todo, incluso el abandono, aunque no es un amor sexual, sino más bien idolatría. Dean señala en el mapa el destino y ambos amigos, que se hartan de prometerse amistad eterna, se embarcan juntos en esos vehículos destartalados o lujosos, en un nuevo camino lleno de promesas. Y cuando los Estados Unidos no son suficientes, el cálido sur se torna en la nueva tierra prometida. El viaje a México es, a mi parecer, la mejor y más intensa parte de la novela. Es el camino auténtico, donde hasta el asfalto desaparece, donde hallan la esencia de la naturaleza, de los hombres y de las mujeres, donde la mirada de un niño les revela la verdad del alma humana, y donde encuentran, si eso es posible, la anhelada paz que les ha rehuido toda la vida. 

En el camino se viene conmigo a la isla desierta para trazar caminos en el alma y en el cielo estrellado.

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