Cirlot en Zaragoza

Fotografía de Carmén Taulés

Por Antonio Costa Gómez. ¿Quién puede olvidar aquellos versos:

Te conozco,

       eres aquella niña

                                  que jugaba con vidrios y violetas,

                                   mientras el horizonte enloquecido

        se ponía muy pálido.

¿Quién puede como Cirlot crear mitos, inventar situaciones reveladoras, resucitar pasiones profundas? ¿Quién como él puede descubrir a una diosa en el rostro de una actriz de segunda fila en una película olvidada y llamarla Bronwyn?

¿Dónde evocar a Cirlot? ¿En su Inglaterra que no existe, donde las lilas crecen? ¿En un café de las Ramblas donde se reunía con amigos y hablaba del arte abstracto? ¿En alguna edición de su “Diccionario de símbolos”? Lo evocaré en Zaragoza, donde pasó un par de años. Allí me dieron un premio por un cuento sobre él, que se titulaba “Te amo en nombre de Cirlot”.

En “Donde las lilas crecen” le dice a su amada: “La noche está desnuda dulcemente”. En esa desnudez esencial como la música de Chopin podrán encontrarse. Va hacia ella: “Mi barca de cristal sobre los bosques / se eleva hacia tu casa”. En la noche la barca del alma vuela hacia la casa metafísica de ella. Cirlot le con palabras sencillas como Bécquer o Heine, y por eso se llenan de resonancias. Deja toda la palabrería interior para ponerse a escucharla. Y entonces ve : “Pero allá lejos brilla / la luz de tu ventana / que estrellas interiores iluminan”.

En mi cuento seguía por las tabernas del Tubo a una mujer que se parecía a todas las mujeres de Cirlot, Bronwyn, Susan Lennox, la Doncella de las Cicatrices. Al final, junto al Ebro, le preguntaba si nos tiraríamos, juntos, al agua. Ella contestaba que el agua estaba muy contaminada, que sería una manera sucia de morir. Pero esas mujeres hacían vivir metafísicamente a Cirlot.

 

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