‘Ser rojo’, de Javier Argüello

Ser rojo

Javier Argüello

Literatura Random House

Barcelona, 2020

182 páginas

 

Por Ricardo Martínez Llorca / @rimllorca

El objetivo de cualquier psicoterapia dinámica es la reconciliación con el relato del pasado, dado que el pasado no puede repetirse. La memoria es una trampa con la virtud de poseer una inusitada capacidad de echar en olvido los tiempos de tierra quemada. Cualquier tiempo pasado fue mejor, quiere decir que la melancolía es una virtud, una práctica que tiene mucho de salvaje, pero, por fortuna, también mucho de dulzura. Ejecutar la danza de la memoria, la propia y la de nuestros padres, para salir como mejor persona, que también es el objetivo de la psicoterapia, es una costumbre que pocos autores han conseguido ejercer sin caer en tonos contaminantes, en autocompasión, en arrogancia, en venganza, en rabia o en tristeza. Javier Argüello (1972) regresa a las librerías con una obra en la que convierte esa danza en una muestra de cómo la educación sentimental construye hombres buenos. Este Ser rojo es, en esencia, un libro bueno, en el mismo sentido en que existen hombres buenos. Y esa educación sentimental pasa por construirse alrededor de un centro de atención que es, engañosamente, político: una ideología de izquierda.

A la hora de la verdad, no se trata de definir cómo construir una mejor sociedad, sino de cómo convertir una idea en un motivo para vivir, para construir una vida que merezca mucho la pena, en la que flote la bonhomía o, como expresa Argüello en algún momento, la dignidad y la belleza. Argüello identifica la misma en un espíritu comunista humano -humanista y humanitario-, ajeno a las consecuencias de diferentes regímenes. Se enfrenta a la memoria personal, que tiene mucho de memoria de habitante de la polis, de pertenencia a la raza humana, de sus padres, constructores de recuerdos, constructores de motivos. Nos ofrece un relato con nostalgia narrativa, sí, pero con mucho aliento, con una energía que nos anima a confiar en las personas y desconfiar de los estados. Nos explica de dónde viene nuestra formación política, entendiendo por política algo mucho más cercano a los vecinos que a la jornada de votación. Para hablarnos de lo que sucedió en la historia reciente, se centra en dos episodios fundamentales: la caída del muro de Berlín, de alcance universal, y el golpe de estado en Chile, de alcance nacional. Pero de ninguno de los dos sucesos se habla con un aliento de ensayo. Aquí no hay más estudio que el del viaje atravesando lo que nos surge al paso, que la idea de que no sirve de nada salvarse sino ayudamos a salvarse a los demás. Las crisis ayudarán a encauzar las situaciones que nos hacen crecer, porque crecer duele y crecer mucho duele hasta en el espinazo. De ahí que la explicación final sobre lo que ha ido sucediendo en la historia sea que lo que nos afecta es lo que nos ha sucedido a nosotros. La historia, maldita sea, debería ser la historia de la gente, del individuo, de las emociones y las sensaciones. Debería ser, en definitiva, la historia de las educaciones sentimentales.

Para ello Argüello se sirve de un estilo muy oral, sobre todo cuando da voz a sus padres para hablar de una época de la que él no guarda imágenes en la cabeza, que es a la vez un estilo muy potente. Estamos ante un libro de los que atrapan, ante un autor que sabe que la exigencia literaria está en tener algo muy moral sobre lo que narrar, que es consciente de que la literatura nos ayuda a ser mejor personas, pero que no intenta, en ni una sola palabra de todo el libro, imponer una doctrina. Estamos, repitámoslo de nuevo, ante un libro bueno.

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